Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.
Parte del trabajo de escribir y publicar un libro, ya sea de ficción, ya sea de denuncia social, consiste en revisar constantemente los relatos y escritos que forman parte de él. Es una tarea soberanamente aburrida, porque cuando te encumbras pensando que ya has conseguido tu gran obra (metafóricamente hablando, no es que lo considere el mejor libro del mundo, es sólo que a nivel personal me enorgullece haber sido capaz de acabar algo que tiene sentido y cierto valor en el mundo) aparece la etapa de las correcciones.
A ver… tengo que agradecer mucho a las personas que estáis ahí haciendo la terrible labor de corregir mis faltas disléxicas, mi falta de cohesión y todas mis cagadas de escritura para no saltarnos leyes raras y todo eso… a J. C. «el Rojo» por tus dosis de fría y cruel realidad, a Sonyoni por tus «no lo entiendo, pero me gusta» por ayudarme a facilitar y mejorar los textos para que se entiendan más allá de mi cabeza, a la GC, especialmente al Cabo, por reconocerme el mérito y avisarme de que ahora tengo más lectores de los que esperaba y animarme a ser prudente, a Charlie desde Barcelona que haces lo que puedes con todo lo que estás pasando y todavía tienes tiempo para animarme cuando me quedo atascada, a Manu en Madrid que te entretienes en recordarme que soy especial y que no debo dejar que nadie que no me conozca me haga olvidar la persona que soy, a Ari desde Córdoba que alucinas con los relatos y me pides la info que falta para ayudarme a cohesionar los guiones, a mi madre… que no sé qué haces ahí, pero también te aseguras de que no la líe a nivel jurídico (gracias especialmente por no juzgarme y por valorar mi obra, creí que este momento entre nosotras no llegaría nunca, pero me está molando tener madre), a la Yaya que ni sigue la historia ni sabe de qué va la vaina ni lee el blog ni se entera de nada pero si no la hago mención me mata y es la persona que más me quiere en el mundo, al Guerrero anónimo por tu paciencia y tus burlas sin filtro que me hacen pensar, a Piel de Oso y al Príncipe de las Tinieblas por la inspiración y permitirme basar personajes en algunas de nuestras conversaciones más locas, al colega que no nombraré pero que no me ha dejado tirada y sigue viniendo a verme cada día sin importarle que le juzguen sólo para traerme tabaco y levantarme la moral… bueno, y a la imaginación colectiva en general por darme material sobre el que trabajar.
Se me olvidará más gente casi seguro… pero ahí tengo mencionadxs a lo más destacado de la última semana. La verdad, me habéis traído a la memoria una parte de mí que había olvidado. Y es lo más grande que me han regalado nunca. Sí… tuve una vida mucho antes de venir a este mundo rural y primitivo, una vida en la que muchas fueron las personas que me conocieron sin filtro. Y esas personas, que formaron parte de mi adolescencia, han visto cosas peores de las que la gente de este triste pueblo puede imaginar, pero también han visto cosas mejores. Todos habéis llamado para recordarme quién soy, quién era, y todxs me habéis dicho lo mismo: no dejes de ser tú. Si me conocisteis con 14 ó 15 años y todavía sois capaces de recordar mis logros… todo lo que conseguimos juntxs cuando nadie más creía en nosotros. No sé. Si todavía me queréis y apoyáis está claro que el problema no soy yo, está claro que el problema es un montón de gente que se ha atrevido a juzgarme sin conocerme. Gracias infinitas, fantasmas de las Navidades Pasadas y Presentes, por tomaros la molestia de ponerme en mi sitio y abrirme los ojos.
NOTA: si no te he mencionado aquí, no te preocupes, que te haré mención en algún otro momento, ahora que mi blog ha dejado de ser anónimo y vamos a publicar ese libro… ya no tengo que centrarme sólo en fantasear.
Dicho todo esto, sobre la publicación del libro hemos tomado la decisión de esperar un poco más. Para evitar que la primera parte sea eclipsada por la segunda, hemos decidido que acabaré la segunda y haremos una publicación en dos volúmenes. Si la primera es ficción y fantasía, la segunda tendrá tintes más realistas. La idea es hacer una obra de crítica social que de a pensar, sin incurrir en la ilegalidad (por supuesto), pero que plantee una visión más dura y clara sobre la problemática real y, por supuesto, con el tema de mi caso de los coches y mi situación personal como tema central. Todo esto, lo hilaré con la mezcla de ficción y fantasía de la primera obra para no romper la línea argumental. Tal y como le expliqué a la GC en su día: Vol I, la historia que no tuvimos (o que no fue); Vol II, la historia que fue (o tal y como podría ser). Los títulos no los tengo claros aún.
Por ello, para esta segunda obra cuento con el equipo de redacción que me ayudan a no meter la gamba y al mismo tiempo me dedico a la tarea de documentarme. No sólo me documento sobre muchos temas que se incluyen en la obra (política, psicología social, jurisprudencia, psicología de la comunicación, comunicación textual y narrativa, etc), sino que además ando revisando entradas viejas del blog, por si alguna pudiera aportar material a toda la trama central de la historia.
Eso ha sido lo más duro de todo. Al volver a leer cada entrada, cada historia, cada relato, me he dado cuenta de que tenéis razón, mi historia es muy triste. Vine aquí con muchas ilusiones y con muchas expectativas, la verdad. Creía que era una adulta que sabía de qué iban el mundo y la vida. Pero la verdad es que mi viaje de autodescubrimiento acababa de empezar. El bucólico e idílico mundo rural de ensueño. En este blog están las líneas de mil sueños, intentos y proyectos que se han visto destruidos de forma cruel y egoísta. Están las pruebas de mis desengaños, de las respuestas sociales ante los problemas, de la falta de apoyo, de compañerismo, de… no sé, ¿humanidad? Es triste, porque venía llena de ilusiones, contagiada y hechizada por las maravillas del mundo rural, su libertad, su familiaridad, su sencillez, y todas ellas me han golpeado en la cara con toda su fuerza. Y en lugar de escribir una historia bonita llena de finales felices y logros, no he escrito nada más que la historia de cómo una niña soñadora ha tenido que ir endureciéndose a fuerza de palos, mentiras, engaños, hasta convertirme en una persona dura, fría y resistente a la que prácticamente le importa un carajo lo que pase con todos esos personajes secundarios que han sido partícipes en la evolución de este personaje.
Pero no sólo eso. Hice un descubrimiento que me dejó inquieta y me hizo sentir como una verdadera idiota, ¿cómo no lo había visto antes?
Allá va:
Una tarde cualquiera, el Cabo me paró en casa de una compañera. No me paró, simplemente, estaban de guardia aparcados en el cruce y al pasar por delante arrancaron y me siguieron directamente, así como de casual. Ni aceleré ni me escondí ni me preocupé. Entré despacio en el pueblo y aparqué en casa de mi compañera, suponiendo que si me seguían pararían detrás de mí, y la llamé para que viniera a descargar el coche. La GC entró al pueblo sin más, o no me vieron aparcar o era casualidad y no me seguían a mí… me quedé dentro del coche hablando por teléfono para notificar que había llegado con las flores y tal y me di cuenta de que la GC salía de nuevo del pueblo. Qué raro, pensé. Al poco, volvieron a entrar. En ese momento, se me ocurrió la idea de que quizá sí que me estaban buscando a mí y no me habían visto aparcar, y eso que había aparcado bien visible para ponérselo fácil. Me parecía muy raro que pasaran tres veces por delante, y como deduje que volverían a hacerlo me bajé del coche para que pudieran verme. Lo bueno de no tener nada que esconder es que no tienes motivos para esconderte; si querían hablar conmigo, hablaríamos, siempre me ha parecido más útil colaborar y ser sincera que marear la perdiz y dar lugar a malos entendidos. Acerté. Siempre acierto cuando me dan estas intuiciones. Al verme fuera del coche, pararon el coche patrulla y se bajó el Cabo.
«Buenas tardes (dijo mi nombre), que no te hemos visto aparcar y te habíamos perdido»
«Buenas tardes, Cabo, mira que he entrado despacio y que he aparcado bien visible», me reí señalando el espacio en el que el mío era el único vehículo estacionado, «¿le pasa algo al coche?», pregunté mirando el megane para comprobar si se trataba de algún piloto o algún neumático, que suelen ser mis fallos habituales.
«No… pensé que tirarías para casa», unos segundos de silencio incómodo.
«¿No me habéis visto aparcar aquí mismo? Es porque el coche no lleva pegatinas y no parece el mío, es muy discretito», nos reímos todos con la broma.
«¿Llevabas puesto el cinturón de seguridad?», preguntó de pronto, así como por preguntar algo.
«Sí, claro, ¿por?»
«No, es que me pareció que te tocabas el hombro como si no lo llevaras y creí que no lo llevabas puesto»
Abrí los ojos de par en par. Menuda milonga más rara. Obviamente, aquel día venía de Salamanca, así que por si alguien se lo pregunta la respuesta es sí, llevaba el cinturón de seguridad. Pero la cuestión es que me había bajado del coche, así que tanto si lo llevaba como si no, ya no podíamos demostrarlo.
«En la furgo es más posible que me pilles sin cinturón», le dije, «cuando ando trabajando por fincas o por dentro del pueblo lo engancho detrás y no lo uso. Pero en el coche siempre lo llevo puesto porque lo uso para trayectos más largos», me encogí de hombros y miré el coche, «Pensé que sería una rueda o la velocidad o algo, ¿iba deprisa?»
«¿De dónde vienes?»
«De Salamanca, del vivero… traigo las flores para el concurso de jardines y estoy esperando a mi compañera para dejarlas en su patio, en mi casa no caben y aquí están más seguras»
«¿Puedo abrir el coche?»
«Claro, siempre puedes, siéntete libre»
El Cabo abrió el coche y, tal y como yo le dije, estaba hasta arriba de flores: maletero, asientos de atrás, asientos de delante… y sacos de pienso de perros, gatos y arena de cristal.
“¿Todavía tienes perros?”, preguntó con sorna al ver los sacos.
“Sí señor, los tres de siempre… documentados, vacunados, empadronados y asegurados, pero no llevo las cartillas encima”
“¿Puedo ver tu bolso?”, preguntó su compañero.
“Sí, claro, si lo encuentro todo tuyo, dame un segundo”.
Rebusqué por el coche… porque la verdad es que suelo tirar las cosas de cualquier manera y luego nunca sé donde las dejo. Finalmente, encontré el bolso en el maletero del coche. En aquel entonces llevaba el bolso morado de plástico. Y se lo tendí al muchacho.
“¿Te importa si te lo registro?”, me preguntó.
“No claro, pero te advierto que tengo ahí de todo… anda con cuidado no vaya a ser que te cortes con alguna basura de esas que suelo guardar de vez en cuando, que no tengo ni idea de lo que hay dentro… debería hacer limpieza”.
El pobre flipó. Envoltorios vacíos de dulces, huesos rotos que había encontrado por la calle y quería poner en mi altar pero nunca lo hice, facturas, papeles, clinex usados, mi cartera, llaves, gafas, más basura indescriptible, algunas garrapiñadas sueltas, libros… hasta que encontró la bolsita de tela marrón. La levantó despacio, la mostró y preguntó.
“¿Y esto?”
“Una baraja de cartas del tarot basada en plantas mágicas que me regalaron unos amigos en Valladolid por mi cumpleaños, allá por Noviembre, y que todavía no he estrenado”
“¿Puedo abrirla?”
“Claro, las ilustraciones son una maravilla, pero trátala con cuidado, que vas a ser el primero en abrirla”
“¿Te gustan las cartas?”, preguntó el Cabo.
“Soy tarotista. Tiro las cartas del tarot desde hace más de veinte años y como me gusta la botánica a mis amigos les pareció un regalo especial”
Entretanto, llegó mi compañera. La saludé y como se pone nerviosa a veces, le dije al Cabo que ella era la mujer a la que esperaba y que venía a por las plantas para llevarlas a su casa.
Entonces ocurrió algo que en aquel momento no fui capaz de percibir, pero que se quedó anidado dentro de mi mente como un ruido, algo raro, una interferencia. El Cabo hizo como que no la conocía. Ella le recordó que a lo mejor le sonaba de cuando tuvo el bar, él comentó que pensó que se había marchado de la sierra, ella le contó que se había casado… aparentemente, todo muy normal. Hicimos bromas sobre las fiestas de mayo, hablamos de las flores y como la radio del coche patrulla se puso pesadísima, el Cabo se agobió.
“Anda, deja el bolso, que no vas a encontrar nada… es (otra vez mi nombre), vamos a tener que irnos a atender una urgencia. Ya nos veremos en fiestas, ¿no?”
“Pero sin uniforme, hombre”, dijo mi amiga.
“No, maja, con uniforme a ver qué encontramos. Os veremos en las verbenas”, el Cabo insistió y me miró directamente, casi como con colegueo, pero no me convencía.
“A mí no creo, estoy de exámenes y no tengo ni tiempo ni ganas.”, le dije yo con total sinceridad, es verdad que se me juntaron las fiestas con los exámenes, que no salí de fiesta y que encima tampoco aprobé todos los exámenes.
«Pero veniros a tomar algo de paisano, hombre», insistió ella.
«Nada, nosotros trabajamos siempre»
«Ahí, ahí, da gusto veros patrullar el pueblo», dije yo.
El Cabo me sonrió gracioso (entonces me pareció simpático, ahora puede que me resulte más ironía, no estoy segura), la GC se marchó y mi amiga me preguntó si no me ponían nerviosa dados los rumores que corren sobre mi persona.
“No, ¿por qué? A estas alturas ya saben que son mentira… llevan ni sé registrándome siempre, yo de esas cosas no manejo… que me registren lo que quieran, no tengo nada que esconder”.
Así quedó la cosa.
Lo curioso es que leyendo mi blog he encontrado esto:
-> Marzo de 2015
-> Marzo de 2016
A parte, cuando estuve en Canarias y robaron en mi casa, el hijo de esta señora tuvo que ir a testificar sobre lo sucedido con el chaval que me cuidaba la casa y por aquella época ella no estaba casada. Con lo cual, al ser la adulta responsable, debió de personarse. Esto, sumado al conocimiento que tengo de según qué presuntas multas (no podría decir si son ciertas o no, la información procede de la rumorología popular) sobre esa persona y su familia me da que pensar.
El Cabo mintió. Y ella también. ¿Cómo no van a conocerse? ¿Cómo no me di cuenta? Con todos los años que han pasado, no se me ocurrió pensarlo. Pero sí que le dije una vez a ella cuando me preguntó si tenía idea de quién podía haberme quemado los coches, que las personas que más pueden llegar a odiarme en el pueblo son ella y su marido, que son con quienes más conflictos graves he tenido. Ambos pusieron cara de circunstancias y en aquel momento lo valoré como un “joder, tía, pero nosotros no seríamos capaces”.
“Pues esa es la cosa… después de tantos años, ahora que hemos hecho las paces y estamos trabajando juntos, con todo lo que tenéis encima. ¡Con el odio que me tuvisteis y las movidas del pasado!», dije para justificar el hecho de que no me parezcan sospechosos y de que precísamente eso haga el asunto más extraño, «Como no hayáis sido vosotros», cosa que a mí me parece evidente, dadas las circunstancias, no tengo motivos para creer que fueron ellos y ni siquiera los mencioné en la denuncia», a ver quién, no he tenido problemas tan grandes con nadie más y las personas con las que he peleado últimamente me parece que no serían tan extremas. Es todo muy raro”.
En esos posts hay muchas cosas. Cosas que pudieron o no pasar exactamente como están ahí escritas, os recuerdo que escribo más para desahogar mi imaginación, mi rabia y mis emociones descontroladas, que para hacer daño. Pero sí que está claro, según esos posts, que el Cabo mintió, que se conocían de sobra, que una vez intenté denunciarles y el alcalde medió con casi una hora de teléfono para impedir la denuncia de cuando el perro, que les delaté por pura rabia y llegué a hacerles mucho daño. Sin cambiar de postura, es decir, sigo convencida de que no tienen relación con el caso, la incidencia de las mentiras me resulta extraña. ¿No os parece significativo?
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