Nos enseñan del revés

Hace mucho tiempo que no escribo. Mis disculpas. Ya sé que hay un montón de métodos para actualizar el blog sin tener que escribir cada semana… pero mi objetivo no es generar visitas, sino transmitir las cosas como las pienso y me parecía un poco estúpido dejar programado el blog. Así que, mis disculpas, a veces necesito pensar.

Mi experiencia en el campo ha dado unos frutos muy extraños. Ahora estoy colaborando con la oficina de turismo del pueblo al que me fui a vendimiar. También estoy fundando una asociación para fomentar el consumo responsable y la autonomía alimentaria del pueblo frente al consumo industrial.

He aprendido muchas cosas.

Lo que más me llama la atención de la comparativa cultural es el sistema educativo y la forma en que, en el pueblo, se aprenden las cosas. Allí no te aceptan según llegas, sino cuando tú te integras. Como foránea, una de  las cosas que más me ha costado ha sido conseguir hacerme un hueco y hacerme valer por mí misma para ganarme la aceptación de los lugareños.

Lo curioso es que una vez que has demostrado tu valor como aportación al pueblo, la confianza llega enseguida y en lugar de amigos acabas pasando a formar parte de la familia. Una gran familia muy particular.

Allí se  hacen cosas como beber de los caños sin comprobarlos, comer cosas del suelo… salir al bosque a buscar la comida. Muy al contrario de lo que se hace en las ciudades. Y la gente está más sana. Los niños juegan en el suelo y comparten sus actividades con los animales, los cuales suelen ir sueltos, por cierto.

Las madres viven despreocupadas porque saben que sus hijos están a salvo con otros niños o con otros padres. No hay tensión ni preocupación ni obsesión por saber con exactitud dónde están las cosas o las personas y tampoco hay un sentido tan apegado a la propiedad que representa la posesión de una persona.

Sí que es cierto que el nivel cultural es más bajo y que, por ello, hay mucha gente que tiende al machismo. Pero también es cierto que son tolerantes. Allí no tienen sentido los nombres científicos ni las etiquetas. La mayoría de los intereses del pueblo se basan en dos conceptos:

=> uno: ¿se come?

=> dos: ¿cuánto vale?

Todas estas cosas me hacen pensar que nos educan mal. Del revés. Hace muchos años escribí que nos educan para tener miedo. Pero hoy voy más allá. No nos educan para tener miedo, sino que nos educan para ser inseguros y caminar por un sendero ya hecho que responde a fines que no podemos cuestionar.

No te enseñan a desarrollarte y a crecer, sino que te enseñan a encajar en un molde. Y a lo largo de nuestras vidas, cientos de instituciones y empresas nos dan miles de martillazos con el objetivo de hacernos encajar en el molde diseñado por el mercado para que actuemos siempre sin meditar las cosas.

Esto me lleva a una última reflexión: no debemos buscar personas que nos amen, sino dar a quienes conocemos el amor que llevamos dentro.