El regreso de la depresión

No estoy pasando por una buena etapa en mi vida. Desde que me dieron la baja laboral por depresión ando de subidas y bajadas y los sucesos que han pasado en los últimos meses se me acumulan en el saco de las cosas que tengo que gestionar. Me lo estoy tomando con calma, a pesar del insomnio, de la apatía y de la ansiedad. Voy sacando las fuerzas para ir avanzando algunas cosas, arreglando otras, y procuro no pensar en aquellas que se caen sumando líneas de trabajo al castillo de naipes que es mi situación actual.

La precariedad económica del lugar en el que vivo y la falta de empatía motivada por una sociedad sin cultura aparente, pero inflada de ego, convierten la bucólica vida rural en un entorno a veces hostil, a veces poco llevadero, difícil, complejo. Es una vida duraA esta del campo… para ser independiente a todos los niveles tienes que superar pruebas físicas y laborales muy grandes. Pero la prueba más dura es la psicológica. Hay tanta gente tan perdida que es muy fácil que lo que puede aparentar ser meter un piececito en el río para refrescarte acabe convirtiéndose en un torrente emocional que te arrastra hacia el fondo oscuro de una marisma en la que nunca sabes cómo has entrado, pero de la que cuesta mucho trabajo y esfuerzo salir. 

No… la vida en entornos sin recursos no es para mentes frágiles, desde luego. Y últimamente pienso que quizá la mía haya perdido su fuerza, su fuelle. No sé. Hablo desde la desmotivación de mi depresión.

Sigo escribiendo. Mucho, muchísimo… porque escribir es lo que más me desahoga y me ayuda a aliviar la presión de mi cerebro aturdido. Pero lo hago en papel, los ratos en los que ya no tengo más ganas de estudiar, que estoy cansada, cuando se hace el silencio del mundo y no se oye nada. En esos momentos, mientras todo está dormido, puedo escuchar las cosas que pasan por mi cabeza, puedo ordenar mis ideas, puedo escribir cosas que tienen sentido. Y disfruto haciéndolo.

Hoy me apetecía escribir de nuevo para el universo, para vosotrxs, seáis quienes seáis, si es que aún estáis ahí. Me apetece abrir mi coraza y vomitar todas estas líneas, siento la necesidad de compartirlas más allá. 

En los últimos meses tuve un intento de relación emocional extraño. Bueno, el brujo se ha ido… le ofrecieron un contrato indefinido en la otra punta del país y se marchó sin apenas decírmelo, justo en el momento en que me dieron la baja. Sí que nos vimos después, en Nochevieja, como todos los años, pero esta vez no fue como las demás. Y por el momento, lo único que sé de él, es que el contacto se ha ido diluyendo hasta desaparecer y los últimos besos que recuerdo aún me saben al amargor de la despedida. Dijo que volveríamos a vernos, pero en el fondo de mi corazón sé que si eso ocurre, la situación va a ser muy distinta y aunque siga siendo mi alma gemela, aunque esté enamorada de él hasta el fin de los tiempos, aunque le lleve tatuado en mi piel para no olvidarle jamás, sé, como he sabido desde el principio, que en esta vida no nos toca estar juntos. Hay que dejar ir las cosas, aferrarte puede convertirse en un suicidio emocional. Hay que avanzar con la vida. 

Le escribí una postal para despedirme en la que le decía que no iba a hacerle preguntas, pero que no puedo seguir siendo una mota de polvo en su basto y extenso universo, sin saber cuál es mi destino. No puedo esperar eternamente a que su mente tome una decisión. No puedo desperdiciar mi vida y perderme todo lo que el mundo tiene que ofrecerme por esperar. Debo vivir y debo vivir las experiencias que se me ofrecen, debo avanzar y seguir buscando y creciendo y encontrándome a mí misma hasta que termine de crecer y me convierta en esa anciana sabia que he visto en mis sueños. Nunca le envié la postal. Sencillamente, la quemé en la chimenea. Borré su contacto del teléfono y los mensajes y me quedé las pocas fotos que tengo, los recuerdos, y la idea de que si algún día nuestros caminos vuelven a cruzarse, será porque sus pasos lo traigan hasta mí. Al fin y al cabo, ahora le toca a él. Yo ya hice todo lo que estuvo en mi mano. Ahora me toca vivir.

Ah, la depresión. Eso era de lo que quería hablar un rato. Bueno, en realidad no hay mucho que contar. He tenido una vida dura, me he enfrentado a innumerables obstáculos y peligros y siempre han sido las cosas difíciles para mí. Así que paso por episodios depresivos de vez en cuando y me toca ir al médico para superarlos. A veces, cuando la vida me vuelve a dar un palo, me pregunto si no dejarán de caerme piedras, si voy a tener que pelear hasta que me muera. Y la verdad es que, aunque en teoría soy joven, me estoy cansando de batallar. Se supone que cuando peleas por tu vida, tarde o temprano ganas batallas y tarde o temprano avanzas y se hacen las cosas más fáciles. En mi caso supongo que escogí el modo de juego survivor y la partida no se acaba nunca. A veces me canso tanto que me hundo, agotada de automotivarme y de verle el lado bueno a las cosas, y necesito un respiro.

Y aquí estaba yo, en medio de mi respiro técnico, con mis terapias, mis reajustes, intentando reubicarme, afrontando el cambio de paradigma, asumiendo que las fantasías no pueden convertirse en un objetivo, aceptando la realidad. Cuando apareció en mi vida un ser humano que pintaba maravilloso.

Sí gentecilla. Again. Salvando al Brujo del Páramo y a algún que otro amigo más que tengo por ahí, mi vida sexual-amorosa va de catástrofe en catástrofe como el incansable asesino de la cuchara. Otra vez el mismo error, la misma historia.

Chica deprimida conoce chico guay que parece ofrecerle un sueño fantástico y maravilloso. Chico convierte el refugio de seguridad en prisión poco a poco sin que la chica se de cuenta. Chica despierta de la ficción y decide volver a su hogar con su familia y chico se quita la máscara y descubre al monstruo que hay debajo de su fachada. Y vuelven las broncas, las voces, los insultos, las amenazas, el chantaje emocional… eso sí, esta vez, a pesar de mi estado emocional (o quizá gracias a él), me ha durado el cuelgue sólo dos meses, que ya es una diferencia comparado con los años que me duraron los anteriores.

Lo más decepcionante de todo es que, esta vez, ni siquiera ha intentado camelarme con amor y ternura, con falsas promesas de cambio, de comprensión. No. Esta vez simplemente un buen día estalló la bomba nuclear y después de irse de mi vida para siempre, devolviéndome mis cosas y  mis llaves y demás, tuve que bloquearle el Whatsapp porque nos acabamos enfrascando en una interminable conversación en la que dijera lo que dijera todo acababa mágicamente siendo culpa mía. No hay peor esfuerzo que intentar comunicarte con alguien que no te escucha, que sólo quiere quedar por encima, que sólo quiere tener razón, alguien que quiere que seas tú quien se arrepienta de todo después de haber aguantado las broncas innecesarias y los episodios psicóticos producidos por el abuso del alcohol. 

Después de eso me estuvo llamando no sé cuántas veces… hasta muy tarde. No se arrepintió en ninguna llamada, no le importó cómo me encontraba en ninguna llamada, no pidió perdón, ni reconoció sus errores, ni se justificó, ni intentó demostrar que había metido la pata y que quería arreglarlo. No. Ni siquiera eso. Tan pronto me decía que me acostara con otro o con otros, tan pronto me decía que estaba a la puerta de mi casa, tan pronto me llamaba maltratadora, tan pronto me llamaba pirada, tan pronto me amenazaba con tirar mis cosas o con matarse o con irse para siempre, tan pronto me lloraba diciendo que lo dejara entrar. Y cada vez que descolgaba el teléfono y escuchaba su sinsentido, colgaba y volvía a quedarme en la cama, tumbada, mirando el teléfono a la espera de la siguiente. 

Lloré, por supuesto que lloré. Pero no por el desamor. Esta vez lloré por lo ridículo que me pareció todo, por lo estúpido de la situación. Lloré porque ni siquiera tengo fuerzas para enfrascarme en una relación tóxica que dure años. No tengo el cuerpo para tragedias griegas. Y lo más curioso de todo es que no siento odio, ni ira, ni pena, ni nada, sólo siento vacío. Siento el suspiro que mana del cuerpo de un funcionario que se pasa la vida escuchando la misma canción en la radio y piensa «bueno, otra vez el mismo tema». Me aburre. Toda esta situación me aburre soberanamente, no le encuentro sentido ni tengo ganas de buscárselo. Simplemente, me siento como si estuviera atrapada en una cinta de cassette en un equipo de música con volteo automático. Otra vez la misma película, la misma cinta, el mismo disco. Me lo sé de memoria. Desde que nací hasta la actualidad. Estoy cansada de toda esta mierda repetitiva.

Ahora me pregunto cuál es el problema que tiene la sociedad para haberse vuelto tan sumamente básica, me pregunto por qué todo el mundo parece querer establecer relaciones emocionales y vínculos románticos desde la superficialidad del desconocimiento basándose en estándares precocinados. Te elijo a ti, como la mítica serie de Pokemon, para que seas mi pareja ideal y en lugar de conocerte y descubrirte y abrirme a todo lo que puedas contener, te educaré y adoctrinaré hasta que encajes en mi fantástica idea de lo que es una relación. Te elijo a ti, te quiero, pero sólo para cubrir una plaza bacante y satisfacer una serie de necesidades encajando en los parámetros interiorizados desde el egoísmo.

Por qué no podemos conocer a las personas, quererlas tal cual son, descubrirlas, dejar que seamos quienes somos y aceptarnos con nuestras virtudes y defectos. Y lo peor, las mentiras. No porque sean mentiras, sino porque las odio a morir. Creo que ya lo he dicho más veces, no las soporto. En primer lugar porque  las considero innecesarias, yo no juzgo a la gente, no clasifico a la gente, escucho, aprendo, conozco, me implico, acepto a las personas tal y como son, con lo bueno y con lo malo, soy extremadamente tolerante. En segundo lugar, porque las detecto en seguida, soy más rápida que un polígrafo. Y me pone de los nervios que me mientan, nunca sé si me están mintiendo a propósito y me están tomando por estúpida o si se están mintiendo a sí mismes y necesitan terapia. Es irritante, desconcertante y muy desagradable. Por qué será que la mayoría de la gente cree que tiene que mentir para impresionar. Las mentiras sólo conducen a la decepción.

Quizá sea una antigua o una clásica, pero a mí me gustan las cosas vintage, las cosas que duran para siempre, que pasan de generación en generación, a mí me gustaba el mundo cuando había valores de los de antes: honestidad, integridad, tolerancia, respeto, etc. Supongo que estoy deprimida porque parte del suceso de hacerte mayor implica darte cuenta de que la vida es lo que tiene. Ya no hay ideales, ni luchas, ni sueños, no hay motivación ni ambición. Si quieres crecer en una sociedad que se canibaliza a sí misma por puro egoísmo y quieres sobrevivir con una vida plena tienes que ser eso: egoísta. Estoy muy desilusionada con el mundo.

Gracias, seas quien seas, por estar ahí y haber llegado hasta el final. Y si no has llegado, gracias al menos por intentarlo. Necesitaba desahogarme. Otra noche sin dormir.