La bruja equivocada

Tres amigas querían gobernar. Tres amigas necesitaban conquistar al pueblo. Tres amigas que no tenían reputación necesitaban un vínculo para conectar con la gente: alguien activo, trabajador, altruista, con contactos, bien posicionado… Tres amigas se equivocaron escogiendo a su presa.

Su idea era buena: fundaban una asociación con la persona adecuada, ganaban puntos con la gente haciendo cosas buenas, se presentaban a la oposición y ganaban las elecciones. Así que buscaron a la persona más inocente, más cándida, una persona que no tenía una vida clara, una profesión concreta, alguien a quien le hacía ilusión hacer cosas por el pueblo, alguien a quien no le importaba dedicar más horas a hacer el trabajo duro porque no tenía otra cosa que hacer. Pero eligieron mal.

Cuando me propusieron fundar la asociación de mujeres me pareció una idea interesante. Aquí no la hay, así que hay muchas subvenciones que se pierden porque no tenemos por dónde pedirlas. Era bueno tener una vía de acceso a presupuestos para poder hacer más cosas. El día de fundar la asociación y repartir los roles decidieron cargarme el muerto de ser la secretaria, según ellas, yo no tenía nada mejor que hacer y tenía todo el tiempo libre del mundo, ¿no?

No las desmentí. Llevo años haciendo cosas por el pueblo. Siempre he sido una persona organizada. Me fui de casa con dieciocho años y siempre he sabido compaginar estudios, trabajos, vida social, fiesta… me organizo bien. Así que para mí siempre fue fácil ocuparme de muchas cosas y llevarlas al orden del día. Además, desde que vine al pueblo me he ganado siempre la vida por mi cuenta, escogiendo contratos temporales, trabajando por mi cuenta, siendo independiente y gestionando yo sola mis recursos. He seguido estudiando, creciendo y me he forjado una profesión, a parte de un nombre organizando actividades, talleres, ciclos, fiestas, eventos… aprendí de la mejor del pueblo.

Cuando llegó el momento de organizar nuestro primer evento como asociación todo el peso cayó sobre mi persona. Me ocupé de todo. Sabía que pretendían utilizarme, pero también sabía que si no lo organizaba yo iba a ser un desastre, ya había pasado antes. Así que me puse a ello y me respondió todo el pueblo. Todo el mundo me apoyó, me ayudó y supe gestionar los gustos y criterios de todo el mundo haciendo posible que todos tuviéramos lo que queríamos. No faltó nada.

Mis compañeras se ocupaban del dinero y del catering. Mis compañeras olvidaron contratar el catering y se las vieron negras para contratar uno… que fue barato y cutre. Si les vendieron el cubierto a seis euros ellas vendieron el cubierto a doce, niños diez, para sacar dinero. Vendieron miles de papeletas, yo apenas un taco. Y se ocuparon de todas las cuentas.

Pasaron dos cosas: por un lado, al final del evento se llevaron públicamente el mérito por su trabajo ignorando mi persona; por otro, robaron el dinero. Creían que el pueblo estaba con ellas. Creían que los aplausos eran para ellas. Pero todo el pueblo las criticó por deshacerse de mí, porque todo el pueblo sabía que la que había hecho todo el trabajo fui yo, me habían estado ayudando. También me preguntaron por el dinero, pero les dije que no tenía ni idea. Pedí las cuentas, como secretaria, para constarlas en un libro de cuentas, pero no me lo dieron. La gente quería donar y me negué a recoger donaciones si las presidentas de la asociación no me daban las cuentas. No quería ser responsable de que robaran a más gente.

Celebraron una reunión en la que convocaron a las socias, que no eran socias. Pero no lo sabían. Vinieron algunas personas dispuestas a opinar y votar. Sorpresa: no podían votar. Sólo podemos votar cinco personas: Presidenta, Vicepresidenta, Secretaria y dos socias fundadoras, estratégicamente escogidas para apoyar siempre la voz de la Presidenta y la Vicepresidenta. Oh sorpresa, ¿creían que las dejaría engañar a la gente? Cuando quisieron votar, les dije que actualmente a mí no me constaba que hubiera socias numerarias de ningún tipo, a no ser que la Presidenta o la Vicepresidenta hubieran cobrado cuotas a alguna mujer y no me lo hubieran comunicado pero, como secretaria, no me constaba.

Las obligué a reconocer que aquella reunión no tenía sentido porque las que habían ido no pintaban nada allí. Varias mujeres quisieron pagar la cuota para asociarse y poder votar a mi favor. Pero las tres amigas se negaron con varias excusas. Ya no tenía gracia haber engañado a aquella persona inocente que no tenía nada mejor que hacer que pasear por el campo ajena a la sociedad. Exigimos las cuentas, pero tampoco nos las dieron. ¿Votos a favor? Cuatro, uno en contra: la secretaria.

Constó en acta que hicieron lo que las dio la gana, que las cuentas eran confusas, que se quedaban el dinero y que pretendían usarlo para una merienda para las socias que no existían de la asociación. Y perdieron al pueblo.

Por mi parte, me llevé mis proyectos e ideas al ayuntamiento. Me financiaron y me puse a trabajar en ello. Para cuando mis socias se quisieron dar cuenta el pueblo ya estaba enamorado de la iniciativa que estábamos desarrollando sin ellas.

«Haces lo que te da la gana sin contar con la asociación»

«No me consta que se haya fundado la asociación. Y cualquier persona puede presentar proyectos al ayuntamiento… no necesito el apoyo de personas que me roban el trabajo para enriquecerse a costa del pueblo»

Tres personas consiguieron colarse en las elecciones a la alcaldía a través de la oposición. Ya me habían echado encima a un sector social. Pero no sabían que aquellas personas que ponían en mi contra sólo eran personas pasajeras que no tienen peso en las elecciones locales.

Mientras me vilipendiaban y planeaban su gran golpe a mis espaldas, yo seguía trabajando con todo el pueblo como lo he hecho siempre. Y mi colaboración con el ayuntamiento dio su fruto: me aceptaron. Mi opinión cuenta.

Llegó la hora del juicio popular. Me presenté allí a ejercer como apoderada de los votos del partido que representaba a la alcaldía actual. Con mucho veneno, la oposición nos despreció. Se creían ganadores. Intentaron echarme alegando que no pintaba nada allí… creían que me harían sentir hundida y en evidencia y que me iría. Tenían razón: yo no era concejala ni me presentaba a la oposición. Pero me levanté en medio de la discordia con una sonrisa elegante, me estiré la americana con las manos, saqué un papel de una de las carpetas y se lo estiré a la presidenta electoral, la misma japonesa que inventó mi perfil criminal y psiquiatrico, la misma mujer que intentó atropellarme e inventó mi vida alternativa, la misma mujer que me causó el problema con el filósofo y el otro mormojo. La misma mujer que se había cegado tanto en su propia fantasía que se había perdido la realidad.

Tuvieron que mirar el papel tres veces para admitir mis credenciales. Mientras ellas me vilipendiaban, criticaban e insultaban, yo había hecho mi trabajo y mis deberes: no iba a dejar que me robaran mi sueño. Llevaba meses haciendo campaña a sus espaldas, no lo sabían porque ellas no pisan los sectores que piso yo. ¿No podía con los bares? Me quedé con las mujeres, con la iglesia, con los conservadores y con las personas para las que trabajo por mi cuenta. Les comí el terreno rodeando sus bares y cerrando el cerco como una soga alrededor de sus cuellos déspotas y distraídos. Dije que lo haría y lo hice.

Han tenido que aguantarme allí todo el día. Han tenido que aguantar al alcalde codeándose conmigo, a los concejales felicitándome por mi trabajo, a las personas que ellas no conocían saludándome y contentas de verme. Han tenido que aguantar el estacazo de haber perdido por goleada ante un pueblo que no vota siglas, ni vota demagogos oportunistas que mienten y que atacan a la oposición, han tenido que aguantar el veredicto de un pueblo que vota a las personas que hacen su trabajo, las mismas personas que aprueban mis proyectos.

Tres amigas querían el poder. Tres amigas se metieron con la bruja equivocada. Tres amigas han aprendido a no juzgar. Y muchas personas que creían que me conocían se han dado cuenta, por primera vez, de que no tienen ni puñetera idea de quién soy ni de qué soy capaz.

«Otra vez igual que antes», dijeron cuando se iban.

«Ahora tenéis cuatro años para hacer oposición de verdad… basta de tanta demagogia».

Odio. Bilis. Decepción y fracaso. Porque saben lo han hecho mal.

Tres personas querían vender la piel de un oso. Pero el pueblo les demostró que no tienen oso que cazar.

Ya os lo dije en febrero: «antes de que me utilicéis vosotras, os utilizo yo».