La caza del fantasma

Lo bueno de haber nacido y crecido en el Infierno y de haber bajado tantas veces es que hay dos cosas que no se te olvidan: la peste a azufre que delata a cualquier gilipollas a distancia y la certeza absoluta de cuándo hay que tener verdadero miedo.

Un demonio realmente poderoso y seguro de su poder se te presenta de frente y te retuerce las costillas sin contemplaciones, sólo porque puede, porque sabe que es más fuerte que tú y porque te has metido donde no te llaman. Los Señores de la Guerra no necesitan jugar a meterte miedo, no te amenazan, no te persiguen, no te acechan. No lo necesitan. Ese tipo de demonio ya lo he sufrido mil veces, son criaturas horribles con las que hay que negociar teniendo en cuenta que sólo hay una manera: ellos siempre ganan. Así que o tienes claro que te va a tocar sacrificar algo importante o mejor no meterse con ellos (ni para pedir ayuda).

Todo lo demás no son más que alimañas sedientas de poder conscientes de que no lo tienen que juegan con el miedo, con engaños, con la seducción… cin cualquier ardid o artimaña que se les ocurre. Los hay muy listos y juegan bien sus cartas, son tahures del inframundo que conocen y desconocen los deseos y anhelos de la gente y saben cómo presentar los acontecimientos para manipular y negociar, incluso pueden confudirte y hacer trucos ilusionistas para engañarte. Son tan buenos haciendo lo suyo que cuando se encuentran a alguien capaz de jugar una partida en su propio tablero no pueden por menos que reconocer el mérito de su rival. Ya ves, hasta en la tierra muerta hay códigos de nobleza. Ladrones, mentirosos… sí, pero tienen clase.

Los más peligrosos son los que no son nada y quieren serlo. No se contentan con engañar a los mediocres que desde la ignorancia bailan al son de los reflejos de los diamantes que agitan entre sus dedos sin saber que no son más que cristales baratos pintados de colores. Aparentan mucho, mucho brillo, mucho título, muchos cuentos, muchas historias, mucho humo… y a la hora de la verdad no tienen nada.

Estos seres despreciables son inofensivos hasta que se encuentran con un rival mejor que ellos, alguien a quien no pueden engañar, a quien no pueden timar, a quien quieren obligar a formar parte de su circo y a quien no pueden controlar. Si fueran listos, agacharían las orejas y lo dejarían correr obviando que no se puede timar a todo el mundo. Pero en su ego sienten una necesidad terrible de demostrar que sus mentiras son ciertas incluso cuando todas sus jugadas les salen mal.

Y ahí está la parte peligrosa… la ira de una alimaña herida con mucho orgullo pero sin escrúpulos da para mucho. Cuanto más se acerca la hora de la verdad, cuanto más miedo tienen, cuanto más próxima se encuentra la derrota, más peligrosos se vuelven.

Esperan a que pase el tiempo y el mundo se olvide de que están ahí y cuando creen que todo se ha olvidado se sienten seguros. No son listos, porque su vanidad es más poderosa que su inteligencia. Si se sienten seguros, tienden a regresar esperando que tarde o temprano te rindas y caigas en sus garras.

De eso nos teníamos que valer para tenderle la trampa. No era un demonio, era un fantasma, un espíritu errante que vagaba deambulando por el mundo timando y engañando a quien le escuchara comprando almas a cambio de baratijas inexistentes y dejando a los inocentes encadenados a la miseria.

Después de haber estado tanto tiempo desaparecida en mi reino olvidado, oculta entre las sombras del recuerdo de la civilización mediante, y tras haber orquestado por fin todos los elementos indispensables para darle la vuelta al intrincado tablero de ajedrez con el que el pobre infeliz pretendía coronarse contra mí, había llegado el momento de salir a la luz, mostrarme, y dejar que me viera y me siguera el rastro. Ya no tenía miedo, estaba preparada, todos lo estábamos. Le estamos esperando.