La invisibilidad de una mujer casada

Vivir en una burbuja ofrece muchas ventajas. El misterio, el desconocimiento… llega un momento en el que te acostumbras a no contestar preguntas, a dejar que todo el mundo a tu alrededor construya su propia historia. Si te defiendes y luchas contra la opinión pública, te ves obligada a demostrar quien eres, te vuelves vulnerable. Si dejas que la gente crea en lo que quiere creer al final son ellos mismos quienes se exponen ofreciéndose como un cebo y cubriéndote y protegiéndote sin saberlo.

El negocio va bien. La red funciona con estabilidad y nadie sospecha nada. Todos tenemos claro cuál es nuestro papel, todos hacemos única y exclusivamente nuestro trabajo y todos recibimos  y disfrutamos de nuestros beneficios en función de nuestros intereses.

Y mientras desde mi punto clave voy abriendo la nueva ruta de comercio, más de 60 unidades de la GC se encuentran vigilando los accesos de la vieja ruta que utilizaban antiguamente para subir y bajar la mercancía. Era de esperar. Resultó que el festival de música no era más que la oportunidad perfecta para aprovechar la confusión y el movimiento de la gente. Pero no se han mezclado con los hippies. Dejaron pensar a los soldados que vendrían mezclados con los bufones y mientras todos miran hacia allí, los nuestros suben por las pistas desplazándose en la noche por rutas que ni siquiera vienen en los mapas. Lo que no sabe nadie es que todas esas rutas las mapeé el año pasado utilizando los descubrimientos de un amigo arqueólogo que quería acostarse conmigo.

En la hora de la verdad llega un momento en el que tienes que ser consciente de que hay grados y grados de compromiso. Ayer pasé el día con Aker. Me dio muchas lecciones y mucha información, seguimos en proceso de ampliar conocimientos y poco a poco me está convirtiendo en una maestra del ilusionismo. Cada día que paso en su cama se abre un mundo nuevo de posibilidades y opciones.

«¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar?»

Acepté el anillo de casada en mi dedo anular. No es un matrimonio, es parte de un contrato, un pacto. Ahora estoy dentro y pertenezco al lado oscuro, un lado nada bueno para permitir que ningún tipo de persona decente, legal y normal se atreva a fijarse en mí. Un lado difícil y peligroso, porque ahora tengo que fingir que soy una persona normal y corriente, con una vida normal y corriente, pero no puedo permitir que nadie se fije en mí. Aceptar el compromiso de trabajar con los malos implica aceptar que ahora eres un monstruo. Y la sociedad, a los monstruos, los temen, los repudian, los localizan y se deshacen de ellos. Los  monstruos no están bien vistos. Y tampoco tienen vidas normales. ¿Cómo podría proteger a Efraín? Si soy sincera con él acabaré arruinándole la vida y convirtiéndole en cómplice de mis delitos. Si no soy sincera con él, me pasaría toda la vida mintiéndole.

Por eso, me veo obligada a buscar la manera de pasar desapercibida, de alejarlos a todos de mí. Y eso es lo que me proporciona un anillo de oro blanco en mi dedo anular. ¿Y mi marido? En la cárcel, esperando a que resuelvan la sentencia. ¿Y la boda? ha sido todo demasiado rápido, tal vez cuando se arregle las cosas podamos celebrarlo en condiciones.

Nadie le tira los trastos a una mujer casada. Nadie le pregunta a una mujer casada de dónde sale su dinero. Nadie le pregunta a una mujer casada dónde está cuando no se encuentra en casa. Asumen que todo lo que no es tuyo es de tu marido, que cuando no estás bajo la vigilancia del pueblo estás en algún lugar con tu marido. Y todo el mundo deja de observarte, de vigilarte, de interesarse por ti. Las mujeres casadas nos volvemos invisibles al mundo y estamos libres de sospechas. Sólo tengo que buscar la manera de «distraerme» durante el día en lo que mi «marido» viene y no viene… y termina de resolver sus problemas.

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