Él último jabalí, el primer semillero

Una diferencia asombrosamente clave entre la vida rural y la vida urbana es el metrónomo que se usa para medir los tiempos. En la ciudad se usan las jornadas lectivas, más o menos. Las vacaciones, los locales que abren y que cierran, las ofertas de ocio, etc, se van ajustando a las épocas del año en que hay más gente y casi siempre suelen coincidir con los ciclos escolares y formativos. Aquí, en el entorno rural, nuestro metrónomo son los cambios climáticos y las estaciones. Dependemos mucho de nuestro entorno natural.

Ayer se acabó la temporada de caza del jabalí. Y mientras el hombre que duerme en mi cama se dedicaba con los demás guerreros de la tribu a peinar el monte en batida en busca de las últimas piezas de caza, yo me dediqué a empezar a organizar las actividades agrícolas de mi casa.

Antes, los huertos los trabajaban los maridos. Ellos los araban, los desbrozaban, los sembraban… ahora los huertos son el trabajo de los viejos. Ahora las personas trabajan y nadie quiere hacer huerto, salvo las personas que se dedican a vender su producto. Los mayores no quieren perder su rutina de trabajo porque la tierra les gratifica y es una ocupación que desepeñan a su ritmo para estar entretenidos y ayudar a alimentar a sus hijos y nietos, que trabajan en las ciudades o en los negocios locales.

Así que aprovechando que los hombres se iban de batida, estuve arando el huerto y planificando mis cultivos de este año y decidiendo cómo voy a organizar los semilleros. En teoría se empiezan a sembrar en marzo y podría haberme esperado una semana más. Pero quería abonar la tierra, limpiar la poza de basura acumulada para poder sacar el agua y abrir el camino para poder entrar. La semana que viene nos vamos de boda a La Rioja y en marzo hay que empezar a sembrar cosas, así que no quería tener que arreglarlo todo a la vuelta de la boda y darme una paliza… más vale prevenir, ¿no?

Cuando los hombres cuidaban los huertos, las tareas de limpieza y siembra ocurrían después de la temporada de caza, que era cuando tenían tiempo. Además, antaño se cazaba para conseguir comida cuando la tierra no daba. Pues cuán grande sería mi sorpresa cuando al llegar a casa después del trabajo en mi huerto me encontré allí el último jabalí de esta temporada.

No era una gran pieza, pero siendo jabalí, es mejor pequeño que grande por la ternura de la carne. Y ahí estaba, colgado de la bodega. Y allí estaba el hombre que duerme en mi cama. Lo primero que me puso en las manos fue el corazón todavía caliente del animal como si fuera una ofrenda (sabe que me gustan esas cosas) y me acordé del cuento el cazador y la bruja. Si no fuera por la triquina (hay que reconocerlos antes de morderlos) le habría hincado el diente ahí mismo.

Ya tenemos chicha en el arcón para aguantar hasta que el huerto dé sus frutos. Y mientras las cosas suceden a nuestro alrededor, este año me he propuesto autoabastecerme de verdad. Centrando mis esfuerzos en dos objetivos: comida y trabajo.