Motivos para viajar

Llegó el día. Finalmente, llegó ese momento en el que una se da cuenta de que ya ha tocado techo en el lugar en el que está. Dentro de mi infamia, de mis habilidades para no atarme con nadie, desligarme de todos los compromisos y volar como una bolsa de plástico sin rumbo mecida y sometida a los caprichos de un viento que nunca me preocupaba, alcancé esa cumbre aspiracional en la que me di cuenta de que podía hacer cualquier cosa.

Liberada mi mente de las cadenas impuestas por los prejuicios, las sociedades, las religiones o las creencias de la humanidad y despojados mis ojos de los múltiples filtros tras los que escondemos y ocultamos todo cuanto nos rodea, llegué a la conclusión de que en la simpleza del mundo, el lugar en el que me encontraba se me había quedado corto.

No es madurez, ni alcanzar la adultez, ni una puta crisis de los 30, fue el descubrimiento existencial de la vida perra que me ha tocado vivir.

Tras un pico de ansiedad terrible promovida por la desesperación más desesperante me di cuenta de que mi maldito problema no es más que el aburrimiento. He agotado las posibilidades de un mundo que se está agotando y lejos de poder crear, construir o aportar, lo único que queda aquí es devastación y sentarse a esperar a que nos suceda la muerte. Obviamente tengo mi propio plan de escape puesto en marcha pero la falta de problemas promovida por la fortaleza de mi autoestima y mi inteligencia (ahora que estoy despejada de sustancias tóxicas) es un problema grave. No es que se me agote la paciencia… es que mi paciencia es como la luz eléctrica del entorno rural en el que vivo: intermita bipolarmente.

No es más rico el que más tiene, sino quien menos necesita. Y afortunadamente, en lo que respecta a necesitar: soy millonaria, estoy podrida de innecesidad.

Haciendo, como siempre, aparecer de debajo de alguna piedra el dinero suficiente, ni corta ni perezosa, cogí la puerta de mi casa y me largué en busca del primer bus que subiera directo a casa de mi queridísimo Brujo del Páramo.

«Voy a molestarte esta noche, amor, si te viene bien… me aburro mucho aquí».

«Nunca molestas, aquí estaré, ya lo sabes«.

Y con esa conversación tan inmensamente profunda que nos caracteriza, agarré mi pequeña maleta viajera y la ordené premeditadamente con las cuatro cosas indispensables para pasar un fin de semana entero sin ropa… aunque sí que tenía claro que en esta ocasión no estaríamos solos. Mi loca intención fue, por primera vez en años, reunir al Congreso de Brujas, Hechiceros y Magos.

En todos estos años que llevo yendo y vieniendo de la torre encantada del Brujo del Páramo a mi guarida en el bosque no he dejado nunca de cruzarme de forma fugaz con todos y cada uno de los miembros de nuestro particular aquelarre. Y todos decían lo mismo: a ver si quedamos. Así que una vez juré y prometí que lo haría, que subiría avisando, que lo organizaría. En realidad no lo planeé, pero sentía dentro de mí que había llegado el momento. Tantos años a hurtadillas, huyendo a escondidas, subiendo a la torre de puntillas para no ser vista, para no romper nuestro místico y frágil equilibrio… había llegado la hora de salir del armario de las escobas, de dejar de sentirnos vulnerables y de confiar en nosotros y en nuestros amigos.

«¿Te vas de Carnavales?«, me preguntó un alma perdida que me pilló de estrangis maleta en mano huyendo de casa dispuesta a salir volando.

«No, me voy a quedar aquí a verte la cara de todos los días a ti, precisamente«, respondí con cierta hostilidad.

Y es que este infraser llevaba sin dirigirme la palabra meses si no años tras haberme dejado claro, clarinete, que no me necesitaba para nada. Todo esto, después de haberme pasado semanas ayudándole en su curro a cambio de nada, solucionándole papeles y enviándole putos tutoriales para que supiera a qué botón darle en la App del móvil para sellar el paro. El individuo palideció y entró en shock provocado por una oleada de pánico.

«¿Y qué vamos a hacer este finde?«, entonces lo entendí todo… una bruja que es bruja siempre hace funcionar el mundo aunque sea desde las sombras. Este elemento era uno de aquellos bichos nocturnos que suelen libar el polen de las flores de mi jardín que se lleva uno de mis duendes. El animalito temía que mi ausencia provocara una falta de su preciado y adictivo néctar de viernes noche. Y cuando me vio sonreír comprensiva se puso colorado, se acababa de dar cuenta de que se había delatado a sí mismo.

«¿Y a mí que me cuentas?«, contesté encogiéndome de hombros dispuesta a emprender mi marcha.

«Pero… si tú te vas… ¿?¿?«, bloqueo mental.

«Tú sabrás… hasta donde yo sé, no me necesitais aquí para nada y yo ya tengo mis deberes hechos«, sonreí más ancha que siete, salí andando y allí lo dejé.

=> En la Torre

Allí en el Páramo todo fue sucediéndose poco a poco, de forma natural, dandole a la vida y al mundo un sentido que hasta ahora había permanecido oculto en algún lugar. Llegué a la torre antes que Efraín y me abrió la puerta Mordraunt, que debía de haber entrado unos 15 minutos antes que yo. Me miró con los ojos muy abiertos y me dio tal abrazo que a punto estuvo de sacarme el alma por la boca. Para cuando mi querido brujo abrió la puerta yo ya me encontraba allí, en mi salsa, descalza, sobre el brazo de un sofá, disfrutando de un té y charlando muy animadamente con un Mordraunt que debía de llevar sin tiempo de hablar conmigo unos 6 años o así. Disfruté de aquello, y acordamos que el sábado nos reuniríamos todos en torno a la mesa redonda, con Morrigan incluida, a quien tenía unas ganas histéricas de volver a ver y abrazar, pues no lo hacía desde… no sé, 10 años quizá.

Subí detrás de Efraín a nuestra alcoba, a nuestra guarida, a su torre y sucedió algo que no creí jamás que ocurriría: sucedió la normalidad. Ya no éramos dos extraños conociéndonos, ni dos criaturas poderosas midiéndonos en busca de nuestros límites. Ya no teníamos que calcular nuestras palabras para no herirnos o asustarnos, ni dar lugar a confusiones odiosas. No había tensión, ni curiosidad, ni bloqueo de ningún tipo. Todo lo contrario, lo que hubo fue confianza, placer, pasión, ganas… y seguridad. Era tan grande la sensación de seguridad, de claridad, el conocimiento que tenemos de lo que somos, de quiénes somos, de lo que hacemos, de lo que queremos, tan grande la confianza en el hecho de que ninguno de los dos va a corromper jamás algo que tantos años nos ha llevado crear que la libertad se hizo allí mismo como una inmensa bola de energía que surgía de nuestras profundidades y se enlazaba, crecía. No había miedo, podíamos hacer todo cuanto quisiéramos y creedme cuando os digo que en todos los años que llevo caminando sobre este mundo en esta vida nunca en mi vida había sentido nada igual. Qué placer, qué relajación, que liberación, qué felicidad, qué gustazo.

«Respira«, susurré entre jadeos en momento dado y me miró sorprendido, «no voy a irme mañana… me quedo tres días«, su sonrisa perfecta se iluminó y lejos de necesitar un descanso me estuvo comiendo a besos toda la tarde, toda la noche y… no, el sábado se fue a trabajar y salí a desayunar fuera y a dar un paseo, a disfrutar de la ciudad. Tenía alas en los pies.

Nos juntamos al mediodía y salimos a tomar algo. Bueno, esta vez sí que salimos juntos. Antes, cuando las cosas no estaban claras, la duda siempre nos asaltaba. Pero hoy por hoy, lo único que importa es lo que nosotros sabemos. Así que resulta que el hecho de no estar sometidos al juicio crítico de aquellos que intentan definir las cosas que no comprenden, nos da espacio para poder dedicarnos a disfrutar con la seguridad de que nada ni nadie puede hacer o decir algo que haga que cambien las cosas entre dos personas que han comprendido el significado de la vida. Casualidades de la vida, y aunque no importaba nada, nos cruzamos con tanta gente intrigada que fuimos la comidilla del barrio y creo que de dos o tres pueblos más para sonrojo del brujo y divertimento mío, claro está.

A la tarde llegaron los brujos y tuvimos nuestra reunión de antiguos amigos. Y afloraron miles de recuerdos y nos contamos miles de historias y llegado el momento, hube de introducir entre sus lagunas la luz que les faltaba sobre nuestra historia. Les hablé del pasado, del presente y del futuro, les hablamos de todo un poco. Él me miraba con ojos de comprensión y en todo momento me apoyaba con una suave mano sobre mi muslo derecho, sentado junto a mí. Nuestros amigos escuchaban intrigados y me miraban con dos ojos como dos platos, escuchando boquiabiertos y atando cabos de tantas cosas que habían pasado en las que no sabían que estaba implicada.

«Dios sabe todo lo que has vivido«, dijo Morrigan cuando terminé mi relato ,»eres toda una superviviente«

«¿Y ahora?«, preguntó Mordraunt, que ve el mundo binario en parejas, echando una mirada de soslayo al brujo.

«Ahora nos toca vivir y disfrutar del tiempo que nos quede«, les dije y al mirar a Efraín me di cuenta de que ambos estábamos de acuerdo, «no necesitamos promesas, sólo necesitamos dejar de sufrir… ya hemos sufrido bastante«

«Pues sí«, cerró el caso y acto seguido me dio el pirmer beso público y oficial de nuestra eterna libertad.

A partir de ahí se hizo el milagro. Está en mi mente, en mi alma, en mis sueños… encontré el mail que me rescató aquella vez durante la pandemia con la historia del demonio, aquel que me sacó de aquel infierno. Encontré muchas cosas, muchos recuerdos, sus palabras nadan en mi cerebro llenando mi alma de esperanza y de una fuerza extraña que me hace sentir la seguridad completa de que haga lo que haga siempre seré apoyada, querida, amada y aceptada tal cual soy, tal cual yo le apoyo, le quiero, le amo y le acepto, sin pedir nada a cambio, jurando no herirnos jamás.

Nunca sé cuándo es el momento de decir en voz alta que este es el amor definitivo. Pero sí puedo decir una cosa, si no lo es… si este no es el amor más grande que me espera en esta vida, si no es mi alma gemela, si no es el definitivo… ¿cuánto más grande podría ser el siguiente si ahora siento que he alcanzado el infinito a su lado?

Volví el domingo a casa y tal y como sospechaba el mundo no se había hundido sin mí. Me sigo aburriendo mucho estudiando y trabajando, pero tengo el cerebro lleno de besos, abrazos, caricias, sonrisas y miradas perfectas que se han sucedido desde el minuto uno en que nos conocimos (hace ya más de 10 años) hasta la actualidad y que me impulsan hacia adelante y me dan alas para recorrer el camino que me espera de vuelta a casa.