Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.
Llegó el momento.
Todos los ciclos deben terminar, todas las aventuras deben acabarse en algún momento y dejar espacio para las nuevas. Pero, ¿cómo podría una bruja mortal librarse de su unión con un demonio tan poderoso como el Aker? No es fácil, en absoluto, escapar de las cadenas de un carcelero obsesivo tan perspicaz. Por eso es por lo que no se debe invocar al demonio, mucho menos aún llegar a un pacto con él, si no se tiene un plan para poder zanjarlo llegado el momento.
Tardó un año en confiar y unos meses más en despistarse. Los demonios son manipuladores, tóxicos, obsesivos, controladores… se meten en tu cerebro y siempre quieren saber dónde estás, con quién estás, qué estás haciendo, cómo lo estás haciendo. Se aseguran de mirarte y observarte y estudiarte por dentro y por fuera para que no se les escape ni una milésima de tu vida de su control. Los demonios son así, necesitan saber en todo momento que estás bajo su poder, te ponen a prueba, te presionan, te mienten, te torturan cuando cometes el más mínimo error y te cuentan historias de terror para asegurarse de que jamás te atreverás a desobedecerle.
Tales eran sus cuentos y su mentiras que este demonio se hizo una bola demasiado grande, una bola que alcanzaba demasiado lejos, una bola que con el paso del tiempo acabó por llenarse ella sola de agujeros y lagunas imposibles de rellenar. Él no sabía que todo lo apuntaba y gravaba en cientos de miles de minutos de audio que me ayudaban a percibir y captar todos los detalles de sus historias. ¿Eran verdad o eran mentira? Las mentiras tienen las patitas muy cortas… y el pobre demonio había cometido un error terrible: no conocía el alcance de mi poder.
Durante años he recorrido estas tierras, he conocido a sus gentes y me he involucrado con sus problemas y quehaceres cotidianos día y noche. En todas partes me conocen, todos saben quién soy. Sí, puede que con ayuda del demonio mi magia haya recorrido la sierra entera, pueblo por pueblo, y mi nombre sea ya conocido y reconocido. Durante el tiempo que el demonio había estado físicamente atrapado en mi torre, la mayoría de nuestros clientes habían aprendido a darse cuenta de las pequeñas diferencias entre él y yo. Y los últimos meses que pasó aquí creyendo que era el centro del universo todo el mundo aprendió a desconfiar de él. Al demonio se le veían la cola y los cuernos cuando se proyectaba su sombra contra las paredes… y sus malas artes no tenían ni punto de comparación frente a la poderosa magia que ofrecía a todos los que recurrían a mí.
Pero a los demonios eso no les gusta… no quería que la gente recurriera a él porque le molestaban las quejas y las vocecillas de los mortales quejándose de sus males en busca de soluciones. Pero tampoco dejaba nada para mí. Me humillaba en casa y me despreciaba, para que fuera consciente en todo momento de que yo no valía nada sin él, de que nunca podría hacer nada sin él, de que no era más que un jarrón vacío que sin su magia no servía para nada más que para tirar a la basura. Era su magia, era su negra sabia lo que la gente quería de mí y sin ello nunca contaría ni existiría en este mundo. Yo era su reina porque él me había puesto en el trono al lado de su corona. Ya no recordaba quién había invocado a quién.
Pero no le funcionó. Durante meses había estudiado su rutina, había medido los tiempos que tardaba en ir y venir y hacer determinadas cosas y qué mentiras eran creíbles en sus oídos arrogantes. Y sabía cómo emplearlas. Le convencí, no sólo de que creía en sus palabras tóxicas sobre mi persona, sino de que además de eso tenía toda la razón. Y hasta él mismo acabó creyendo sus propias palabras. Pobrecita alma perdida que necesitaba del vil demonio para sobrevivir en un mundo tan cruel y vacío, tan lleno de enemigos horribles.
Una vez estuvo convencido de aquello, comencé mi largo y arduo caminar hacia mi liberación.
Ahorré… sí, ahorré. Aker Deimos creía que controlaba mis fianzas. Como los gitanos, como los mercheros, como todos los hombres machistas del mundo. Creía que sabía exactamente el dinero que me daba y el dinero que me hacía falta y creía que me tenía agarrada por las cadenas de la pobreza. Necesitaba sus míseras propinas para sobrevivir en el mundo porque sin sus migajas no tenía nada que llevarme a la boca. Y por mantener su creencia, viví durante meses en la más profunda austeridad… siempre que él venía a verme, claro. Él no sabía que tenía mi propia fuente de ingresos, una fuente que construí años atrás en una cuenta bancaria a la que él jamás tendría acceso y que recibía dinero estable todos los meses a través de unas gestiones y procesos que hice en secreto. Y de ese dinero, fui guardando, desviándolo a una caja fuerte que él tampoco sabía que tengo en casa. Porque él conoce dos de mis cajas fuertes, claro, y la combinación de ambas. Pero aquellas las compré junto con él cuando consideró que las necesitaba y jamás le desvelé que ya de antes tenía una en la que aprendí a guardar un pequeño porcentaje de todo lo que entraba en mi casa.
Para cuando necesité el dinero lo tenía ahí, no era mucho, pero sí suficiente como para mantener las apariencias e iniciar la transición.
El segundo paso eran los contactos. Necesitaba localizar y encontrar buenos proveedores y asegurarme de que conservaría a mis clientes sin que el demonio sospechara que estaba desviando la demanda hacia otros cauces. ¿Cómo se puede robar el cauce de un río tan caudaloso sin que nadie se de cuenta? Ese río debía secarse. El demonio tenía que saber que el río se estaba secando.
Investigué y con todas las cartas sobre la mesa seleccioné a las personas de confianza. Era un paso delicado y era necesario tener muchísimo cuidado. Con mucha cautela fui contando a según qué personas, previamente seleccionadas, lo que estaba sucediendo entre el demonio y yo. Eran personas capaces de ver la realidad por debajo de la ilusión de la apariencia de la magia fútil del demonio, personas que ya se habían apercibido de que algo grave estaba pasando. Poco a poco, fui desahogándome con esas personas, contándoles, explicándoles… hasta que esas mismas personas se ofrecieron a ayudarme pasara lo que pasara.
Y mientras todo eso ocurría, mientras ahorraba mi dinero y creaba lazos de confianza con las únicas personas que podían abrirme la puerta que el demonio me cerraría, fui quitándole al demonio el control que ejercía sobre mí. Él se marchó de mi casa en cuando hubo de nuevo libertad para deambular del mundo, se marchó al piso franco y se metió de nuevo en su trabajo de tapadera. Para entonces, yo estaba enferma… más o menos, los abusos que él ejercía sobre mí daban los frutos que esperaba de mí: no me movía de casa, no hacía nada más que estar triste y apagada, no era nada ni nadie más allá del alma en pena que él había construido para servir a sus propósitos. Y entonces se confió.
Estaba tan seguro de haber anulado mis fuerzas, mis capacidades y mis deseos que ni siquiera imaginaba que en su ausencia me movía en las sombras. No le llamaba, no le escribía, apenas contestaba a sus llamadas. Y cuando lo hacía, pasaba horas en silencio escuchando las burradas que tenía que decirme. Él no lo supo nunca, ni lo sabrá. La mitad de las veces dejaba el teléfono encima de la mesa y ni siquiera le escuchaba, sólo lo dejaba hablando a la nada hasta que colgaba convencido de que estaba exhausta. Después me movía rápida y veloz.
Un día llegó el momento de empezar a desviar el cauce del río. Un amigo me abrió dos puertas del Infierno y entré. A través de él, claro, que fue mi llave y me dio paso para presentarme a los diferentes señores. Pero una vez dentro era yo la que tenía que deslumbrar y convencer. Y convencí. Vaya si convencí… ya sé cómo funciona un demonio, ya sé como funcionan los diablos y diablesas. Así que supe interpretar mi papel a la perfección. Y todos quedaron impresionados. Nadie sabía quién era yo ni de dónde venía ni qué hacía con lo que me llevaba de allí. Pero todos se dieron cuenta de que aparecía todas las semanas una o dos veces y siempre me llevaba la misma cantidad. Y una vez, es para mí. Dos veces, se preguntan en qué trabajaré para poder gastar tanto dinero. Pero tres… a la tercera ya no hay dudas ni preguntas. Con una apariencia falsa y un nombre falso di los datos que necesitaban saber para satisfacer su curiosidad: nunca llamo, nunca de urgencia, nunca trato el asunto por teléfono, siempre la misma cantidad, siempre el mismo precio, sin quejas, sin problemas, sin rollos… y así fue.
Con la mercancía preparada en casa fue fácil desviar el cauce del agua… uno para ti, otro para mí. Hasta que un día le dije, directamente, que quería dejarlo porque estaba cansada de ir y venir y de no poder centrarme en nada. Le dije que estaba hundida, fracasada, deprimida, que no podía seguir viviendo así, tan enajenada del mundo, le dije que necesitaba tiempo y que atendería a los dos o tres clientes de casa y que si alguno tenía coche y quería le mandaría a su casa directamente… total, para entonces el ya tenía sus clientes y ganaba suficiente como para no necesitar lo que sacaba yo, con no darme nada, le bastaba. Y ese fue el acuerdo: no recibirás nada hasta que vuelvas al trabajo. Y me pareció bien. Al fin y al cabo, yo iba a empezar con mi proyecto.
Todo iba bien. Él recibía algún que otro cliente de vez en cuando, le sacaba alguna que otra venta y le llevaba a buscar su mercancía cuando lo necesitaba. Seguía gritándome y tratándome como una escoria, pensando que mi vida seguía dependiendo de su fortuna… una fortuna de la que yo no sacaba nada, ¡vaya cosa! Y mis clientes seguían viniendo a mi puerta y seguían teniendo lo que buscaban.
Con el tiempo, todos empezaron a notar la diferencia. Ahora está más rico, sabe mejor, funciona mejor, es más generoso… ahora no está el demonio conmigo.
Un día invoqué a dos amigos a un aquelarre. Invité al demonio también, sin decirle que era un aquelarre. Pero no quiso venir. No quiso que viera a mis amigos, no quiso que tuviera refuerzos ni ayuda. No le gustó… se enfadó, rabió, me gritó, me chilló… y todo el mundo pudo oírle esta vez. Así que, aquella noche, llamamos a los dioses de la luz y de la tierra, invocamos a la madre y al padre, y comezamos el conjuro que ataría de nuevo al demonio de vuelta al Averno.
Y funcionó. Al día siguiente, me llamó para romper conmigo y así lo hice. Me presenté en su piso a recoger mis cosas y allí mismo me montó un cirio tremendo. Supongo que esperaba que estuviera aún bajo el influjo de su magia negra, pensó que estaba tan atada y amarrada a su maldición que durante un año entero no se había ni imaginado que estaba rompiendo sus cadenas poco a poco. Ya no me importaba nada. ¿El dinero? no importaba. ¿El negocio? ¿Los clientes? ¿La mercancía? nada de eso importaba.
Su ira se hizo inmensa, su furia retumbó en las paredes. Me amenazó, me gritó, levantó su mano para lanzar contra mí toda la potencia de su ira. Y tembló de frustración cuando toda su carga de energía pasó por mi lado como el agua que choca contra una gran piedra y sigue su curso sin que ésta se inmute. Estaba protegida. Durante el aquelarre habían invocado el escudo protector que me serviría para que su ira fuera inútil contra mí. Por supuesto, aquello lo desconcertó, tanto fue que el pobre diablo no supo ni qué estaba ocurriendo, no entendía por qué no podía herirme ni hacerme daño. Lo intentó varias veces, una tras otra, cada vez más preocupado y mucho más enfadado. Y lo único que consiguió fue ser testigo de cómo su bruja, su esclava, su reina, recogía sus cosas una a una, dejaba las llaves encima de un mueble y salía caminando, tranquila, segura de sí misma por primera vez, escaleras abajo. Aker Deimos temió que me escapara, no podía permitirlo… y salió escaleras abajo embistiendo como un toro de Miura.
Entonces levanté mi mano derecha y armada con la magia de las meigas, de las brujas, de los chamanes y hechiceros que me preceden, de los magos, de los dioses antiguos… toda esa magia de la tierra en mis manos… y con la palma abierta en su dirección susurré una sola palabra: basta. El demonio no pudo cruzar el umbral que lo separaba de mí. El ruido del golpe contra la puerta del edifico asustó incluso a los vecinos y lugareños que andaban por la zona. Pero la cara de miedo del demonio que no sabía qué estaba ocurriendo fue épica. Intentó salir, pero no pudo, se retorció, gritó y escupió mil maldiciones… pero ya no surtirían efecto nunca más. Un segundo nada más, un segundo fue lo que me permití quedarme allí, el segundo justo para poder contemplar mi obra: había condenado al mismísimo demonio jugando sus propias cartas, manipulando sus propias artes, utilizando su propia magia.
Durante un momento sentí una última oleada que me sujetaba hacía allí. Me costó levantar el pie y dar mi primer paso. Pero una vez hecho, el eslabón de la última y más fina cadena que me sujetaba a las artimañas del demonio se partió en mil pedazos. Y desde entonces, cada uno de mis pasos se ha vuelto más firme que el anterior, más fuerte, más resistente. La reina había recuperado su reino y había salvado a su tierra de las amenazas de un ser ridículamente vil y miserable.
Más tarde recuperé mis alas de fuego… pero esa es otra historia y os la escribiré un poquito más adelante.

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