Cuba Libre

¿Qué se hace cuando no se puede hacer nada? Siempre me ha resultado una paradoja eso de «no se puede hacer nada», es obvio que no se puede hacer nada en sí, algo se debe de hacer, de lo contrario… sí que estaríamos haciendo nada, ¿no?

Mi abuela nació y creció en Cuba… en la Cuba Libre de las canciones, antes del golpe de estado, de Fidel Castro y toda esa mierda. Ella me contaba muchas cosas de su vida en aquella tierra salvaje e indómita. Me contaba que corría descalza por los campos de cultivo y por los jardines de sus padres, montaba a caballo, a pelo y a horcajadas, y se bañaba en el río con los muchachos, robaba la pickup de su padre y salían a bailar a los guateques, bebían ron y lo pasaban bien.

Ella siempre decía que tuvo que venir a España exiliada, como sus padres, de Cuba por la cuestión Castrista. Y después de haber crecido en libertad, se encontró aquí, en mi país, con una sociedad mucho más severa y estricta de como se imaginaban los pobres salvajes del otro lado del mar. En el mundo civilizado resultó que mi abuela no podía ir a ninguna parte sola porque estaba mal visto que una joven andara por ahí sin vigilar. Así que mi abuela tuvo que casarse para poder hacer cualquier cosa que quisiera.

Mi abuela tuvo que casarse con un hombre (que luego fue mi abuelo, claro) que no supo nunca dar un palo al agua porque era familia de bien. Un hombre que nunca trabajó hijo de una familia aburguesada, la verdad es que tampoco eran ricos, solo empresarios de una empresa en declive en la que pusieron a mi abuela a trabajar sin cobrar un duro.

Y tuvo que luchar contra todo eso. Un día dejó la empresa familiar porque estaba harta de que, por ser cubana, aquella familia de aburguesados decadentes la trataran, a pesar de haberla casado con su heredero, como a una esclava. Se cansó del desprecio y de no cobrar un duro. Se cansó de ser la señora de alguien que no la valoraba. Y a pesar de todo no rompió su compromiso.

Mi abuela permaneció casada con mi abuelo hasta su muerte. Porque a pesar de todo, en Espña, una mujer de la Cuba Libre soltera no podía sacarse el carnet de conducir, no podía trabajar, no era respetable. Así que lidió con su matrimonio como moneda de cambio de su libertad y fueron esos los grilletes que escogió para poder desarrollarse en otros ámbitos.

Estudió, trabajó, crió a tres hijos completos que fueron a la universidad y, salvando mi madre, tuvieron carreras profesionales de éxito. Cuando sus hijos crecieron y se marcharon, mi abuelo enfermó esclavizando a mi abuela hasta que murió. Cuando mi abuelo murió, mi bisabuela se puso enferma y mi abuela pasó todos esos años esclavizada cuidando de su madre. Y después de que mi bisabuela muriese, mi abuela disfrutó un par de años de su libertad, vino la pandemia y se divorciaron mi hermana y mi madre que, actualmente, siguen viviendo en casa de mi abuela.

Mi abuela siempre me decía cuando era una cría:

«No dejé mi libertad en Cuba y vine a España para que mis hijos y mis nietas sean esclavas de nadie».

Mi abuela ahora tiene un porrón de años y está mayor, pero sigue saliendo a jugar a las cartas y esa clase de cosas, va a la universidad de la experiencia, visita museos. Pero se siente cansada. Y a pesar de todo, me pide que no me rinda.

No, abuela, no… no me voy a rendir. Porque no has dejado tu Cuba Libre para verme esclava de gente despiadada, no has luchado por el voto femenino, por la igualdad de derechos, por romper el techo de cristal, por volver a conquistar una liberad que te ha llegado tan tarde para que me convierta en una antítesis. No abuela, no. No seré yo quien te pida dinero para pagar mis gastos, ni para cubrir mis necesidades, ni para fingir que no necesito que me mantengan. Bastante sacrificaste tú en aras de un mundo que no te ha merecido nunca como para sacrificar también la última pieza de la independencia que queda de tu sangre.

Las mujeres salvajes, como tú y como yo, sabemos lo dura que es la lucha, el tiempo que tenemos que resistir, lo que podemos perder y los sacrificios que hay que hacer. Y si algo he heredado de mi abuela, a parte de sus caderas y su testarudez, es precisamente esa sangre salvaje, ese fuego y esa ansia de libertad. Así que no, abuela, no, nunca permitiré que nos esclavicen, haré todo lo que sea necesario día tras día, noche tras noche, hasta que libere el caudal de nuestro fuego en el mundo. Y nunca más tendrás que preocuparte.