Road House… un cumplido que no me esperaba

El concepto de familia es un concepto muy variable en función de por dónde quieras enfocarlo. Existe una definición legal, una eclesiástica, una biológica y una emocional.

Hace mucho tiempo, muchísimo, yo quería y soñaba con ser madre biológica. Creía firmemente y sentía que lo sería. De hecho, estuve embarazada durante tres meses perfectos en los que Ismael fue aquello que definiría mi vida para siempre y que me daría una personita a la que podría atender y dedicar toda mi vida para verle crecer y asegurarme de que sería feliz, libre, independiente y capaz de cumplir con cualquiera que fuera su sueño cuando creciera construyendo un mundo nuevo. Aprendería todo lo que sé y luego me enseñaría todo lo que está por venir y jamás dejaríamos de aprender el uno del otro, como un equipo, indistintamente del lugar donde nos encontráramos.

Pero no pudo ser. Ismael se fue antes de venir al mundo. Nadie lo sabía, así que fue algo que tuve que superar por mí misma. Fue duro al principio. Pero luego aparecieron en mi vida otro tipo de criaturas igualmente desvalidas e ignoradas por la sociedad y por el mundo que me abrieron los ojos. A pesar de haberlo intentado, no puedo ni podré tener hijos nunca y, aunque existen muchos métodos, sé que ya no quiero dar a luz. No necesito parir.

Cuando tenía 20 años, empecé a percibir a mi alrededor a muchos otros chavales perdidos, abandonados, provenientes de circunstancias complicadas… familias difíciles, situaciones económicas extremas, imposibilidad de formación, nadie que les ofreciera información, apoyo, comprensión. Chavales perdidos en un mundo destruido que no podían comprender.

Conectaba con ellos. En cuanto se daban cuenta de que su situación no era única, sino que muchos adultos hemos tenido que superar muchísimas barreras para poder convertirnos en lo que somos, de alguna manera, conectaba con ellos. No funcionó con todos… pero hay muchos chicos y chicas que conocí totalmente perdidos, confusos y asustados cuando tenían 12, 13 o 14 que hora tenien más de 21, 22, 23… algunos han desarrollado sus propias profesiones, otros siguen formándose y viajando en busca de un sueño que les inspire un objetivo real, otros están ocupándose de los problemas familiares.

Pero todos ellos (y ellas) son personas de las que me siento plenamente orgullosa porque con la poca edad que tienen demuestran una inteligencia y una madurez que no se la he visto jamás a un tío de 45-50 años aquí en el entorno rural.

Mi hermano es mi hermano, su personaje de ficción era el Príncipe de las Tinieblas. Cuando pasó toda la movida y volvió de donde estaba (se había ido un año entero) lo primero que hizo fue venir a mi casa y decirme que ya nunca más iba a estar sola. Vino a cuidar de mí y lo hizo mejor que ninguna persona de más de 30 años. Es una de las personas a las que le debo esta recuperación y uno de mis ángeles de la guarda.

Un día le dije que estaba orgullosa de la persona en que se ha convertido y que ahora que ha demostrado todo lo que ha demostrado jamás volveré a tratarle como a un niño. El día de su cumpleños le regalé varias cosas, como un ritual de paso. Mis palabras textuales fueron: «te has convertido en un hombre, jamás volveré a tratarte como a un niño o un adolescente. Ahora somos adultos iguales y somos familia, ¿entiendes? Contamos el uno con el otro, podemos ayudarnos y apoyarmos, pero ya no me queda nada que enseñarte. Ahora tendrás que senseñarme cómo funciona tu nuevo mundo para que ambos podamos aprender y crecer a la par».

En ese momento no lo entendió. Pero a partir de ahí hay un montón de cosas que (según han ido surgiendo) le he contado, historias que no podía contarle cuando era un crío para no influenciarle y no darle mal ejemplo. Ahora nos reimos mucho con todo lo que no le conté de crío y con todas las locuras que se me ocurren a mis años (legales, pero muy locas).

Anoche le comenté que había aprendido algo importante de él y se sorprendió. Después me recomendó la película de Road House (en Amazon Prime Video). Y me está gustando.

Supongo que, de alguna manera, nos hemos convertido en eso: una foragida rebelde resolviendo problemas que él nunca tendrá y enseñándole los pasos para defenderse en su propio mundo. Y os juro que convertir a esos manojitos de nervios inseguros y asustados en personas seguras de sí mismas, decididas y capacades de valorarse, poner límites y negociar sus intereses ha sido lo más duro, hermoso y satisfactorio que he hecho nunca.

La cuestión es que es algo que en el mundo de los adultos se pierde: el orgullo y el respeto han de ser bidireccionales. Los niños y los adolescentes son personas que serán adultas algún día. No vale sólo dejarlos ser niños o dejarlos ser adolescentes. Necesitan referentes, pilares, comprensión, información sincera, una guía que les sirva para tomar decisiones, asumir consecuencias y tener vidas plenas, libres y escogidas por sí mismos cuando sean adultos. Si no, sólo tendremos lo que hay: adultos frustrados que quieren mandar sin haber hecho nada para ganarse el respeto ni la autoridad que exigen.