El juego 2: el Caos

La Bruja ya no estaba, cierto, mi reino había caido. ¿Y ahora qué? Le leyenda cobró sentido. Durante mucho tiempo y desde hace siglos, el bosque estaba abandonado. Todo tipo de criaturas y alimañas mugrientas y marginadas poblaban salvajes las tierras, soportando la tiranía y el caciquismo de reyes y paladines avariciosos y egoístas que maltrataban a su pueblo y lo explotaban y torturaban hasta el borde de la desesperación. Cuanto mayores eran el hambre y el terror, más poder tenían y aún más ambicionaban. Hasta que el bosque me llamó y ocurrió: todas aquellas almas perdidas por fin tuvieron voz.

Obviamente, duró lo que tenía que durar, pero dimos guerra suficiente como para alborotar bastante a las viejas élites que ya no engañaban con los horribles destellos del falso glamour en decadencia. No, la purpurina ya no tapaba el olor de la mierda, como quien dice, y eso enfadaba aún más a las moscas que no podían dejar de revolotear a su alrededor porque sus vidas estaban estrechamente ligadas a la podredumbre. No hay nada en el mundo más pesado que las moscas, ¿verdad?

Tras mi caída, fueron muchos los que se disputaron mi trono. Posiblemente, en estos momentos, muchos creen que lo han logrado. Pero qué ilusos… nadie tiene nada que yo no haya deshechado por algún motivo. El oro robado siempre está envenenado.

Pero daba igual. Estaban acostumbrados a otras vidas, así que eso era lo que reclamaban, a su manera. Algunos deseaban conservar los pocos retazos de libertad adquirida e insistían en negarse a obedecer a las supuestas autoridades. Otros, más ruines, exigían a los paladines su parte del acuerdo, al fin y al cabo, les habían hecho (o eso creían) parte del trabajo sucio contribuyendo a mi caída. Así, de la nada, surgió el caos fuera de mi mundo.

Y mientras las revueltas, los problemas, las peleas y los desastres empezaban a sucederse unos tras otros en un mundo corrompido y oscuro, yo iba aprovechando los pequeños huecos en la noche para moverme en la oscuridad y reconstruirme poco a poco, como una gota insidiosa y persistente que nunca deja de caer minuto a minuto. Al principio no era nada, pero al cabo de unos meses recuperé el cotrol.

Las sombras siempre fueron mi lugar de partida, ya ves. Siempre he sido capaz de esconderme incluso en la sombra del mediodía.

Oso me enseñó muchos de sus trucos, es cierto, pero no eran mas que eso: trucos e ilusiones. Eran prácticos, sí, como lo de proyectarme y hacer creer a todo el mundo que estaba en varios sitios a la vez. Pero sólo fueron útiles unas pocas semanas. La aparición de mi visión de vuelta al mundo causó furor y revuelo. Llamé tanto la atención que todos los focos acabaron apuntándome como si fuera a donde fuese llevara una nube de luciérgas sobrevolándome en forma de diana. Eso era lo que parecía.

El caos engaña mucho. Los refuerzos estaban pedidos, claro, pero tenía que hacer tiempo mientras todos los incordiosos bichejos me acosaban. Así que sí, para cuando quisieron jugar conmigo al gato y al ratón ya estaba yo manejando los hilos de la partida. Mientras los paladines creían que me tenían constantemente, me dedicaba única y exclusivamente a dejar las miguitas de pan por los senderos que creían conducían a una captura segura. Pero no.

Mientras ellos jugaban al inspector Gadchet conmigo, el escudo de protección alrededor de mi castillo se iba cerrando, los agujeros se iban asegurando, y mis caminos conducían una y otra vez a las mil madrigueras de los diversos paises de las maravillas que los mismísimos paladines conocen y han pretendido ocultar durante años a las autoridades y al exterior. Los llevé por recobecos y laberintos a todos y cada uno de sus propios pozos de corrupción y depravación, a todos los núcleos de miseria y caciquismo que han contribuído a crear, de los que se aprovechaban, con los que manipulaban al resto de las criaturas…

Y, lo peor de todo, al final de cada agujero siempre encontraban lo mismo: su reflejo.