Las alas

“¿Dónde has estado?”

“Curando mis heridas, ¿tú?”

“Organizando la torre norte, voy a instalarme allí”

Asentí despacio. Me resultaba extraño. Todo este tiempo mi fortaleza estuvo tan vacía, tan silenciosa, tan oscura… la verdad es que no la tenía nada cuidada. Sin ayuda, sin gente, luchando contra los intrusos, tan cansada. No daba abasto. Mi hermano miraba a su alrededor con aire circunspecto. No me juzgaba, pero sí que estaba serio. ¿Preocupación? No sabía descifrar su expresión. Ya no era ese niño inocente al que podía leer con tanta facilidad. Al convertirse en hombre, su poder también era más fuerte y su capacidad de protegerse era notable. Su magia le envolvía como una armadura invisible que le hacía inquietantemente atractivo.

No esperaba que viniera, lo deseaba, pero no lo esperaba. Así que nunca había pensado en ello y no había preparado ni cuidado nada. Sólo sobreviví. Sin más. Tampoco me sorprendió que quisiera irse a la Torre Norte, era su lugar favorito desde que era un crío. Allí tenía su refugio y su hogar. Allí fue donde yo le encontré cuando nos conocimos y cuando nos hicimos hermanos. Era su hogar, su raíz. Sí que mi casa era su casa y que siempre ha podido y podrá ir y venir a su aire, pero sé que aquí no se siente igual. A parte, me pareció mucho más seguro. Si él se instalaba en el Norte y yo me quedaba en el Sur-Este, abarcábamos más terreno. A nivel militar, era mejor estrategia, era más fácil ver venir a los enemigos y más fácil combatirlos y protegernos.

El Norte no estaba dentro de las murallas, no tenía las mismas medidas de seguridad, pero era el único acceso a la fortaleza, el lugar más vulnerable y más difícil de defender y, probablemente, el único lugar por el que podíamos recibir los ataques más devastadores.

“Tienes todo esto hecho un asco”, dijo con mirada crítica. Sonreí mirándole con cierta ternura. 

“He visto que has limpiado la ciudadela”, comenté para cambiar de tema.

Era cierto. El Príncipe no venía solo. Venía acompañado de sus ejércitos. Mientras yo estaba perdida en la cabaña de Piel de Oso, mi hermanito se había ocupado de dirigir a sus hombres y darles instrucciones. Cerraron las entradas y salidas, montaron barricadas, puestos de vigilancia y limpiaron la ciudadela de todos los pequeños demonios y demás intrusos desagradables que quedaron atrapados escondidos entre las ruinas de lo que fuera antaño nuestro reino. No quedaba nada. Ni gente, ni súbditos, ni tierras, ni animales… apenas quedaban edificios en pie. Pero nada significa nada, lo habían batido todo y no habían dejado un sólo rincón sin registrar. Todos los cadáveres estaban calcinándose en una pira enorme en la que fue la plaza mayor del reino.

“¿Dónde has estado?”, el niño regresó a sus ojos, ya no estaba preocupado, tenía curiosidad.

“Has hecho un buen trabajo”, le dije, “ven conmigo, quiero enseñarte una cosa”

Suspiró. Le tendí la mano y la tomó incómodo. No era una persona cariñosa físicamente. No expresaba su cariño con besos ni abrazos, nunca. Yo sí, y le daba todo el cariño que me permitía, a veces incluso le incomodaba a propósito. Pero igual que él no invade mi intimidad y pudiendo, porque tiene autoridad para hacerlo y potestad por derecho propio, nunca tocó mis cosas, ni siquiera ordenó que limpiaran mi fortaleza. Ése es mi trabajo. Mi templo, su templo, ésos son nuestros límites.

Sé que odia que sea tan críptica. Pero nunca protesta, sólo suspira y tiene paciencia porque al final todo tiene sentido. Él tampoco habla mucho. Nunca lo ha hecho. Siempre me mira con sus ojos grandes y su expresión reflexiva, escucha y asiente. A veces pregunta, a veces opina, pero no habla mucho. De pequeño lo tenían por tonto. Pero no se daban cuenta de que escucha y aprende con una velocidad pasmosa. Por eso nos caímos bien, porque ambos estábamos al margen, olvidados del mundo, pasábamos desapercibidos. Y en el olvido del mundo nos encontramos y nos sintonizamos y encontramos un punto familiar. Hasta hoy.

Subimos hasta el patio exterior de una de las torres con calma. Al llegar, solté su mano, extendí los brazos y caminé girando como una bailarina hasta el centro mismo del patio. Era un patio precioso que daba al exterior, pero que no se podía observar desde fuera. Nos daba libertad y al mismo tiempo nos ofrecía privacidad. 

“¿Qué hacemos aquí?”, preguntó cruzando los brazos, impaciente, con una ceja levantada.

“Mira”

Dejé caer la capa al suelo. Llevaba poca ropa, que era la ropa que me quedó superviviente al momento en que sufrí la derrota. Piel de Oso no pudo darme nada de vestido y tuve que remendar lo que tenía para volver a casa. Llevaba el pantalón roto y desgarrado, las botas llenas de barro y sangre seca y la camisa desgarrada en algunos puntos. Frunció el ceño mirando las pintas que tenía y se llevó las manos a la cabeza con un suspiro exasperado. No esperé más. Me quité la camisa al mismo tiempo que le daba la espalda y abrí mis alas al máximo.

“¡De dónde coño has sacado eso?”

Las agité un poco y me volví cubriéndome el torso con la camisa rota para que pudiera verlas. Me sentía pletórica.

“¿Te gustan?”

“Son la ostia, tía”

“Lo sé”

Le conté muchas cosas. Le expliqué la suerte que tuve al encontrarme Piel de Oso y guarecerme en su cabaña. Pasamos muchas horas en el viejo salón, sentados alrededor de la gran mesa de mármol llena de polvo, compartiendo una jarra de vino aguado y observando cómo las llamas bailaban titilantes en una chimenea negra y cubierta de telarañas. 

“Ya sé cómo vamos a ganar esta guerra”, le dije de pronto. Era tarde, llevábamos ya largo rato en silencio y estábamos a punto de quedarnos dormidos.

“¿Cómo?”, preguntó frotándose los ojos.

“No tenemos recursos para enfrentarnos a algo tan grande, ¿no?”, negó pensativo, “La Navaja de Ockham y el Principio de Causalidad”.

“Estás como una regadera…”, suspiró rindiéndose a la confusión.

“Lo sé. Pero ahora que he abierto la puerta… puedo verlo todo. Todo lo que va a pasar en el futuro ya ha pasado antes, sólo tenemos que hilar cada pequeño suceso aislado para encontrar la secuencia. Ayúdame a listar a todos los que nos han traicionado, ya lo entenderás cuando llegue el momento”.