El cuento de Lu

Había una vez, hace mucho, mucho tiempo, un lugar y un momento en que del milagro de un lucero nació un hada muy especial que nunca supo que era un hada. Las hadas son criaturas únicas que vienen al mundo cuando vienen, sin avisar, sin que nadie las espere. Caen donde caen, aparentemente al azar. Pero un hada no llega sin más, llega para estar donde tiene que estar y en el preciso instante en el que debe estar.

El problema de estas criaturas es que no siempre los demás saben lo que son ni por qué han llegado ni para qué. Son criaturas distintas, que sienten de otro modo incomprensible, que ven el mundo de otra manera, pero no lo saben. Ellas no saben lo que son y, cuando nadie sabe lo que son no tienen quien les enseñe, les explique, les oriente… y se pierden.

Un hada siempre es un caos, es su naturaleza, como la vida misma, como la Tierra, como todo lo que sucede en el mundo salvaje. No funcionan con las normas sociales, los convencionalismos, no saben apagar su conciencia para adaptarse a los acuerdos de la civilización. Son lo que son, no pueden ocultarlo.

Y, sin embargo, son todo amor. Puro, simple, sencillo, sin refinar. Son amor del que cura, del que duele, del que rompe cadenas, del que muestra heridas sin abrir que han de sanar.

inocencia

Es un tesoro frágil y poderoso que dura lo que dura… pero que en algún momento en la vida de un hada se rompe en mil pedazos como un jarrón chino golpeado por el duro y severo golpe de la consciencia.

A esta hada se le rompió el corazón en su más tierna infancia un día que entendió, así sin más, que nunca iba a ser igual que los demás. Su brillo multicolor de luz, aquel que tenía el poder de pacificar e iluminar el dolor de todas las almas, se convirtió en nubes oscuras y negras de tormenta.

«¿Por qué estás siempre triste?«, le preguntaban, más como una acusación que como una intriga, «¿No ves que nos amargas a todos?«

En su incomprensión se sintió culpable al no hallar una justificación para su pena. Le dolía un profundo hueco en el pecho que no podía identificar y lloraba la pérdida de algo que no sabía que tenía.

ausencia

El tiempo hizo que se alejara del mundo.

«Si no puedo hacerles felices«, se decía, «al menos que no sufran«.

Se alejó del mundo, de todo, de todos y se le partió el alma. ¿Por qué tanta pena? ¿Por qué tanto dolor?

Erraba por el mundo sola, incompleta, rota… y por el camino, sin saberlo, curaba almas heridas que no sabían la suerte que tenían, desconocían el poder que poseían. Y a su paso, la nube negra de tormenta en que se había convertido regaba con el agua de la lluvia de su llanto senderos yermos que tras su paso florecían convirtiéndose en vergeles que ella no percibía.

Las hadas que no saben que lo son se reconocen precisamente por eso, porque en su pena y su dolor su magia es más fuerte y alimentan la tierra que pisan. Si hubiera mirado atrás, aunque sólo fuera una única vez… pero no lo hizo. Vagó por la tierra siempre adelante en busca de un lugar que la acogiera, que la aceptara, que le mostrara quién era y qué hacía aquí.

muerte

La humanidad tiene cosas que no tiene la naturaleza: egoísmo, avaricia, vanidad… y cuando encuentran algo hermoso y perfecto no saben cultivarlo, sólo lo exprimen hasta que ya no queda nada y cuando ya no les sirve lo descartan, lo abandonan, lo tiran, buscan otra fuente que explotar.

Llegó el momento. El mundo se rompió y ya no pudo más. Se sintió morir, exhausta y sin hogar. Su luz se apagó, sin más, se agotó su fuerza, su energía vital. Se consumió. Se recostó en las cenizas de su mundo destruido y se abandonó a su suerte.

«Ya está«, pensó para sí misma, «ya no hay nada más«

El secreto de las hadas es que siempre saben aceptar las cosas cuando pasan. Lo que no saben, cuando no saben que son hadas, es que el proceso de la muerte del mundo no es más que un estadio que ha de ocurrir para que ellas puedan ser lo que han venido a ser en el momento justo y en el lugar exacto.

fuego

El fuego arrasó el mundo. Fue un fuego movido por el odio, generado por la envidia, el egoísmo y la avaricia de quienes no entendían que no se puede poseer algo que no es de nadie, sino del mundo mismo. Fue brutal, cruel, aniquilador.

No sintió pena, qué va. Primero sintió impotencia, frustración. Luego sintió ira. Después miedo… y así hasta que llegó el vacío.

Y en medio de aquel vacío se dejó arrastrar por el universo y se convirtió en una mota de polvo suspendida en el medio de la nada. Perdida. Esa era la palabra: per di da. En un mundo al que no pertenecía, sin entender quién ni qué era. Sólo deseaba desintegrarse, volver a la matriz, desaparecer, desvanecerse en la memoria de un mundo que no la quería.

ser yo

«¿Por qué lloras?«, escuchó una voz, «¿no ves todo lo que dejas tras de ti?«

«Porque el mundo es un páramo yermo, muerto, sin vida ni amor. No hay nada que hacer«, contesto sin escuchar.

«Abre los ojos«, dijo la voz resonando en su conciencia.

Una mano tendida, un paseo efímero en el tiempo. Sólo unos segundos fueron suficientes para recorrer el largo camino de la que había sido toda su vida.

«Mira todo lo que has hecho«, susurró el mundo en su memoria.

Y lo vio:

–> del pasado solemos recordar las derrotas, los fracasos, las batallas perdidas… por el pasado nos condenamos, nos castigamos y sentimos dolor.

–> del presente sólo apreciamos los huecos vacíos, lo que falta, lo que está sin hacer; por ello nos condenamos, nos castigamos y sentimos dolor.

«¿Y el futuro?«, preguntó.

«El futuro eres tú«, dudó, «Pero no habrá futuro si no puedes ver todo lo que has hecho«

resurrección

No se trata de lamentar los errores, de sufrir los fracasos. Entonces lo supe, como lo sé ahora, y te lo cuento para que también lo sepas tú.

Cuando sientas el peso de la derrota no te lamentes por no estar donde te dijeron que tenías que estar en el momento en que dieron por sentado que debías estar. Sólo detente y mira dónde estás. ¿Cuánto has superado ya? ¿Cuánto has conseguido? ¿Cuántas almas has cambiado a tu paso por el mundo? Ese es tu poder.

La crisálida se rompió y, por primera vez, dejé de sufrir por no ser lo que tenía que ser.

Comprendí lo que soy y desaté todo mi poder.

Este cuento lo escribí para mi amiga Lu una noche como cualquier otra, de esas en las que arreglamos el mundo a nuestra manera, viviendo nuestro particular proceso de reconstrucción.

Tú haces cosas con tus hilos de colores y yo lío palabras torcidas con bolis gastaducos… luego nos preguntan que qué hacemos cuando nos quedamos solas el ratito de cerrar. ¿Qué harán las demás personas cuando estamos nosotras en esos ratitos?

Sea como sea, me acuerdo de haber llorado con esta historia, me gusta verte la cara cuando te gustan las cosas.

Ha sido una pasada conectar contigo. Te quiero, tía.