Milongas de cuando seas mayor

Ya cambiarás cuando seas mayor.

¿Recordáis esa frase de cuando érais adolescentes y vuestros padres os pegaban la bronca por inmaduros? Es un clásico de primero de madre de adolescentes en plena fase de ebullición. Se supone que la idea es que cuando pasas la famosa edad del pavo te vuelves adulto, maduras de repente como una fruta en un árbol y te vuelves… ¿qué demonios esperan los padres que nos suceda en el cerebro pasada la adolescencia?

Se supone que los valores que serán los pilares de nuestra vida adulta los adquirimos durante la infancia de la educación que nos dan los padres en casa antes de lanzarnos al mundo para que los educadores, profesores y maestros nos preparen con capacidades, herramientas y conocimientos y aptitudes que nos conviertan en criaturas funcionales dentro del sistema en el que hemos nacido y para el que tenemos que servir como piezas elementales del engranaje que dirige el mundo hacia… ¿dónde exactamente?

La idea es que tenemos que tener un propósito en la vida, pero ¿cuál? ¿A alguien de por aquí le explicaron con claridad exactamente cuál era su misión en el mundo?

Hasta donde yo sé (referenciando el entorno del que yo vengo, evidentemente, no quiero que se den por aludidos todos los padres del mundo, alguno habrá que lo haya hecho bien), nos sueltan a la vida y nos dejan campar más o menos a nuestro aire vigilándonos para que no nos matemos haciendo el loco y prestando especial atención a que no molestemos a los adultos. ¿Alguien más es de la generación «no des la brasa que los mayores estamos ocupados«?

Bueno, pues os aclaro algo: el cerebro humano tiene una etapa de desarrollo, una de consolidación y más allá de eso lo que queda es desarrollarnos como personas con lo que traemos de fábrica, lo que hemos aprendido por el camino y lo que nos encontramos en el mundo exterior.

En la uni nos explicaban (a muy grandes rasgos) que el cerebro humano termina de formarse a los 25 años aprox. Es decir, pasados los 23-25, las conexiones sinápticas ya están hechas y consolidadas, tenemos hechas nuestras ideas preconcebidas, nuestros valores, nuestros gustos, criterios, opiniones, sueños, objetivos… lo que no ha cambiado antes de esa fecha, no cambia NUNCA. Puede que desarrolles competencias que te permitan de alguna manera adaptarte al mundo, pero tus ideas, tu identidad, tu personalidad, tu esencia como ser humano, no cambia jamás.

Mi profesor de derecho decía que pasados los 25 no sólo no cambiamos, sino que nos reforzamos. El que es gilipollas, se vuelve más gilipollas; el vago, más vago; el cabrón, más cabrón… y así sucesivamente. Y hay más. Alcanzada la edad de los terribles 50 lo que te da no es una crisis, sino el ramalazo que te pega el organismo que sabe que ha empezado la cuenta atrás hacia el deterioro cognitivo. Que sí, se puede retrasar… se puede envejecer mejor o peor, pero, queridas personitas inocentes del mundo, queramos o no queramos, nada dura eternamente y pasados los 50 saltan las fechas de caducidad y empieza la famosa cuenta atrás.

Así que, ¿en qué momento de nuestras vidas esperan nuestros padres que cambiemos milagrosamente cuando nadie nos ha educado para ser las personas que ellos deseaban que fuéramos?

Nadie cambia. Se puede fingir un tiempo, se puede adaptar, se puede mimetizar… pero si ya has visto su esencia, no te engañes, no cambia jamás. Y menos a partir de la fecha crítica. Si pasados los 25 ya estamos hechos, a los 30 somos lo que hay y pasados los 50 ya está todo el pescado vendido.

Así es la vida… nacemos críos y aparentamos ser príncipes y principesas en la edad romántica en la que todavía estamos en proceso de formación. Pero si no establecemos un vínculo afectivo con una pareja en una edad que nos permita crecer y evolucionar juntos hasta aprender a formar equipo, lo que nos queda de mayores es entender que todas las posibles parejas que encontremos ya son personas formadas que NO VAN A CAMBIAR. Podemos aceptarles o no, podemos pasar por alto algunos defectos en beneficio de sus virtudes y podemos aprender a acompasarnos en aquellos segmentos ideológicos o funcionales en los que estamos de acuerdo. Pero NO podemos esperar que aquellas fracciones de las personas que no nos gustan cambien. Y tampoco debemos permitir JAMÁS que NADIE pretenda cambiar algo que ni nuestros padres en su más inocente ignorancia han logrado a fuerza de «comer huevos«.

No os dejéis engañar. Pasados los 30, en el mundo de los solteros quedamos sueltos los retales y a todos nos gusta ser como somos. Tenemos que aceptar a las personas como son y campear con lo que nos encontramos o rechazar tajantemente aquellas relaciones descompensadas que no nos repercutan en algo positivo, beneficioso o placentero. Nadie ha venido al juego de la vida para perder. Y menos en nuestro siglo, en un mundo en el que supuestamente todos podemos hacer de todo y ya hemos aprendido a vivir a nuestro propio ritmo.

Lo malo es que a partir de los 50 además de la dichosa crisis y del comienzo de la decrepitud a muchos solteros (no sé por qué les pasa más a los tíos que a las tías… o puede que lo vea así porque al ser mujer he tenido más malas experiencias con tíos que con tías, a saber) es que les da el canguelo. Tal cual. Les da todo el yuyazo de a ver quién me cuida cuando no me de el cerebro ni para atarme los cordones, y como no saben valerse por sí mismos les entra la prisa por pescar a alguna inocente que se trague el cuento del caballero salvador y acabe convertida en la chacha de nada más y nada menos que un puñetero bebé llorón y quejica de 50 añazos.

Mira… si no lo has hecho bien entre los 20 y los 50 para tener una compañera que te quiera y desee cuidarte hasta el fin de tus días (aunque sólo sea por la herencia, ya sabemos que son más las viudas que los viudos), no creo que en el siglo en el que vivimos vayas a encontrar a ninguna tía capaz de sacarse sola las castañas del fuego, independiente, inteligente y sexy que quiera amargarse la existencia al lado de un parásito social viejuno y llorica. Se te pasa el arroz, amigo.

Y si realmente creen que pueden conseguirlo (que no digo que no tengan derecho a intentarlo, oye, vivimos en un país libre), a estos tíos les diría que se lo plantearan en serio. Si queréis que una tía relativamente joven os cuide hasta que os murais, ¿qué podéis ofrecer que valga lo suficiente como para compensar el coñazo que supone renunciar a todo para andar todo el santo día pendiente de alguien que pronto no será capaz ni de levantarse sólo para ir al baño? ¿Qué puedes ofrecerle a una mujer que ya sabe que puede tenerlo todo sin necesidad de andar sufriendo las bobadas de nadie?

Y no… el miedo, la violencia, quemarle los coches a la mujer deseada o difamarla gratuitamente no ayuda a que se nos plantee la duda de si realmente hubiera merecido la pena. Al fin y al cabo, ¿quién coño querría pasarse el resto de su vida con un puto pirado caprichoso que todo lo consigue a base de pataletas? No hemos tenido niños, ¿qué os hace pensar que queremos cuidar de uno de 50?