Anonima Geek

Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.

La sublimación de la rabia contenida

Platón decía que el ser humano es como un carro tirado por dos caballos: un caballo blanco que representa nuestro lado bueno y uno negro que representa nuestro lado oscuro. En su alegoría del Carro Alado, definía al auriga como la parte racional del ser humano que media entre los dos caballos para guiar el carro. Básicamente, decía que hay que equilibrar la balanza. Para Platón y para Sócrates, que fue su maestro, la virtud del ser humano se encontraba en el centro entre los extremos.

Entendía a Platón desde los ocho años de edad. Para cuando llegué a mi primera clase de filosofía en tercero o cuarto de ESO las explicaciones básicas ya me parecían triviales y poco profundas. Entendía muchas cosas desde una edad muy temprana. Era el kid de mi supervivencia. En la antigua Grecia decían: sólo sé que no sé nada. Y ese era mi planteamiento, me dedicaba constantemente a cuestionar las verdades absolutas, a no dar nada por sentado, a buscar y descubrir otros matices.

Descubrí que el mundo era una paleta llena de cientos de miles de tonos filosóficos, éticos y políticos absolutamente intrincados y complejos. Investigué y quise saber más. Mientras los demás jugaban en el patio del recreo, yo devoraba los libros de la pobre biblioteca de mi colegio público y freía a preguntas a los profesores en busca de respuestas.

Con doce años me encontré rodeada de profesores y maestros que ya no sabían qué contestar. Habían tocado su límite intelectual.

Con catorce años, los adultos ya no significaban nada para mí.

Recuerdo que me criaron con la obligación de respetar a los mayores, así porque sí, sólo por ser mayores. Recuerdo que una vez cuestioné el razonamiento argumentando que los malos tratos no son propios de personas respetables, que el respeto es una virtud que ha de desarrollarse y merecerse, no algo que deba imponerse. Mi padre se creía socialista porque votaba al PSOE… y con trece años le demostré que actuaba exactamente igual que los dictadores fascistas que tanto criticaba.

De alguna manera comprendí que el mundo se iba a la mierda. Y lo comprendí simplemente porque me di cuenta de que el ser humano ya no busca conocimiento ni mejorías. Desde muy pequeña sabía que el ser humano había perdido su virtud en el mundo, se había masificado y se había dejado convertir en un producto de consumo al servicio de otros poderes. Y el conocimiento se había perdido.

En clases de historia, mi pregunta más famosa era esa de «¿qué fue lo que pasó?». Los profesores siempre me miraban atónitos y me preguntaban que a qué me refería. Y mi respuesta los dejaba más atónitos aún.

«Sócrates, Platón, Aristóteles… sus tratados sobre filosofía y política social; Roma y sus leyes; Al-Andalus y sus conocimientos astronómicos; Egipto y las Pirámides… es fascinante, todas esas civilizaciones nos legaron tratados enteros de conocimiento que aún sigue vigente. Y de repente llega la Edad Media y me estáis diciendo que el ser humano retrocede hasta el punto de no saber hacer un arco de medio punto o un cuadro como es debido?, ¿de pronto se nos olvidó escribir, pintar, componer, cómo se forma el mundo, de dónde venimos? Y si fue así… ¿por qué todavía no hemos recuperado esa sabiduría teniendo todas esas referencias?».

La respuesta más clásica solía ser: «Al pasillo… que vas a confundir a tus compañeros y necesito que se centren y que aprueben».

Así fue como llegué a la conclusión de que el mundo se iba a la mierda: comprendí que a las personas ya no les interesa nada que esté a más de un palmo de distancia de su alcance.

En aquel entonces conocí a muchísima gente que tenía problemas que evidentemente no eran los míos. Tenían problemas simples, fáciles de resolver. Solo que no sabían que podían resolverlos y su frustración venía de que se sentían condenados a esperar hasta que surgiera la fortuna de que otro ser humano les resolviese la papeleta.

En el mundo del todo hecho nos han enseñado a reprimir al caballo negro de nuestro carro. Primero nos enseñaron a tenerlo todo hecho, de manera que ya no teníamos que esforzarnos para conseguir las cosas. Si lo quieres, lo compras. ¿Os acordáis de cuando todo el mundo tenía dinero para todo? Recuerdo que mis compas de cole gastaban facturas de teléfono fijo de 300€, estrenaban zapatillas de 150€ y se burlaban de los que no teníamos ropa de marca. Luego sacaban un cerapio como una tapia y entraban en pánico porque sus padres los iban a matar. Y después de darme una paliza por demostrar que en realidad los exámenes eran fáciles y el problema es que los demás no se esforzaban, aquellos mendrugos volvían al día siguiente con un videojuego nuevo, una camiseta de su equipo de fútbol auténtica o cualquier chorrada carísima como premio de consolación y sus padres ponían a escurrir a los profesores y tutores.

Recuerdo que aquellos brutos de aquel entonces vivían convencidos de que algún día cuando fueran mayores no necesitarían estudios para ganar la pasta que ganaban entonces sus padres, que tampoco tenían estudios.

No se trataba de estudiar, ni siquiera de aprobar. Reconozco que el colegio no me aportó casi nada, no recuerdo casi nada del contenido de las materias de primaria o de la ESO. Y de las que recuerdo, creo que no me ha servido ninguna nunca jamás en mi vida real.

Pero leía. Leía como si no hubiera un mañana y lo leía todo: libros, revistas, cómics, carteles, relatos, cualquier cosa. Leía y pensaba sobre lo que leía.

Cuando nos hicimos mayores, llegaron las crisis. Resulta que hoy por hoy 200.000pts de las de aquel entonces, que son lo que viene a ser una nómina de 1200€ aprox, no llegan ni para pipas en un mundo en el que la inflación ha subido los precios de todo lo que antes se daba por sentado: desde la cesta de la compra, hasta los básicos de higiene personal; por no hablar de lo que vale un piso, un coche nuevo y de lo que cuesta encontrar un trabajo fijo y bien remunerado en un mundo saturado de profesionales con el mismo título debido a la oferta masiva de las universidades privadas y a la meritocracia fomentada por los contratos de prácticas que hoy por hoy son tan obligatorios en todas partes.

No era una cuestión de aprobar mates o lengua. Era una cuestión de aprender a pensar, a cuestionar el mundo.

Después de convencer a la humanidad de que no había que esforzarse para conseguir las cosas, nos convencieron de reprimir nuestro lado oscuro… el alma concupisciente. Alimentaron nuestro ego, focalizaron nuestras pasiones hacia objetivos que están bien y nos convencieron de que sólo había un camino. Hasta tal punto cayó la humanidad en la trampa que no sólo dejamos de concebir la posibilidad de soñar, sino que incluso desarrollamos el mecanismo de defensa destruir a aquellos que sueñan sólo por el temor a comprender que las únicas personas que tienen la culpa de nuestros problemas somos nosotros mismos.

Perdimos la capacidad de ser responsables de nuestros actos hasta límites incalculables. Hubo una sociedad antigua en la que a los hombres que violaban a las mujeres los ahorcaban en la plaza del pueblo. Ahora la culpa es de ellas. Antes la policía investigaba los crímenes, ahora busca un culpable fácil y le da igual que el auténtico criminal esté suelto, lo único que importa es que tienen que cerrar el caso y necesitan un chivo expiatorio para eso.

Sin dinero, sin capacidad para pensar, atrapados en la mentira del sobre esfuerzo para nada, atemorizados de romper las cadenas para aprender por primera vez de qué somos capaces… el mundo se va a la mierda.

Cuando era joven tenía ese fuego indomable dentro de mí, tenía la certeza absoluta de que las mentiras de los adultos no iban a poder conmigo. Sentía dentro de mí la capacidad para descubrir lo que los demás no ven.

En algún momento debí despistarme, me pasó la vida por encima. De alguna manera, acabé cayendo en la trampa y mi alma salvaje acabó reprimida y encadenada en lo más profundo de mi ser, una profundidad que no sabía ni que tenía.

Hace meses que vengo sintiendo cómo esa parte de mí empezaba a reclamar su lugar. Al princio no sabía lo que era, algo así como un latido, como un murmullo, como un zumbido. Con el tiempo se volvió insidioso y acabó atronando dentro de mí como una batucada brasileña. Hasta que lo entendí. Una noche, con un amigo, tuve esta conversación. Aquella noche nos divertimos, nos relajamos, nos desinhibimos. En medio del trance, una imagen saltó desde las profundidades de otro mundo y rugió contra mi cara. Lo vi tan claro, lo oí tan nítido, que me sobresaltó. Pero no dije nada.

En los últimos meses esa imagen se me ha repetido en diferentes momentos de mi vida. Cuando dejé de sobresaltarme, empecé a observarlo y me di cuenta de que estaba atrapado con cadenas dentro de una jaula.

«Hay algo encadenado dentro de mí que quiere salir»

«Pues tendrás que sacarlo», me dijo mi amigo.

«No sé cómo»

«Sí que sabes, pero no te atreves. No te preocupes, yo te acompaño, cuando estés preparada estaré aquí y ya verás que no pasa nada»

Observé al monstruo. Lo estudié. Durante mucho tiempo nos hemos mirado a los ojos. Yo sólo veía un monstruo feroz y peligroso, recluido lejos de la humanidad, un ser vil, oscuro, peligroso y siniestro.

«¿Quién eres? ¿qué eres? ¿qué quieres? ¿por qué a mí?», preguntaba pensando que aquella criatura no tenía comprensión humana.

El mundo se va a la mierda. Lo sabía desde pequeña, lo supe en la universidad y lo sé ahora.

Puede que en algún momento me distrajera. He tenido tantos problemas que parecía lógico recurrir a la represión para intentar encajar en un mundo frío y cruel, egoísta, avaricioso, condenado… ¿para qué? Para que me ataquen, intenten destruirme y aquellos que tienen autoridad para ayudarme decidan volverse en mi contra porque su incompetencia para resolver un crimen ha de compensarse con un chivo expiatorio.

¿Sabes qué cualificación profesional necesita una persona para ser guardia civil en España en la actualidad? La misma que consigueron aquellos brutos desalmados que se pasaron toda mi infancia golpeándome por sacar sobresalientes, por pensar: ninguna. Como mucho la Eso o haber aprobado el examen de acceso a las pruebas de grado medio. Hemos dejado nuestra seguridad en manos de brutos que no han leído nunca un libro que no cayera en las oposiciones. Hemos dejado el mundo en manos de jefes, políticos, profesores, profesionales… que tienen títulos, sí, pero no saben explicarte una receta de cocina sin leerla en una pantalla de cristal. ¿Nadie se ha dado cuenta de que detrás de todo ese postureo, selfie y abuso de autoridad no hay nada? No os dais cuenta porque estáis demasiado ocupados aparentando que estáis felices en instagram. El mundo está vacío.

Hoy por hoy, las cadenas que sujetaban a ese monstruo se han roto; la jaula se ha roto.

¿Y tú, reconoces al monstruo?

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Este blog es pura ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia y sólo demuestra que tienes un problema severo de autoestima y protagonismo. No seas ególatra!! Se trata de mí, no de ti, por una vez en mi vida.

Además es como la peli del Makinavaja: va a ofender a todas las insituciones posibles habidas y por haber… así que si te ofende, es que hice bien mi trabajo o te autoidentificaste como parte del problema social.

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