Anonima Geek

Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.

Cuando el miedo ya no sirve

Prometí que escribiría sobre la manipulación, la mentira y las relaciones interpersonales por interés. Así que aquí está mi ensayo al respecto.

Lo primero que vamos a hacer es definir lo que es la autoridad y lo que es una figura de autoridad.

Autoridad:

1Adm. y Const. Potestad, facultad, legitimidad.

2Gral. Potestad que ejerce una persona sobre otra u otras, y entonces se habla de la autoridad del jefe del Estado, del padre de familia, del maestro, del patrono, cada uno de ellos dentro de sus atribuciones legalmente establecidas.CE, art. 59.2 ; Ley (Madrid) 2/2010, de 15 de junio, de Autoridad del Profesor, art. 4.c);CC, preámbulo -sobre la autoridad paterna-.

Definición completa en la RAE.

Figura de autoridad:

La persona que, en función de su estatus, de su fuerza, de sus conocimiento o de otro carácter de superioridad reconocida, ejerce influencias sobre los demás.

Fuente Biodic.net

Según el diccionario, podemos entender que la «autoridad» es la potestad que alguien o algo puede ejercer, según unas leyes o según un consenso, sobre otras personas. Por tanto, una figura de autoridad es aquella que en función de su estatus, su fuerza, de su conocimiento o de otro carácter de superioridad reconocida, ejerce influencias sobre los demás.

En el siglo en el que vivimos existen muchas figuras de autoridad a la que consideramos referentes sociales, culturales, gubernamentales, militares, entre otros. Son personas físicas o jurídicas que consideramos que saben lo que hacen o lo que dicen y, por tanto, de las que nos fiamos a la hora de saber qué está bien, que está mal y qué y cómo debemos hacer según qué cosas. Son aquellxs a quienes recurrimos en busca de consejo o protección, aquellxs a quienes elegimos para que nos dirijan, son políticos, médicos, jefes, medios de comunicación… en definitiva, figuras o entidades que damos por sentado que saben lo que hacen, por lo que depositamos en ellxs nuestra plena confianza.

El problema es que últimamente la mayoría de esas figuras de autoridad en las que confiamos se nos acaban cayendo. A veces descubres que tu jefe no tiene ni idea de lo que hace y le pierdes el respeto, ¿cómo no hacerlo? Cuando eres consciente de tu trabajo, a nadie le mola que venga alguien con voz de mando y que te desprestigie para llevarse méritos que no son suyos.

¿Qué pasa cuando esas figuras de autoridad dejan de serlo? ¿Qué ocurre cuando esas figuras de autoridad se sienten cuestionadas? Ahí está el meollo de la cuestión.

Para ser un buen líder, un buen jefe, o para conservar la confianza y la autoridad, hay que tenerlos. Me explico. Partiendo de que no sabemos nada, aquel que se erige como autoridad, bien jefe, bien alcalde, bien guardia civil, bien médico, tiene la obligación de mantenernos informados sobre cómo funciona el mundo, cuáles son nuestras responsabilidades, nuestras obligaciones y también nuestros derechos. Y cuando les cuestionamos, deben tener capacidad suficiente como para demostrar su autoridad, justificar sus actos, informarnos con sinceridad y darnos la posibilidad de debatir las cosas. De esta manera, abrimos la posibilidad de que todos podamos aportar información, conocimientos o ideas que nos sirvan a todos para crecer y mejorar.

Pero se sabe que en la actualidad el mundo no está funcionando así.

Durante mucho tiempo, la autoridad era la autoridad y se asociaba a un poder casi divino que no se podía cuestionar. Pero hoy por hoy, todos tenemos acceso a mucha información que es transparente, abierta y que está a disposición de quienes sientan curiosidad por conocerla.

Aquí es cuando hago un inciso para hablar de las relaciones por interés. ¿Buenas o malas? Ética y moral a parte… somos adultos. Vivimos en un mundo lleno de personas, conexiones, objetivos e ideas. Llega un momento en la vida de todas las personas en las que tenemos claro quiénes son nuestros amigxs, nuestra familia, nuestra gente: aquellas personas en las que confiamos ciegamente y por las que estamos dispuestos a arriesgarlo todo para ayudarles incluso cuando se equivocan. Pero también hemos aprendido que eso no se hace con todo el mundo.

Evidentemente, somos seres gregarios, por lo que no podemos prescindir de la sociedad para desenvolvernos a nivel profesional, laboral o pragmático. Así que creamos relaciones funcionales basadas en el interés. ¿En qué consisten? Pondré el ejemplo más fácil: el trabajo. Cuando firmas un contrato para hacer un trabajo, inevitablemente lo harás con otras personas que serán tu jefe, tus compañerxs o los clientes. En estas circunstancias, las relaciones que establecemos en el primer momento son de interés, nos llevamos bien con todo el mundo, hacemos piña y formamos equipo porque nos interesa que nos vaya bien en el trabajo, que las cosas salgan bien y que lxs clientes estén contentos. Eso no significa que esas personas se conviertan en nuestrxs amigxs. ¿Puede ocurrir a largo plazo? Sí, pero no es necesario y tampoco sucede tantas veces como nos pensamos.

Nos llevamos bien por interés cuando queremos algo de las personas, cuando queremos su influencia, su sexo, su dinero, sus contactos, sus consejos, su trabajo… no nos importa la persona en cuestión, pero nos interesa establecer una conexión funcional para cumplir esos objetivos. No hay nada de malo en ello, en realidad. Si te intereso, lo negociamos, si llegamos a un acuerdo todo bien. Si no, cada cual por su camino.

Y ahora es cuando te explico por qué las relaciones sociales basadas en el miedo, en el interés y la manipulación se acaban yendo a la mierda.

Las relaciones de cualquier manera deben estar basada en el quid pro quo, que se traduce del latín literalmente como «algo a cambio de algo» y que figura en el diccionario como «cosa que sustituye a algo equivalente o se recibe como compensación por ello«. O lo que en estrategias de marketing se llama WinWin, que se traduce como aquella [estrategia] que consigue que todas las partes implicadas en un proceso de venta ganen, incluidos los consumidores.

El problema es que las mentes manipuladoras no acaban de entender que para conseguir lo que quieren y mantener su poder todos debemos salir ganando.

Generalmente, a las autoridades las elegimos. Somos nosotros quienes damos poder a un jefe para tomar decisiones cuando creemos en él o confiamos en él y en sus conocimientos. Nosotros damos poder a un alcalde, a un jefe de estado, cuando confiamos en él y le votamos. Nosotros somos quienes otorgamos poder a un padre, a un catedrático, a un médico. Y esto sucede porque confiamos y creemos en su capacidad para ejercer su cargo. Lo que se les olvida muchas veces es que el poder de uno viene dado por los demás y que cuando se traiciona la confianza de la gente desaparece. ¿Cómo se puede gobernar en el infierno si no se cree en la supremacía del Demonio?

Cuando todo el poder y toda la autoridad se basa en una estructura de mentiras que se superponen, lo que se consigue es un poder vulnerable, frágil, muy fácil de perder, que funciona en la medida en que la gente sometida se siente cómoda bajo el mando de esa autoridad. Pero cuando las personas empiezan a discrepar, a estar a disgusto, a notar que no reciben nada a cambio de ese autoridad y alejarse de las órdenes, aquellos que construyen todo su estatus con mentiras recurren a las amenazas y al miedo. El miedo es un arma de control muy poderosa.

Si una persona cree que un guardia civil* puede hacer lo que quiera y se siente vulnerable e incapaz de defenderse, sucederá el abuso de poder. Ellos pueden detenerte, multarte, hacerte la vida imposible, intimidarte… y tú tendrás que ser dócil y someterte para evitar un conflicto desagradable. Igual ocurre con un alcalde**; cuando mienten y presumen un poder que no tienen, pueden recurrir a las amenazas para obligarte a hacer lo que ellos quieran.

*No estoy queriendo decir que la guardia civil como institución en sí misma haga abuso de poder, que quede claro; pero sí se conocen casos a lo largo y ancho del país en el que personajes que ejercen ese cargo han sido condenadas por cosas así. En su mayoría, considero que la guardia civi son profesionales que ejercen con educación y criterio y que suelen estar dispuestos a ayudar, proteger e informar a cualquier persona que lo necesite.

**No es una referencia particular a ningún alcalde concreto. Utilizo su figura para ilustrar poderes que nos quedan más cerca, que son menos abstractos y lejanos como pueden ser los términos político, juez o presidente del gobierno.

Esto lo vemos a diario en las relaciones emocionales de carácter tóxico, sobre violencia de género y todo eso. En este tipo de situaciones el hombre aparece como una figura poderosa o de autoridad para una mujer vulnerable que confía en él. Cuando ella se da cuenta de que la relación no es equitativa y reclama su lugar y su sitio, el manipulador recurre al engaño y la mentira (estás sola, es por tu bien, los demás quieren hacerte daño, soy el único que te quiere de verdad… cosas así). Funciona un tiempo, pero todas las mujeres nos damos cuenta de que eso no es verdad, porque el tiempo nos demuestra que nuestros amigos siguen ahí, que somos capaces de trabajar y de hacer las cosas por nosotras mismas y esto pasa porque el hombre manipulador tiende a volcar sobre su víctima todo tipo de responsabilidades. Cuantas más cosas hago yo, más consciencia genero de que no soy yo la persona dependiente, sino aquel que no hace nada por sí mismo y que siempre tira de mí. Y se alcanza el siguiente escalón. Cuando el manipulador se da cuenta de que su víctima está empoderándose y de que se acerca el punto de ruptura en el que ella decide separarse y abandonarle a su suerte, aparece el miedo. Un manipulador que se sabe consciente de la pérdida de su poder recurrirá a todo con tal de seguir ejerciendo su autoridad: amenazas, violencia, coacción…

Las estructuras de poder se basaban en la confianza del pueblo. En el momento en que el pueblo pierde esa confianza y decide empezar a reclamar sus derechos, a informarse y demás, lo primero que hacen los gobernantes es impedir el acceso a ese conocimiento. Cuando un pueblo entero protesta por sus derechos, un gobernante egoísta y mentiroso compra a la prensa para que el descontento no se haga público. Nos silencian para tapar nuestras protestas y nuestras quejas y los medios comprados seleccionan minuciosamente a qué debemos prestar atención y a qué no. Normalmente, suelen recurrir a otras fuerzas para fomentar la idea en el pueblo de que no se puede hacer nada. Son estrategias disuasorias con las que nos convencen de que no merece la pena luchar, alzar la voz o reclamar aquello que nos merecemos.

¿Cuántas personas me han llamado para decirme que hay cosas que no se deben decir en público por lo que pueda pasar? Me llegaron muchas recomendaciones de personas atemorizadas por la amenaza de un poder superior. Y a todas esas personas les contesté lo mismo: ¿qué pueden hacerme que no me hayan hecho ya?

Estas semanas me he dado cuenta de que la mayoría de la gente no conoce sus derechos, no saben que no pueden obligarnos a fingir que las cosas no están pasando, que no pueden exigirnos respuestas que no tenemos, que no se nos puede tratar de cualquier manera. Tienen miedo. Y lo peor de todo no es que sea un miedo fundamentado o concreto, sino que el miedo que tienen es abstracto, no saben muy bien por qué tienen miedo pero lo tienen. Y este miedo hace que guarden silencio en lugar de denunciar las cosas, que agachen la cabeza y permitan que les roben sus derechos. Tienen miedo a decir basta, no, y se dejan intimidar porque creen que no pueden hacer nada, que es lo hay, que no tienen más remedio que aguantar.

Por extensión, su idea de ayudarme consistió en meterme miedo a mí. Reconozco que me tuvieron en tensión un tiempo, casi llegué a asustarme. Entonces empecé a pensar y a pensar, ¿qué es lo que pueden hacerme? ¿qué poder tienen? ¿dónde lo dice?

El miedo se cura con información. Pregunté y no me contestaron. Nadie me decía nada. ¿Qué estaba pasando?

Si me hubieran llamado y me hubieran dado una versión convincente y educada, información de algún tipo, probablemente me habría quedado tranquila. Porque yo confiaba en las figuras de autoridad, en todas ellas, creí en su palabra y colaboré con todo lo que pude, tanto lo que se me pidió, como lo que no. Defendí sus ideas, ideologías y argumentos sin cuestionarlas sólo porque creía en lo que me decían, al fin y al cabo, son la autoridad pertinente. Pero no. Me negaron la información, se negaron a responder a mis preguntas… y tanto unos como otros tomaron la mala decisión de recurrir a la intimidación y a las amenazas, al silencio y a la evasión. Tomaron medidas disuasorias. Esperaban que me diera por vencida y que me resignara a asumir que debe ser así y que no hay nada que hacer.

¿Amenazas? ¿Autoridad impuesta? ¿Sin argumentos ni explicaciones? ¿Qué me ocultaban? No soy una persona que se deje intimidar fácilmente y, desde luego, no soy cobarde ni padezco de miedo. Cuanta más presión se ejerce sobre mí, más claro me queda que hay algo que no funciona. Lo que ocurrió fue que en lugar de acojonarme picaron mi curiosidad. Así que como no tenía otra cosa que hacer me puse a investigar… y descubrí muchas cosas: mentiras que mantienen el estatus de poder de personas que no lo tienen, derechos legales que tenemos los ciudadanos españoles que no se nos conceden o que se nos ocultan para que no sepamos que hay prácticas que no tenemos que consentir, instituciones jurídicas que son las que limitan el poder de esas personas, mentiras que ocultan las personas que no quieren que salgan a la luz si me rebelo… y así fue cómo alcancé el clímax: no tienen poder sobre mí. Y en caso de tenerlo, no es tan fácil como me lo quieren pintar.

No se puede construir el poder en pilares tan vulnerables como la ocultación, la manipulación o la mentira. Y mucho menos utilizando a la gente sin darle algo a cambio. Sólo basta una persona descontenta, sin miedo y dispuesta a todo para que toda esa estructura se desintegre.

Para utilizar a las personas por interés y que no te explote en la cara es necesario que ambas partes salgan ganando. Para conseguir algo, hay que pagar el precio. Las mentiras tienen las patas cortas y sólo sirven para perder la confianza cuando se descubren. El miedo sólo sirve para paralizar a la gente hasta que descubren que no tienen nada que temer o hasta que deciden que no tienen nada que perder.

El secreto del poder verdadero y que dura para siempre consiste en eso: confianza, seguridad y beneficios para todos. Hasta que no aprendáis eso, estáis destinados a fracasar y cuanto más poder hayáis acumulado más estrepitosa será la caída.

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