Mereció la pena?

Quiero escribir, pero no encuentro las palabras. No sé lo que siento, no sé lo que pienso. No encuentro contenido.

Me digo a mí misma que todo va a salir bien, que la situación física y material no es tan grave, que todo se está solucionando.

Pero no me siento bien.

Creía que lloraba la pérdida del amor, el miedo a que vuelvan a hacerme daño, la secuela de los malos tratos, los fracasos profesionales, la traición de los amigos… no sé, son las cosas que deben doler, ¿o no?

Hoy me doy cuenta de que no lloro por eso, todo me da igual. Lloro por la indiferencia que me provoca toda la situación. Lloro porque la vida me ha matado. Lloro por mí, porque no tengo sueños, ni objetivos, ni motivos para luchar. Lloro porque no tengo ilusión. Lloro y guardo luto porque me he dado cuenta de que he perdido mi identidad.

Me siento vacía y perdida en medio de la nada, una nada abismal que no tiene sentido. Lloro porque me he convertido en un ser mecánico que deambula por un páramo vacío.

Miro las fotos viejas y me pregunto qué fue de aquella chica, de sus ganas de vivir, de luchar, de demostrarse a sí misma que la vida merece la pena. Me pregunto qué me diría si pudiera hablarme. Necesito su consejo.

Gasté mi poder ayudando a tanta gente… y ahora no queda nada de esa magia para mí. Ahora que ya no me quedan fuerzas me doy cuenta de que el mundo no te devuelve el favor. No esperaba que lo hiciera, es sólo que nunca imaginé que mi poder tuviera límite. Estaba tan convencida de que estaba ahí infinito para mí que no me di cuenta de que lo estaba malgastando.

¿Y ahora qué?

Si me preguntas si mereció la pena, si me arrepiento de mis decisiones, de mis errores, te diré que sí y no.

A pesar de todo lo que he sufrido, la vida me ha regalado muchas cosas. De lo bueno, me quedo con la certeza absoluta de haber conocido el amor más puro y pleno. A pesar de todo, ese amor late grabado en los recuerdos más profundos de mi alma y me enorgullece saber que difícilmente podrán sentirlo la mayoría de los mortales. Tuve suerte de aprender a desprenderme de las cadenas de la sociedad para disfrutar de la magia y de la esencia del alma que se me presentó.

También me quedo con el sabor de la libertad. Nunca me sentí tan libre como cuando no tenía nada, entonces aprendí que lo tenía todo. Deseé y deseo que todo el mundo pueda alcanzar esa catarsis. Pero la sociedad está demasiado apegada a las cadenas de lo material, dependen de objetos, están convencidos de que necesitan tantas cosas que no pueden evitar esclavizarse a vidas desagradables y vacías sólo para tener cosas que nunca llenarán el agujero que tienen dentro.

Se me ofreció la magia del mundo, la auténtica verdad, la más absoluta sencillez. He aprendido a vivir con casi nada, a cohesionarme con el entorno y a sacar lo mejor de todo lo que me rodea. A lo largo de mi vida he hecho tanto con tan poco… algunos dirían que hice milagros.

Creía que podía cambiar el mundo. De verdad creía que podía enseñar ese poder mágico a la sociedad. Quizá no a todos, pero sí a suficientes. Creía que podía sembrar semillas suficientes como para que se propagara. Quería hacer tantas cosas.

Sé que no soy yo. Tengo 35 años sólo, pero haciendo restrospectiva me doy cuenta de que he vivido mil vidas. Puede que la mitad de las malas experiencias hayan sido cosa mía. Pero ahora sé que el fracaso es parte del aprendizaje. Tengo el cuerpo y el alma llenos de cicatrices que dibujan el mapa de mi sabiduría. Marcas de guerra, de innumerables batallas perdidas y ganadas.

No tengo a quién dejarle un legado. No tengo hijos ni sobrinos, ni siquiera ahijados a los que dejarles esta sabiduría. Y desde luego el mundo no está preparado para asimilar todo lo que he aprendido.

La filosofía, la ética, la comprensión, la tolerancia, la convivencia, la comunicación, la empatía, el amor, la lealtad, la familia, la confianza, la amistad, la fe… son valores tan poderosos que podrían transformar este infierno al que llamamos mundo y darnos la felicidad más plena y absoluta. Pero he aprendido que no son posibles en un planeta en el que priman el egoísmo y la avaricia. La mente colmena está en una paradoja: las personas han sido aisladas e individualizadas a través del egoísmo y, al mismo tiempo, son manipuladas en rebaños inconscientes dirigidos hacia el precipicio en el que se destruirán a sí mismas creyendo que son únicas e inigualables.

¿Para qué? ¿Quién mueve los hilos que están creando este cataclisma social? ¿Cuál es el objetivo de la destrucción del mundo? ¿Qué sentido tiene sumir al mundo en semejante agonía? ¿Cuál es el plan?

Quizá la idea sea esa: destruir una sociedad que ha fracasado, eliminarla como a un virus. Puede que erradicando a la especie que ha perdido el norte surja un mundo mejor. Pero, ¿mejor para quién? Puede que nunca lo sepamos. O puede que sí y nos llevemos una sorpresa algún día, quién sabe.

¿Mereció la pena? Sí, indudablemente sí. Lamentablemente, este mundo aún no está preparado para vivir su despertar. Y mientras sea así, mientras las sociedades sigan ciegas, no hay nada que hacer. Me gusta pensar que algún día llegaré a ver esa revolución, incluso si el despertar humano surge de una catástrofe mundial. Me gustaría llegar a ver cómo se produce el apocalipsis que nos conducirá a una nueva era. Sin embargo, ahora pienso que posiblemente llegue al final de mi vida sin presenciarlo.

Sólo tengo 35 años. No he vivido ni la mitad de mi vida (espero). Me quedan muchos años por delante para meditar y pensar sobre todo lo que pasó. ¿Cuál fue mi error? ¿Dónde me equivoqué? No sólo he comprendido que no puedo cambiar un mundo que no quiere ver, sino que también he llegado a la conclusión de que es hora de retirarme de toda esta farsa, este circo absurdo y ridículo al que llamamos humanidad.

El peso del conocimiento envejece mi alma cansada. No me interpretes mal. No voy a suicidarme ni a retirarme a una yurta en el desierto. Es sólo que ya no quiero participar de esta decadencia. Supongo que por eso me siento inerte en medio de la nada, me he desconectado, se ha roto el vínculo que me ataba a la sociedad.

Como una vieja bruja cansada de luchar por una causa desvirtuada, creo que ha llegado el momento de retirarme. Si fuera ficción, escribiría que la bruja volvió al corazón del bosque, al núcleo de la magia más profunda a esperar que llegue el momento de regresar. Morgana regresando a las Brumas de Avalon, Irati adentrándose en el lago, Titania encerrándose en su reino de las hadas, Gandalf marchando a Valinor.

Ciñéndome al plano real, diré que ahora me retiro a vivir sin más, a vivir para mí, conmigo misma, asimilando el mundo, escribiendo, buscando la vida más tranquila y despojada de obstáculos que pueda encontrar.

Quién sabe. Quizá algún día el mundo despierte.