Los valores de nuestra era

Cuando estaba en la universidad, una de las cosas más peculiares que nos enseñaron fue a trabajar con la industria del miedo. Decían que el miedo de los seres humanos era la fuente más jugosa, de la que más beneficios se podía sacar para vender cosas: miedo al compromiso, a la soledad, a los atracos, a la muerte, al aislamiento, a la incomunicación… el miedo es lo que utilizan en los medios de comunicación para vendernos cosas que no necesitamos.

Y el mensaje cala. Ahora el miedo más novedoso es el miedo a no tener dinero. Ya existía cuando se creó el sistema de vida capitalista y se derivó al consumismo. Pero, ¿por qué a la gente le preocupa tanto ahora? Porque estamos acostumbrados a creer que necesitamos cosas.

Pero no es el miedo a no tener dinero. Es la idea de ‘merece la pena’ lo que más me llama la atención.

Nos han acostumbrado a necesitar el dinero para comprar cosas. Cosas que se producen en masa de forma industrial con niveles de calidad penosa y no sabemos de dónde vienen (no hablaré aquí de países subdesarrollados ni de explotación infantil ni de transgénicos ni de la destrucción medioambiental), cosas que no valen nada y que no duran nada porque si durasen no tendríamos la necesidad de comprar más.

Hace mucho tiempo que me hago mis cosas por eso de que aquí no hay recursos. Y hago de todo: coso, bordo, monto, hago muebles de madera, huerto, cazo, medicina natural… no sé, de todo. Y todo lo que hago lo hago de la forma más artesanal, no porque me guste (que también) sino porque no tengo recursos para elaborar las cosas de forma más rápida. Lijo a mano porque no tengo lijadora, coso a mano porque no tengo máquina de coser, aro a mano porque no tengo moticultor, desbrozo a mano porque no tengo desbrozadora, riego a mano porque no tengo motor y así sucesivamente.

La gente dice que no merece la pena esforzarse tanto, porque, hoy en día hay todas esas cosas están en el mercado por dos duros. ¿Para qué hacerte tu propia ropa? ¿Para qué hacerte tus propios muebles? Si los recursos son caros, las telas son más caras que la ropa de las tiendas. No merece la pena.

Y esa respuesta me resulta un poco estridente. ¿Por qué no merece la pena? ¿A quién no le merece la pena? A las personas edonistas, supongo. Nos acostumbran al culto del placer, de la comodidad y del confort, nos atraen al ocio como moscas a la miel y luego nos inculcan el miedo a no tener dinero suficiente para poder ser zombies de la diversión.

Las hamburguesas hechas valen 3€ el paquete en el McDonalds, las camisetas básicas a 5€ en el Carrefour (o en cualquier otra tienda), los muebles son baratos en Ikea y los tomates los tienes incluso en invierno. ¿Cuánto cobran las personas que allá a donde estén producen esos productos? ¿Cuánto cobra el granjero que cuida las vacas que acaban valiendo a 3€? ¿Cuánto cobran las personas del taller en el que se hacen las camisetas que llegan a nuestras casas por 5€?

Y bueno, también me pregunto otras cosas. Por ejemplo, no voy a dudar de la integridad de las industrias. Pero, si esas personas tienen un salario decente, ¿qué calidad tienen los productos que compramos a esos precios? ¿cuánto duran esas camisetas? ¿qué procesos químicos tienen esos alimentos? ¿de qué están hechos los muebles del Ikea? ¿de dónde recortan esas industrias para que los productos sean tan baratos?

Así que nos enseñan a ser viciosos y egoístas, a tener ansiedad, a tener miedos que sólo se curan con productos que no podemos hacer nosotros mismos porque no merecen la pena. Y luego nos hacen sentir miedo por si se nos acaba el dinero tan necesario para conseguir el placer y la seguridad. Miedo de irnos de casa de nuestros padres y no saber qué hacer con nuestras vidas porque en el sistema actual no tenemos sitio para crecer individualmente, miedo porque nunca podremos hacer prácticas de lo que nos gusta porque no tenemos dinero para trabajar gratis, miedo de que no nos acepten porque no encajamos en el molde, miedo de no poder sobrevivir sin el cobijo, la guarida y la seguridad que nos ofrece el nido en el que vivimos sin la posibilidad de crecer.

¿No merece la pena? En mi opinión… esa es una cuestión personal. A mí me ha merecido la pena pasar los peores años de mi vida luchando por mi supervivencia. No sólo he sobrevivido en el mundo con mis propios medios, sino que he encontrado la manera de crear un sistema sostenible que me permite vivir tranquila. No es la situación definitiva, pero ahora puedo trabajar para conseguir recursos y mejorar mi calidad de vida. Así que en mi caso, ha sido un paso. Duro y difícil, pero un gran paso. He construido mi propia libertad. Y no me ha ayudado nadie.