Vice City, personajes. Lucifer: introducción al personaje.

Lucifer (del latín lux «luz» y fero «llevar»: «portador de luz») es, en la mitología romana, el equivalente griego llamado Fósforo o Eósforo (Έωσφόρος) “el portador de la Aurora”. […] En la tradición cristiana, Lucifer representa al ángel caído, ejemplo de belleza y sabiduría a quien la soberbia condujo a los infiernos, transformándose en Satanás.

En los últimos dos meses me he vuelto loca. He crecido como persona y me he hecho más fuerte. Incluso creo que una parte de mí se ha muerto para siempre y ha dejado paso a un nuevo brote de lo que creo que puede ser el principio de una nueva forma de pensar, más dura, más fría y más espinosa. De alguna manera, creo que estas son las cosas que se sienten cuando una persona madura y pierde lo que le quedaba de inocencia.

Drogas, alcohol, sexo, dinero, vicio… nada te hace ver el mundo como te lo hace un jarro de agua fría, el golpe que te da la vida cuando menos te lo esperas y, de pronto, despiertas.

En mi mundo, pildorita roja o pildorita azul no era más que un juego de niños. Exta sí, exta no. Aguantar hasta las seis de la mañana y dar el servicio completo a toda pastilla y sin que se note la falta de sueño, o de oxígeno en las neuronas. Algo se muere dentro del alma cuando te das cuenta de que el mundo es como es y la única forma de sobrevivir como persona y conservar tus propios valores es cerrarte como una ostra y cubrir toda tu piel de adamantium para no sentir ni sufrir ni pensar.

Ay, Lucifer… qué días me has dado, y ¡qué noches! Cuántas cosas en las que pensar y en las que no.

Una vez me preguntaste por qué te había puesto este nombre en la agenda de contactos del teléfono móvil. Te mentí, te dije que porque me recordabas a algún personaje de algún anime. No tengo idea de si hay o no algún anime en realidad que se llame así, y tampoco me importa mucho saberlo. Lo cierto es que te puse ese nombre porque te queda bien y tengo algo de criterio para escoger los nombres ficticios que os pongo a todos cuando hablo de vosotros en mi blog.

Sí que tiene el carisma y la belleza, la complacencia y el saber estar. Lucifer, es como es. Es el objeto más deseado de la plaza, el trofeo, la maravilla que todas contemplan con ojitos de querer. Ja… todas suspiraban por ti.

Yo te vi llegar. Estaba allí donde me encontraste mucho antes de que a ti se te ocurriera la idea de llamar por teléfono y preguntar por aquella oferta de trabajo. Estaba mucho antes de que tu puesto quedara vacante y estaba también antes de que la persona a la que sustituiste viniera. En el tiempo que he estado trabajando en mi restaurante he visto a decenas de camareros ir y venir de todos los restaurantes vecinos. Y también te vi llegar a ti.

Recuerdo que todas las tías flipaban y te miraban y todas hablaban de ti. Tienes carisma, lo reconozco, y en el fondo en el mundo de la hostelería eres una máquina y tienes muchísimo talento. Me gusta verte trabajar. Aprendía mucho de ti y de tu forma de tratar con los clientes, de tu forma de traer y llevar las bandejas… no sé, me serviste para mejorar todo lo que no me enseñaron en mi empresa.

La primera vez que me viste fumaba. Recuerdo que estaba hasta las tetas de oír discutir a mis compañeros, para variar, y me salí a fumar un cigarro a la espera de la clientela. Recuerdo que había estado hablando con los compañeros del restaurante que se encuentra entre los dos nuestros y entonces saliste y me miraste. Me sonreíste y te saludé. Empezaste a caminar hacia mí y salí a tu paso. Nos encontramos en el punto medio, como dos duelistas, y nos miramos de frente, nos medimos, de arriba abajo. Levanté una ceja y me preguntaste:

«¿Fumas?»

«A veces», te dije decidida y te gustó.

«¿Bebes?»

«Más de lo que debería»

«Pide unos chupitos cuando salgas y nos vemos en xxx (no quiero mentar los nombres de los restaurantes)»

«Hecho»

Acabamos de fumar sin dejar de mirarnos a los ojos, tiramos la colilla, dimos media vuelta y tal cual si fuera un duelo de egos, volvimos a nuestros puestos de trabajo.

En ese momento ya sabía lo que iba a ocurrir. Sabía que me habías escogido por encima de todas las mujeres que se frotaban contra ti y suspiraban por la estela de tu rastro. A mí, que todavía hoy ni recuerdo tu aroma, ni el color de tus ojos, ni de tu piel. Me escogiste a mí, que no me preocupaba nunca de nada, ni de lo que pensaban los demás, ni de lo que pensabas tú, ni de lo que pensaba yo.

Lo que no sabía era todo lo que vendría después de aquella conversación.