Merecido descanso: volver a sentir mi propia piel

Este fin de semana me he dado cuenta de algo importante: no descanso. Nunca. Todos los días de mi vida, desde que me levanto hasta que cae el sol estoy trabajando. Proyectos, responsabilidades, animales, trabajos temporales… y sí, es verdad que algunas noches bebo de más y me acuesto mareada, pero eso no es descansar. Realmente no lo es.

Ayer un par de amigos se pusieron de acuerdo y me arrastraron de fiesta. Yo no quería ir. Tenía cosas que hacer. Pero, se pusieron de acuerdo para obligarme a salir, y salí. Nos fuimos cinco pueblos más allá a las fiestas. Había mucha gente, feria y verbena. La orquesta era una basura, como casi todas las de bajo presupuesto que es lo que nos traen por estos lares para las celebraciones típicas.

Fue muy divertido. Lo bueno de los pueblos pequeños es que son como barrios, básicamente tienen dos calles, una plaza y dos bares y no sueles perderte en ningún sitio. Y por primera vez en mi vida me sentía cómoda en un lugar que no conocía con gente a la que no conocía. En cuestión de minutos ya iba de un lado a otro hablando con todo el mundo, bailando y pasándolo bien. Me movía como un pez en el agua y la gente pensaba que era de allí mismo y me preguntaban cosas sobre el lugar y sobre otras personas a las que yo no supe contestar ni me importó.

Incluso en una ocasión, una chica me pidió que la acompañara a pedir a la barra porque la daba vergüenza ir sola y sus amigas se habían desperdigado. Me colé, porque yo siempre me cuelo como Pedro por su casa en los bares, y sin más, pedí las cervezas de la muchacha y el camarero pensando que eran mías y sin conocerme de nada me las invitó. No sabía que todavía tenía ese súper poder, pero estuvo bien no ser ‘mayor’ por una noche. La chica se quedó un poco pillada porque decía que no había visto eso en su vida y bueno, tampoco supe explicarle cómo lo había hecho, es algo que me sale natural.

Volví a casa a las 7 o así de la mañana y dormí hasta el mediodía. Y cuando me levanté me fui a ‘desayunar’ al bar de un amigo. No sé cómo fue la cosa que se nos subió el calor a la cabeza y surgió la idea de bajar a bañarnos al río. Así que allí nos pasamos la tarde, haciendo el imbécil como auténticos adolescentes de los de antes.

Por un fin de semana he vuelto a tener 16 años.

Lo singular de este fin de semana es que no sabía lo cansada y quemada que estaba hasta que me sacaron de mi rutina y me obligaron a olvidar. Trabajo horas, muchas horas, si no trabajo para alguien lo hago para mí misma y me paso la vida trabajando y sosteniendo un castillo de naipes. Para mí, todo ese trabajo es natural, forma parte del sistema de vida que estoy construyendo así que simplemente no valoro hasta dónde llega mi esfuerzo.

Cuando me metí en el agua nadé y nadé y volví a nadar. Y cuando me senté en el escalón a disfrutar de la sensación que producía el contacto del agua helada de río en mi piel me di cuenta de que tengo el río a menos de 3 kilómetros de casa y que no lo había pisado en dos años. Se da la casualidad de que tampoco me había ido de verbena de verdad en dos años porque siempre he tenido que trabajar en esas fechas. Ha sido una pasada.

La mayoría de la gente no se da cuenta de la suerte que tiene de poder disfrutar de esas cosas en sus días de vacaciones. Simplemente, de tener vacaciones. Yo no tengo de eso. Vivo en la cuerda floja de la supervivencia y toda mi estructura se sostiene con esfuerzo y trabajo constantes. Y funciona. Porque las cosas están mejorando cada vez más. Y mi pequeño mundo está creciendo y desarrollándose. Y me siento cada día más orgullosa de mí misma.

Antes me molestaba que la gente fuera tan cínica y tan necia de creer que saben de lo que hablan. Lo cierto es que no conozco a nadie que sepa vivir sin dinero tan bien como lo hago yo. Ahora he descubierto que ni siquiera me molestan los comentarios de ese tipo de personas. Esas cosas como ‘qué bien vives’ y tal… antes me ponía de los nervios, pero ahora ya, resulta que me resbala. Resulta que me da igual porque cuando pienso en las personas que me dicen cosas y que cuchichean a mi alrededor me doy cuenta de que son personas que no tienen una vida propiamente dicha. Ni valor para tenerla.