‘Crawling in my heart’

Lo peor no es estar enamorada de un gilipollas, porque al fin y al cabo, sabes que es gilipollas y sabes lo que hay. Lo peor es estar enamorada de una ilusión sin rostro que sabes que existe en algún lugar, porque lo has sentido, lo has vivido, aunque no hayas podido capturarla.

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Supongo que en eso consiste el amor romántico de las novelas, los poemas y las canciones. Debe de ser algo parecido a un grandísimo vacío que no puede llenarse, una especie de icono fabricado con retales de recuerdos de experiencias lejanas y mezclado y adornado con sueños y esperanzas, deseos de lo que se anhela y se sueña que aun no se ha conocido pero que en algún lugar ha de encontrarse.

Es como buscar una especie de panacea. No te conformas con cariño ni con una relación estable perfecta, siempre hay una parte de ti profunda que contiene una herida abierta y lacerante que a veces te ahoga y te supura y no sabes cómo frenarla porque no tiene cura.

En momentos de calma y tranquilidad, cuando todo debe de ser perfecto y debe estar bien como está, te asalta el dolor y la duda y la inquietud. Y vuelves a soñar con esas manos que te tocan, su forma de mirar, su calor, su perfume, su voz… pero al despertar él ya no está, se ha esfumado y se ha llevado consigo todo el placer que representa dejándote junto a la almohada la rutina, que no está mal, es perfecta, pero no es él. Aunque no sepas quién es.

Y tal cual, como si fuera un desfile de fracasos elaborado por tu conciencia para ahondar la herida, marchan ante ti todos y cada uno de los rostros que alguna vez fueron portadores de esa especie de magia lejana que no existe salvo en tus sueños. Y te asquea el recuerdo porque todas fueron malas experiencias de capullos engreídos que confundiste con la embriaguez de la pasión del momento. Pero están ahí, recordándote que una vez, gracias a ellos lo sentiste, que por eso sabes que existe y que por eso lo deseas, porque aunque fueran imbéciles, babosos, petulantes, niñatos, crueles y asquerosos ellos te lo hicieron sentir el tiempo suficiente como para confundirte.

Te odias a ti misma y al mismo tiempo les odias a ellos. No te queda más remedio. Es una sensación horrible y asquerosa que se apodera de tus entrañas. Repasas mentalmente los hechos, analizas tu realidad, todo marcha bien, todo sale poco a poco, todo va floreciendo… pero por mucha luz que haya en tu vida siempre hay un remoto lugar recóndito de oscuridad gélida que duele porque está vacío y no puede llenarlo.

¿Volverías? ¿Volverías a verles de nuevo? ¿Volverías a meterte en sus camas sucias y asquerosas sólo para darte cuenta otra vez de que esa sensación ficticia jamás volverá representada por sus cuerpos? Claro que no. Pero repasas la lista, los encuentros, los nombres y los números de teléfono y te preguntas si aun queda esperanza. Si aun merecerá la pena intentarlo.

Una vez más… la tentación de equivocarte, aunque sepas que es un error, es tan grande… siempre queda alguno, siempre queda algún nombre, algún aliento, algún brazo al que recurrir en estos momentos de desconcierto. Aunque sea un poco un sacrificio. ¿Por qué nos gusta ahogarnos? Porque lo que nos gusta es la sensación de volver salir a flote, como un corcho en el mar, como un tentetieso al que nos gusta golpear una y otra vez sólo por el hecho de que él solito vuelve a ponerse siempre derecho.

Así somos. Supongo. Masoquistas, difíciles, duros, despreciables, nos herimos sólo por el placer de reconciliarnos, nos alejamos sólo por el gusto de volver a luchar por vernos, nos perdemos para lamentarlo y para tener en el futuro un sueño al que recurrir con ojos brillantes cuando lo hayamos conseguido todo. Porque hagamos lo que hagamos siempre habrá algo que no tuvimos, y no lo tuvimos porque no lo quisimos.

Y si, estoy reconociendo que estoy enamorada de algo por lo que no quiero luchar. Pero sí, estoy reconociendo que volveré a hacerme daño con ese amor prohibido, porque volveré a morder la manzana del pecado y volveré a ser expulsada del paraíso. Pero al menos, la habré mordido de nuevo. Y su sabor… su dulce sabor… eso es algo por lo que habrá merecido la pena pecar, aunque sea la única gota de agua que quede en mi desierto.