Prescindible

Es una putada no poder dormir. Estar bien por la mañana cuando estás rodeada de gente y quedarte sola por la noche intentando buscar explicaciones a cosas que no la tienen.

¿Por qué hay personas que hacen daño? ¿Por qué mienten, engañan, torturan… ? ¿Por qué me han quemado los dos coches a la puerta de casa? ¿De qué sirve? ¿Quién fue? ¿Qué quiere? ¿Se conformará con eso? ¿Irá más lejos si no me hundo? ¿Qué pasa si decido luchar? ¿Y si decido hundirme?

Un amigo me dijo que escribiera, que me ayudaría a pensar, que lo intentara. Un amigo… ¿dónde están mis amigos? ¿Qué es en realidad un amigo? ¿Tenemos amigos realmente? ¿Hasta dónde conocemos a las personas que nos rodean?

La verdad es que  no sé ni cómo me siento. Tampoco sé cómo debería sentirme.

Supongo que sigo estando en shock. 

El día 29 de mayo, a las 16:00 recibí una llamada de teléfono.

«Tus coches se están quemando»

Estaba en la cama. Creí que me estaban vacilando. Pensé que era una broma. Pensé que todavía estaba soñando. En qué momento.

No era un sueño. Fue una pesadilla. Es una pesadilla. Está siendo una pesadilla.

Me han quemado la furgoneta y el coche a la puerta de mi casa a la hora de la siesta. De día, sin pudor. 

«Premeditado», han dicho, «¿Qué has hecho?», las preguntas… «Celos, odio, envidia», las hipótesis.

Puse la denuncia, claro está, sin denuncia no puedes cobrar ni el seguro. Pero a día de hoy, por más vueltas que le doy al asunto, no le encuentro explicación. No soy capaz de imaginarme quién ni por qué. 

Tuve que relatar uno tras otro todos los conflictos, problemas y peleas que recuerdo desde hace dos o tres años hasta la actualidad. Por primera vez di nombres y apellidos y mil números de teléfono de testigos y de personas que podían confirmar cada putada que me han hecho, cada pelea, cada bronca. 

Hablé del japonés, de la japonesa, de las amenazas, de las voces, del alcohol, de todo.

«¿Crees que esas personas serían capaces de hacerte algo así?»

Y yo que sé… nunca se te ocurre pensar que nadie esté lo suficientemente pirado o pirada como para quemarte los dos coches así: a plena luz del día.

Tres semanas han pasado ya. El caso se ha archivado. La guardia sigue preguntando por ahí lo que se le ocurre a la gente. Supongo que tampoco se lo explican.

El día de marras todo el mundo me apoyaba, me llamaba y estaba pendiente del suceso. Todo el mundo me preguntaba quién había sido, qué hice para que atenten así contra mí. Todo el mundo quería detalles de la denuncia, de los sospechosos, del caso.

No dije nada. Me limité a explicar que ya he contado lo que sé a la guardia civil y que no tengo ni idea de quién ha sido. Pero no. La gente no quería saber quién ha sido. Sólo quieren saber qué hice. 

«Nadie te quema los dos coches a propósito sin más, tía… algo has tenido que hacer para merecerlo». 

Puto morbo de mierda.

Un amigo me sacó de casa aquel día, con todos mis animalitos. Fue un poco un infierno ocupar su piso con toda mi fauna, pero es algo que no olvidaré jamás.

Pedí ayuda, pedí protección, pedí medidas de seguridad, pedí… pedí al vacío de la soledad de la sociedad que hemos construido. Porque a pesar de que todo el mundo me dijo «lo que necesites», cuando levanté el teléfono para pedir esa ayuda ofrecida me encontré como respuesta el silencio. 

Ni siquiera me han devuelto el favor todas las personas a las que he ayudado todos estos años.

Finalmente, el olvido. 

No ha salido en los medios de comunicación. No ha salido en la prensa. Nadie habla de ello. Tuve que volver a mi casa porque no tenía a dónde ir. Y tampoco me han puesto protección.

Puse cámaras de videovigilancia por todo el perímetro de casa, en la calle. Sé que es ilegal, pero a estas alturas me da igual, sólo quiero saber quién está ahí fuera. Quién me observa, quién me vigila, quién me estudia hasta el punto de poder quemarme los dos coches estando en casa en un momento tan exacto. 

Porque tampoco han cogido al culpable, a los culpables, a quien sea. 

«No tenemos nada que podamos presentar ante un juez»

Así es la vida. Todo el mundo ha vuelto a su rutina. Tres semanas después, la vida sigue. ¿Y yo? Nada. 

Los médicos me dieron el alta y me he entretenido en pedir el paro y en hacer los papeles de la renta para que me la reactiven. No tengo nada más. Tenía mis máquinas y mis coches para poder trabajar y manejarme, pero ardieron todas la misma tarde.

Sea quien sea, anda por ahí, haciendo su vida, orgulloso de haber hecho lo que ha hecho. ¿Le preocupa a alguien? No. Mientras pague sus facturas, ¿qué más da de lo que sea capaz?

Sabemos que es contra mí, sabemos que volverá a atacar. Pero no sabemos cómo ni cuándo. Simplemente, la próxima vez que pase algo abrirán el caso a ver si conecta. Hasta entonces, nada más.

No hubo investigación. Ni siquiera recogieron pruebas. Lo único que hacen es preguntar una y otra vez lo mismo a las mismas personas. Puede que algún día alguien diga «lo hice yo». Hasta entonces, nada. 

¿Y esos que decían que eran mis amigos? Desaparecieron el mismo día que mis coches. En el momento en que ya no pude ayudarles dejaron de llamar. 

¿Y ahora? Ahora ya no tengo ganas de coger el teléfono. 

Un día eres líder de masas, te llaman referente, al día siguiente pierdes tus alas y te vuelves prescindible. Esa es la realidad, supongo. Todos somos prescindibles. 

Ridick tenía razón: cometí el error de civilizarme. Tal vez deba ser así, el mundo merece ser destruido. Y mientras eso pasa, soy lo que soy. 

Viviré al margen del mundo, está claro. Es mucho mejor así.