La retorcida mente humana: déficit de independencia

Hacía semanas que no salía con otros seres humanos… en sociedad, quiero decir, ya sabéis: grupos, bares, eventos… esas cosas. Y bueno, aprovechando que ahora en verano hay fiestas y verbenas por todas partes, me pareció buena idea salir de cuando en cuando a pasarlo bien alguna noche. En fin, como que tengo toda la vida resuelta y dado que ahora no tengo gastos, ¿por qué no invertir un poco de dinero en salir con otras personas y reconectar? En buena hora se me ocurrió la idea.

A ver… ir de fiesta me ha sentado bien. Me gusta la música y me gusta bailar y me gusta ver a otras personas, por qué no. Además, conozco a mucha gente, así que siempre tengo con quien hablar. Y también conozco a muchos camareros, así que tampoco resulta un gran gasto andar por ahí verbeneando. La cosa es que en un momento determinado de la noche empezaron a pasar cosas extrañísimas.

Por alguna extraña razón que yo no comprendía, un montón de personas a las que no conocía se me acercaban a saludarme, a darme dos besos, a preguntarme qué tal la noche, qué tal estaba… desempeño muchísimas actividades de carácter social en invierno, colaboro con muchos grupos, asociaciones y gestiono mil talleres y eventos con la diputación, con la junta… pierdo el hilo de la cantidad de gente a la que conozco y no siempre recuerdo a todo el mundo a la primera (además, soy malísima para las caras y para los nombres) y he trabajado muchísimo de camarera, así que me conoce más gente de la que puedo recordar. Pero, en un momento determinado, me di cuenta de que todas esas personas tenían algo en común y es que todas pertenecían al grupo social de alguno de mis amigos masculinos en concreto.

La cuestión más extraña de toda la noche llegó en el momento en el que me di cuenta de que empezaban a tratarme con cierta familiaridad que no es muy normal. Y empezaron a preguntarme que qué tal me iba con mis amigos… bien, claro, son gente genial.

«¿Cuánto hace que salís?», y aquí se me despertaron las neuronas.

¿Cuánto hace que salgo con quién? Lo raro no era que alguien me preguntara respecto a algún amigo, sino que la pregunta se repetía en cada grupo social, es decir, haciendo un recuento, me habían salido en una sola noche como siete novios diferentes. De pronto me integraban como parte de algo que no existía.

«¿Por qué pensáis que soy su novia?», fue lo que se me ocurrió preguntar.

Ciertamente, si la gente pensaba que salía con alguien debía de haber algún motivo y dado que no me he acostado con nadie, que no he besado a nadie en meses y que no he establecido ninguna relación social ni he permitido que ningún hombre intente ‘seducirme’… algo tenía que haberles hecho pensar que tenía una relación con sus amigos.

No hubo respuesta. Todos se encogían de hombros. Y cuando les decía, muy sorprendida, que desde que le había puesto una orden de alejamiento hacía meses al último hombre que pasó por mi cama no había tenido ninguna relación, al menos no que yo supiera, todos se quedaban sin palabras, incluso sin respiración.

No amigos, no. Una mujer joven, atractiva y soltera no necesita a un hombre en su vida. Qué extraño resulta de creer para las sociedades pequeñas. ¿Por qué estarán todos tan obsesionados con eso? Alguien dijo por ahí que el hombre que dormía en mi cama andaba despechado afirmando y jurando que todo me lo había dado él. Supongo que ahora que tengo tres veces más cosas de las que tenía cuando él se comía mi dinero, mi tiempo y mis sueños, la gente debe de pensar que es lógico que tenga a alguien que me esté dando más de lo que me daba él.

Supongo que ahora que oficialmente no tengo un trabajo (es lo bonito de puentear el sistema para poder vivir a tu aire con un colchón subvencionado por el Estado y un montón de dinero en negro fruto de trabajos digitales que nadie comprende), alguien tiene que pagar mis gastos. ¿Cómo es posible que viva sola, que gestione tres fincas agrícolas yo sola, que tenga mi coche sola, que pueda viajar por el mundo sola?

Bueno, pues me enorgullece poder escribir para decir que he encontrado el medio. Vivir como vivo yo es un trabajo construido a largo plazo, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo. Pero se consigue. La única cosa que hay que hacer para lograr una vida plena y libre es cambiar de mentalidad, limpiar y desprogramar toda la basura que el sistema introduce en nuestras mentes desde que venimos al mundo. Sólo hay que hacer un trabajo muy duro, horrible y devastador tanto en nuestra mente como en nuestra vida real. Es necesario morir tres veces antes de resucitar en una nueva vida libre y limpia de prejuicios. Y es doloroso. Volver a nacer siempre es doloroso.

Pero, ¿qué queréis que os diga? Merece la pena. Y ahora que estoy aquí no voy a cambiarla, voy a pelear por la vida que estoy construyendo y voy a convertirla en algo, además de real, duradero.

«No se puede encerrar el sol bajo una campana. No se puede aplazar la hora señalada.«