Dinero, i+D+I, ¿qué valen las cosas que valen?

Dicen que el dinero es importante, que puede ayudar a comprar la felicidad y que soluciona muchos problemas. ¿Los soluciona o los causa, más bien? ¿En qué momento de la historia se convirtió el dinero en el mayor cáncer que afecta a la humanidad?

Cuentan las enciclopedias que en la antigüedad, cuando las pequeñas tribus nómadas descubrieron la agricultura y la ganadería descubrieron que la producción generaba un cierto excedente que permitía que algunos miembros de esas tribus no tuvieran que trabajar para comer pudiendo dedicarse, de esta manera, a desarrollar otro tipo de oficios.

Así surgieron los primeros departamentos de i+D+I de la historia, personas que podían averiguar cómo hacer mejores casas, mejores ropas, mejores armas, cosas más bonitas o más eficaces… al fin y al cabo, con las necesidades primarias cubiertas, podían dedicar su tiempo a otros menesteres que sirvieran de mejoras a su propia sociedad.

Del mismo modo, surgió el trueque como forma de pago, ya que cada persona podía intercambiar sus excedentes por los de otra persona, accediendo así a productos que no estaban en sus manos. Por ejemplo, siempre podía un agricultor cambiar manzanas por pieles para abrigarse en invierno.

Según la wikipedia, es posible que alguna vez el fabricante de pieles quisiera otra cosa y no manzanas, obligando así al agricultor a tratar con un tercero antes de conseguir el objeto de su deseo. Esto, seguramente, hizo que acabara pidiéndole al tercero un «vale por». Obtenidas las pieles, es posible que el cazador del pueblo conservara el vale y lo cambiara en un futuro por otra cosa… y así sucesivamente. Puede que el vale nunca fuera canjeado y, simplemente, se perdiera o destruyera con el tiempo. Sin embargo, debió de rotar por muchas manos y tribus siendo intercambiado por un sinfín de productos hasta que perdiera su valor y desapareciera sin más en el tiempo.

Cuentan que el dinero no es más que un material fácilmente intercambiable por otras cosas, fácil de transportar y fácil de acumular. Algo sin valor, que simplemente se puede mover de un lado a otro y que sirve para obtener cosas. En algún momento de la historia, el dinero se debió de transformar en monedas y billetes como los que todos tenéis en los bolsillos.

Pero, ¿sabéis qué es lo curioso? Tengo un billete de 20€ en el bolsillo desde hace dos semanas y todavía no lo he gastado. Creo que es el único dinero tal y como lo conocemos que tengo a mi disposición desde que he llegado al pueblo (todo lo demás, se lo envié en un giro postal a una amiga que se había quedado sin blanca). Resulta que aquí, donde estoy, esos papeles y trozos de metal circulares no tienen valor para las personas que me rodean.

La comida brota del suelo y crece en los árboles. El agua mana libremente de los caños de la plaza y en las calles. ¿Quieres que alguien te de algo? Ofrece algo a cambio, pero no trates de comprárselo. He intentado pagar un millar de veces y todas y cada una de las veces me han dicho: «¡deja eso! Aquí no te sirve de nada».

Sin embargo, cuando se enteraron de que había recogido un montón de kilos de moras, muchos fueron los que se acercaron por mi casa con frascos de cristal para preguntarme si las moras eran para hacer mermelada casera. He regalado un montón de esos frascos, por lo visto, me queda deliciosa. Gracioso, ¿no?

«No sé por qué insisten los del banco, si nosotros no tenemos dinero». Tere.

«No vendemos las manzanas porque no tenemos dinero, las regalamos porque tenemos amigos». Jesús.

«Trabajo hay siempre, lo que no hay es dinero». Maite.

«El que quiere trabajar, trabaja». Lili.

Ayer, mismamente, estuve hablando con una amiga de por aquí sobre lo que vamos a hacer después de la vendimia. Es evidente que tendremos que volver a León, porque Gómez tiene que estudiar su carrera y este curso ya está pagado. Pero… ¿y si no encuentro trabajo? Algunos dicen que tengo que seguir buscando, y eso ya lo hago (he mandado currículos, mails, presupuestos… y de todo un poco por todas partes), pero también me han dicho que busque un trabajo de otra cosa para poder pagarme el piso.

No es una mala opción, supongo, si lo que quiero es pasar el resto de mi vida amargada en un curro de mierda por cuatro duros para mantener el piso en una ciudad en la que ni siquiera me gustaría acabar mi vida. Seguiría estando jodida a fin de mes, seguiría teniendo el mismo dinero para divertirme y gastar fuera de la comida… y seguramente llegaría a casa tan reventada que no tendría ganas ni tiempo por desarrollar mi profesión que es, sin ir más lejos, mi placer personal.

No me gustaría acabar así. Me gusta el campo. Me gusta la naturaleza. Lo que más me gusta es que cuando estoy aquí no tengo miedo, no tengo que estar pendiente de la cerradura de casa, de la documentación, de la guardia civil, de los ladrones, de la gente que quiere jugar con otras personas, de los ligones, de los camareros… y no tengo gastos estúpidos. Aquí la comida vale lo que vale, sólo tengo que estirar la mano y cogerla. No le ponen precio al agua cristalina que baja de la montaña, ni a la tierra. Todo es de todos y si quieres algo sólo tienes que pedirlo y cogerlo.

¿Por qué no? Podría venir aquí. Dicen que trabajar el campo es agotador, un coñazo. Y es cierto. La vendimia me mata los días que vamos toda la mañana. Pero luego nos quedan todas las tardes libres, las noches, algunos fines de semana, cuando llueve… y sobre todo cuando acaba la temporada. No hay que matarse en el campo todo el año. Es trabajo, da recursos, cubre las necesidades básicas y me deja tiempo para diseñar y programar todo lo que quiero.

Supongo que si no encontrara trabajo este curso me pensaré seriamente lo de venirme al pueblo. No es tan mala idea. Además, me han ofrecido tierras para que haga con ellas lo que quiera. No puedo decir que no sin más, ¿no?