Anonima Geek

Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.

El Fénix

Y ahí estaba yo, sola de nuevo. Sola frente al mundo, sola y sin nada, sola y sin recursos… porque si bien había ahorrado dinero y había mantenido mi negocio, lo poco que encontraba para trabajar apenas servía para hacer casi nada más allá de mantener mi estatus entre lo que decidía y no decidía cómo iba a reconstruir mi reino. Y lo peor de todo: la ruina. Ruina que yo no sabía que había quedado en mi mundo tras el paso del demonio por mis tierras… porque actuaba a mis espaldas.

Me mantenía, por supuesto que me mantenía como una antigua y vieja secuoya de mil años que ha visto el mundo devastarse a sus pies cientos de veces, en cientos de tragedias. Y seguía haciendo lo que podía con lo que encontraba: demonios menores, casas de mala reputación, gente de confianza. Porque era lo único que me había quedado, gente fiel y de confianza que a pesar de no estar conforme con lo que podía ofrecerles decidieron apostar todas sus fuerzas por mí sólo con la intención de ayudarme, decidieron conformarse hasta que me fuera bien.

Las primeras semanas las pasé horriblemente mal. Una relación tóxica es como una adicción a una droga dura: te hace daño, lo sabes, pero cuando decides dejarla y consigues dejarla, tu cuerpo tiene síndrome de abstinencia. Eché de menos muchas cosas buenas, muchos momentos felices, muchas sensaciones agradables y placenteras. Eché de menos su olor en mi cama, el calor de su piel, sus besos, sus abrazos, eché de menos tantas cosas… y con forme las añoraba y temblaba y lloraba esas pérdidas y luchaba contra la tentación de volver a invocarlo para llenar el agujero que tenía en mi alma me iba dando cuenta día tras día, minuto tras minuto, de que ninguna de todas las cosas que había podido amar o apreciar y que tanta falta me hacían eran reales. Todo lo que deseaba recuperar no era más que una ilusión, un papel interpretado para satisfacer su parte del trato, la miel con la que creía manipularme para conseguir de mí lo que quería. Todo lo que añoraba había desaparecido tiempo atrás, en el preciso instante en el que se dio cuenta de que no le servía para manipularme.

Me enfadé. Me enfadé con él. No por mentirme ni por engañarme, porque eso ya sabía que iba a pasar. Me enfadé porque no quiso respetar el pacto, porque podríamos haber sido los más grandes de la historia si hubiera respetado las normas y en lugar de construir un imperio lo había destruido todo. Me enfadé con él por eso, por romper todo lo que tocaba, porque le prometí que construiría un palacio para él con mis propias manos y tras haberlo conseguido yo sola sólo para él y para mí, para nosotros, lo derrumbó. Lo hizo pedazos. Me enfadé, porque no teniendo nada ninguno de los dos se lo había dado todo y todo lo había mandado al carajo. Y me enfadé conmigo misma por tener que enfadarme con él. Me enfadé conmigo misma porque en el fondo, a pesar de saber que nunca sería real, en algún momento me había hecho la ilusión y me había convencido a mí misma de que podía ser posible que fuera diferente. No, pequeña, nadie cambia, nada cambia… y hay un momento en la vida de una persona en la que ya lo sabes porque ya tienes la edad y la experiencia para saber que las personas nunca cambian, sólo se aprende a convivir con ellas y se disfrutan o no, pero no se vuelven diferentes aprendan lo que aprendan. Todos seguimos siendo los mismos.

Me envenené de odio y de ira. Y me intoxiqué, me intoxiqué hasta que no me quedaron neuronas en el cerebro, hasta que no pude levantarme de la cama. Me herí a mí misma, me rompí, me destruí. Necesitaba hacerlo, necesitaba tocar fondo, necesitaba ahogarme en el pantano. Porque yo no sé nadar. Puedo mantenerme a flote, puedo desplazarme por el agua sin correr peligro y sobrevivir a las corrientes. Pero no sé nadar. Y el peso de la pena y la decepción eran tan grandes sobre mi espalda que me iba hundiendo de tal manera que luchar por salir del agua sólo iba a servirme para agotar mis fuerzas y acabar ahogándome. Así que me dejé arrastras hasta el fondo, sin más. Necesitaba poner los pies en el suelo para impulsarme de nuevo hacia la superficie.

Cuentan las leyendas que hay un pájaro mágico cuyas lágrimas curan cualquier enfermedad, cualquier mal. Un pájaro con el poder de dominar el fuego, una gran resistencia física y una fuerza gigantesca. Pero este ave no puede vivir eternamente… y cuando ya no puede vivir más, tres días antes de que se llegue el momento fatal, pone un huevo y lo incuba. Mientras todos pueden observar como muere poco a poco, pierde sus plumas, se hunde, el pájaro cuida del huevo sin que nadie pueda apreciarlo, sin que nadie se de cuenta de que existe, pues lo vuelve invisible bajo su cuerpo. Y cuando muere y se derrumba sobre la cáscara del huevo ocurre algo impensable: arde. Arde envuelta en llamas y se calcina, se consume, desaparece. Porque cuando ya no puede más, el Ave Fénix se inmola en su propio fuego y de sus llamas renace rompiendo el cascarón para volver a la vida más fuerte que antes, más vivo que nunca, renace en todo su esplendor.

Cuidé el huevo de mi propio proyecto con mis últimas fuerzas y me inmolé en las llamas de mi propio fuego. Me consumí hasta no quedar nada de mí más que un campo yermo calcinado, negro y vacío de vida. No dejé ni la sombra de mí misma o de todo lo que había sido.

Entonces alcancé la paz, una paz maravillosa e increíble que si bien no era suficiente para hacerme feliz al menos me daba la oportunidad de pensar. Con mi mundo convertido en un solar vacío podía contemplar el espacio y visualizar nuevos comienzos. Paseé durante días en silencio observando el cataclisma. Un día, debajo de las cenizas, me tropecé con algo duro y sólido. Maldije y renegué por el daño que me hice al caer, pero he aquí mi gran sorpresa: me había tropezado con los cimientos de mi viejo reino. El golpe me sirvió para valorar las cosas. Todo lo superficial era paja, combustible sin valor ni durabilidad que había ardido. Pero lo importante estaba ahí, los cimientos habían resistido la catástrofe, eran sólidos, duros, eternos. Eran mis cimientos originales, los que puse yo para crear todo lo que hice con el Demonio antes de que metiera las manos en mi obra. Empecé a pensar. Si los cimientos estaban ahí y eran mi obra, podía utilizarlos para crear algo nuevo, memorable, algo que sobreviviera al tiempo y a cualquier otro desastre, algo bien hecho de verdad. Aún podía hacer historia.

El primer paso era hacer cuentas y anotar todos los problemas que tenía que resolver. Necesitaba dinero para pagar mis deudas y necesitaba, evidentemente, más dinero para poder empezar a hacer dinero de verdad. Necesitaba moverme más y encontrar una vía nueva, fresca, que no nos conociera y pudiera atendernos como era debido. El Demonio me había cerrado puertas que no quería volver a abrir. Podría y puedo, pero no quiero. Porque si aparezco por allí es muy probable que me hagan pagar sus deudas. Y esas deudas a mí no me corresponden. En el momento en que ya estaba decidida, estudié mis números como era debido y dejé de gastar las cosas sin pensar, tenía que hacerlo bien. Recuperé el control y empezaron a salir las cuentas. Entonces una luz se abrió en mi mente, era la respuesta. Con las pruebas encima de la mesa ya no podía cuestionarme la realidad, aunque sigo sin creérmela: me la había jugado. Con Aker no salían las cuentas porque se lo llevaba a mis espaldas, es la única explicación. Empecé a poder pagar las cosas, empecé a poder atender a la gente como era debido y pronto llegaron los comentarios: cómo se nota la diferencia. En cuanto la gente notó la diferencia, me sorprendí, porque hasta que no me explicaron qué había de diferente entre antes y ahora, no terminé de comprender lo que sabía desde el principio y me costaba creer, Aker se había estado aprovechando de todos.

Con trabajo y tesón conseguí financiación. En dos semanas, devolví el dinero que me dejaron y pude pagar mis deudas. Entre otras, las de arreglar el coche, herramienta imprescindible para poder seguir creciendo en mi pequeño mundo. Tan bien hice las cosas que pronto vino a mí, como por arte de magia, un enlace y me lo puso en bandeja: puedo enseñarte la fuente. Y no me engañó ni me pidió nada a cambio. Simple y llanamente me enseñó la fuente. Al igual que el Fénix, he logrado resurgir de mis cenizas. Esta vez sola, esta vez sin depender de nadie, esta vez será todo mío y nunca jamás volveré a compartirlo.

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Este blog es pura ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia y sólo demuestra que tienes un problema severo de autoestima y protagonismo. No seas ególatra!! Se trata de mí, no de ti, por una vez en mi vida.

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