Asimilar la realidad o aferrarte a un sueño

Dicen que los sueños son un mecanismo de defensa. Las ficciones, la fantasía, el arte… en fin.

Si buscamos en la Real Academia de la Lengua Española el significado de «realidad», obtenemos lo siguiente:

realidad

1. f. Existencia real y efectiva de algo.

2. f. Verdad, lo que ocurre verdaderamente.

3. f. Lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio.

A mi parecer, es una definición muy pobre. No deja claro qué es qué ni con qué parámetros se ha de evaluar algo para considerarlo real. Dadas mis circunstancias, hablemos del asunto de mis coches. La realidad, por definición según aquí expongo, es que me han quemado los dos coches. Ya está. ¿Y ahora qué?

Ahora soy yo la persona que tiene que procesarlo.

Si has leído mi blog desde el principio, me conoces, sabes que eso no es suficiente para mí. No puedo asimilar que algo ha pasado y ya está. No puedo quedarme tranquila, no puedo seguir adelante obviando el suceso.

Sí, es cierto que la vida sigue. Es cierto que no estoy en parálisis, que no se me ha acabado el mundo. A pesar de verme confinada a mi casa, simplemente, me he replanteado mi situación y he buscado soluciones. Lo bueno de ser una persona adulta, supongo, es que los problemas ya no son dramas, sólo escollos que sortear. Continué adelante con mis matrículas porque sigo teniendo la intención de estudiar y formarme en algo que me gusta y considero que la ausencia de vehículo no me afecta. Conté con las personas con las que cuento ahora y me han prestado herramientas para poder trabajar. Espero paciente a que el seguro me indemnice y supongo que cuando tenga el dinero de los dos seguros podré valorar el comprar otro vehículo. Ser adulto significa eso: solucionar las cosas. Si no eres capaz de re configurar tu realidad, valorar tus recursos y hacer un plan de contingencias para resolver una situación escabrosa, igual no has madurado lo suficiente. Aunque, sí que es verdad, que no debería ser normal que todas las personas tuvieran que enfrentarse a los obstáculos a los que me enfrento yo. No sé, hay quienes viven guerras y siguen adelante. Como personas, supongo que todos tenemos la capacidad de reconfigurarnos, adaptarnos y volver a empezar.

¿Qué pasa con el plano emocional? ¿Cómo superamos la desconfianza? ¿Cómo asimilamos la pérdida de los valores? ¿Cómo podemos aceptar que vivimos en un mundo en el que hay más soluciones en las películas de ficción que en la vida real?

Cuando era una niña, soñaba. Soñaba con posibles futuros que mi cultura me habían metido en la cabeza que eran los procesos naturales en la vida de una persona. A medida que crecía, evidentemente, esos posibles futuros de ficción no se cumplía y la vida me fue devolviendo su cara más dura. No lo asimilé. Porque aceptar que la vida es dura y cruel no es plato de buen gusto. ¿Quién quiere vivir en un mundo tan oscuro? En lugar de eso, inventé historias y cuentos, relatos. En ellos, mi papel era el de salvar todas las adversidades hasta llegar al paraíso, a la vida de ensueño. Hice míos los relatos de ficción. Me visualicé como la protagonista de una saga en la que tras vivir mil aventuras alcanzaría un final feliz.

Eso me ayudó bastante durante mucho tiempo.

La cuestión es que llega un momento en el que tienes que mirar a tu alrededor con criterio y objetividad.

Mi vida no ha sido fácil. No por ello me siento mal, muy al contrario, me siento orgullosa de haber llegado hasta aquí.

Pero ahora miro a la gente de mi generación, a la gente de mi edad. Ahora, que los miro habiéndome quitado la venda de la ilusión de los ojos y los contemplo como una persona humana, veo que tienen vidas que sé que no tendré jamás. Tengo muy claro que no quiero todo lo que tienen, no quiero las renuncias, no quiero tener esa mirada perdida en el vacío que transmite que algo se les ha escapado, esas arrugas antes de tiempo, la sensación de sacrificio, la necesidad de volver a vivir a los cincuenta y tantos, los sueños aparcados. Pero no dejo de preguntarme cómo habría sido mi vida si Ismael estuviera conmigo, si no me hubiera marchado de León, si no hubiera renunciado a mi hipoteca. Si me hubiera casado.

¿Tanto cambia una persona? ¿Tan grande es la brecha que existe entre las personas que han formado familias y yo?

Escribo ficción porque quiero pensar que la vida es una aventura y que aún quedan muchas más cosas por descubrir en el mundo. Puede que no tenga nunca lo que tienen los demás y puede que vivir de otra manera sea la causa de que de vez en cuando me quemen los coches o me revienten las cerraduras o me hagan cualquier otra putada.

Pero tengo una cosa muy clara: prefiero vivir mi ficción y superar mis obstáculos, crecer, superarme, aprender… a sentirme tan insignificante por dentro que necesite destrozar a otras personas para creer que soy mejor.