Anonima Geek

Anónima, Geek… bruja, guerrera, libre, liberada. Esta es la historia ficticia de mi particular guerra real.

El juego 4: La Playa

Os la debía… así que ahí va, una de amor verdadero, del bueno, del de los cuentos de antes.

Nunca olvidaré aquel momento… la luz al final del túnel, el escenario tan saturado que prácticamente sólo veía líneas y figuras desdibujadas formando las direcciones de la estación de tren, creando sombras difusas en movimiento con las siluetas de las personas que rellenaban el decorado a mi alrededor. Sol, mucho sol, muchísimo sol. Hacía tanto tiempo que no veía la luz del sol que, por un momento, me dolieron los ojos. Me escondía debajo de una pamela playera y enormes gafas de sol y mi piel, tan pálida, reflejaba la luz hasta tal punto que el personal del tren me confundió con una extranjera. Básicamente, me hablaban en inglés… y como soy bilingüe y estaba derrotada ni siquiera me daba cuenta de que les contestaba en el mismo idioma. El vestido largo me cubría hasta los dedos pies y sujetaba el bolso y la maleta como si fueran a salir corriendo.

Apenas tenía fuerzas y ya no recordaba cuánto tiempo había pasado encerrada y asediada por el enemigo. También estaba agotada. Sé que casi no había dormido para no perder ningún autobús ni ningún tren y sé que el efecto de las pastillas me nublaba la mente casi tanto como la luz me nublaba la vista. A pesar de la confusión, mis pasos avanzaban sobre una idea fija, puede que más temblorosos de lo que yo recuerde, pero creo que al menos iba decidida a encontrar mi destino. Pueden golpearme, drogarme, confundirme o asediarme, pero hay algo que jamás podrán hacer conmigo: arrebatármelo. La única razón por la que nadie puede hacerme daño, la única razón que me mantiene siempre firme y en pie, mis ganas de vivir, mis ganas de pelear, mis ganas de luchar… allí estaba: sus ojos, su voz, que habían crecido en mi memoria a través de los sueños durante toda mi infancia; su sonrisa inigualable, su calor, su presencia imponente, que me conquistaron la primera vez que le vi… y su forma de mirarme y de verme tal y como soy.

«De qué vas vestida?»

«I’m a tourist…», susurré con media sonrisa y un hilo de voz.

Le hizo gracia la idea. Es curioso cómo con todo lo que llamo la atención por mi aspecto físico, mis tatuajes, mis extravagancias, el tono de mi voz… puedo llegar a pasar tan sumamente desapercibida en todas partes. En aquel momento, mi debilidad física y psicológica se habían convertido en grandes aliados a mi favor y mi delgadez extrema ayudaba bastante a la hora de camuflarme entre la sociedad moderna: me podía vestir casi de cualquier cosa y parecer una súper modelo desconocida sin que nadie asociara la mitad del glamour y la clase, recreadas con el ilusionismo de una maga de mercadillo, a la terrorífica bruja criminal y delincuente hiper vigilada allá en mis tierras. ¿Quién iba a buscarme en ninguna parte si nadie sabía que me buscaban precisamente porque habían ocultado el suceso, las investigaciones (que, por cierto, ni siquiera existían) y demás? Una vez cruzada la frontera a 20km de la zona 0, básicamente no soy nadie, no era nadie, podía ser quien quisiera y llegar a cualquier parte.

Efraín me besó con ternura, sujetó mi maleta y me miró de arriba abajo.

«Ni has dormido ni has comido…», sonreí feliz. Me daba igual. Comer y dormir era algo que me venía faltando hacía meses pero, por primera vez en todo ese tiempo, me sentía segura y a salvo. Estaba en casa, por fin. «Habrá que remediar eso… vamos a buscar el coche, anda».

Al salir de la estación me dio en la cara el mundo entero. No lo podía creer, ya estaba allí. Condujo largo tiempo hasta llegar al lugar en el que estableció su morada, pero el viaje me dejó sin habla. Las montañas, el mar, los colores… era increíble. Paseamos por el pueblo a la tarde y cuando estaba cayendo el sol me hizo subir la cuesta más larga del mundo. Tuvo tanta paciencia conmigo para alcanzar aquella cima que casi se me rompe el corazón en dos. Pero era fantástico, su paciencia conmigo era el aliento que me ayudaba a ir poco a poco, paso a paso, avanzando hacia la recuperación y finalmente logré alcanzar la cumbre. Aquello me conmovió.

«Sabía que te gustaría», susurró en mi oído en el momento en que todo el paisaje me dejaba sin aliento: allí estaban, la ciudad empedrada cuesta abajo, el mar y el sol poniéndose en el horizonte y llevándose consigo todos los problemas acontecidos hasta el momento. Nunca he sentido nada igual. Fue como si el frío que se había metido en mi cuerpo congelando mis venas desapareciera, como si a medida que el sol se sumergía a lo lejos del mundo se metiera dentro de mi corazón y deshiciera cada estalactita y cada estalagmita devolviéndome a la vida. Me estremecí, él me sintió, me puso una mano sobre el hombro, le miré con los ojos húmedos por la emoción y me besó. Me besó como sólo él puede hacerlo. Me besó con ese tipo de beso que rompe los conjuros y maleficios, ese beso que te devuelve a la vida desde las profundidades del abismo. Me besó y me insufló una fuerza que a día de hoy sigue latiendo en lo más hondo de mi ser.

Fue entonces cuando supe que ya nunca más tendríamos sitio entre nosotros para las dudas. Ahora sabíamos quiénes éramos cada uno. El Brujo del Páramo se había encontrado a sí mismo durante su ausencia como lo hiciera yo durante la mía tiempo atrás. Todo cuanto nos rodeaba en aquel momento será para siempre en mis recuerdos un paraíso ideal, un mundo perfecto que había construido él mismo lejos de todo el universo cognoscible sólo para mí, para nosotros, para ese beso.

Me imagino que mis falsos captores se enteraron de que me había largado de allí a través de mi blog y de mis redes sociales. Me imagino el show. Sé y me consta que en aquel momento corrieron muchos rumores y muchas difamaciones sobre mi persona. Se habló de fugas, de escapismo, de desapariciones… pero la realidad del asunto es que a mí nadie me vigilaba por ningún motivo en concreto. No fui sospechosa de nada, al menos no hasta el punto de que nadie hubiera emitido ninguna orden al respecto; no fui acusada de nada, al menos no formalmente ni por ninguna autoridad; de hecho, me estaban acosando y nadie me protegía y, de todos modos avisé a la Guardia Civil, quizá no a los más interesados en inventar rumores sobre mí, pero sí que avisé a las personas encargadas de mi seguridad, y también a Servicios Sociales… todo el mundo sabía dónde estaba, cuándo y cómo me iba y cuándo y cómo volvía. Todo el mundo no, sólo las buenas personas.

¿Sabes eso de «todo lo que digas o hagas puede ser usado en tu contra»? En aquellos momentos, todo lo que hacía, si no tenía cuidado, estaba sujeto al escrutinio de personas deseosas de hacer realidad una fantasía. Se habían pasado todo el tiempo acosándome, buscando fórmulas para hacerme daño, ¿por qué pensarían que se me ocurriría dar indicaciones de mis ideas a personas tan dañinas? ¿Quién da poder sobre una misma a sus propios enemigos manifiestos y declarados? No fueron buenos conmigo, fueron cobardes, capciosos, manipuladores… intentaron coaccionarme, extorsionarme y asustarme, hasta me amenazaron. ¿Quién confía en alguien así para decir alegremente «oye, me voy de vacaciones con un amigo, nos vemos en unos días»? O yo soy muy inteligente o los señores investigadores no se lo pensaron demasiado bien.

Creo que de mi fuga sólo ha quedado documentado lo que he escrito en el blog y un par de fotos en instagram con mensajes muy incendiarios destinados a provocar, precisamente, esa sensación de descontrol. Sabía que mucha gente no se lo tomaría a bien. Es lo que hay, yo tampoco me tomé nada bien que me prendieran fuego los coches y que, en vez de investigar, archivaran una denuncia habiendo testigos que confirman mi versión para acusarme usando mis propios relatos de ficción como herramienta para hacerme creer que he cometido un delito que yo misma inventé. Se hicieron mal desde el principio muchas cosas, así que simplemente estudié, investigué y ejercí mis derechos. Si los supuestos investigadores acabaron haciendo el ridículo y quedando como el puto culo no fue culpa mía, fue su manera de proceder ante los hechos. Si hubiera habido órdenes de arresto domiciliario o de no salir del país, jamás habría podido coger ni el bus ni el tren sin que me detuvieran, ¿verdad?

Además había dos motivos fundamentales para subirme a ese tren sin pensar en las consecuencias. Uno, a mí no me controla nadie… y creo que quedó demostrado de sobra con aquel viaje. El Cabo y toda su cuadrilla creían que podían tenerme bajo su control, creyeron que podrían manipularme, presionarme para que, de alguna manera, mi vulnerabilidad me partiera y les diera cualquier cosa que para ellos supusiera una pista de que quizá su mejor sueño podría hacerse realidad. Joder, ¿hasta dónde estarían dispuestos a torturar a una persona para oírle confesar algo que no es verdad? ¿De verdad llegaron a creer que en pleno siglo XXI temería por mi vida? ¿En qué mundo viven? Una mentira es una mentira y no iba a darme por vencida, al fin y al cabo, soy de esa clase de personas que viven firmemente convencidas de que al final la verdad triunfa en el mundo porque las verdades son inamovibles, no como las mentiras que tienden a caerse… así que no, lo siento, no era una opción. Me fui porque pude, porque siempre he sido libre de ir a donde me plazca, porque nadie puede impedírmelo, porque sus difamaciones eran una farsa de mierda destinada a aterrorizarme a mí y a aterrorizar a la gente para que todo el mundo pensara que soy una súper delincuente buscadísima. Y la realidad fue que se les calló el mito con mi fuga.

Y la segunda razón es la razón de razones, el alma de todas las canciones: hay trenes que sólo salen una vez en la vida y, si lo hubiera perdido, me habría arrepentido para siempre. Era Efraín, el Brujo, mi Brujo del Páramo, el amor de mi vida, mi luz… aquel faro que había desaparecido de mi horizonte en Noviembre de 2022 y que reaparecía entre mis tinieblas alumbrándome con su luz dispuesto a rescatarme y a tener una conversación muy importante conmigo. Juré que por él movería el Cielo y el Infierno, destruiría montañas y rompería cadenas, juré protegerle, amarle y remover el mundo entero si fuera preciso para acudir a su llamada. Las promesas ancestrales son mucho más poderosas que las mentiras, el miedo o el peligro, son leyes más antiguas que la humanidad y no se pueden romper.

Aquellos días fueron como estar perdida en otro mundo. Sol, mar, barbacoas… sin ruido. Efraín me preparó un tour increíble para enseñarme todo lo que durante un año había llegado a pensar que me gustaría y no se equivocó. Incluso tuve una isla para mí sola un día entero. Tomaba las pastillas por las mañanas y por las noches descubrí que, por primera vez en mucho tiempo, podía dormir sin ellas. Dormí, comí, me recuperé, me mimó, me cuidó, me amó… y yo le correspondí como si no hubiera más vida que el olor de su piel sobre la mía mezclados con la sal y con la lumbre. Fue perfecto. Fue el final del principio y el principio de un nuevo episodio en nuestras vidas. Durante aquellos días renovamos nuestros votos del lago, renovamos las promesas y nos dijimos nuestras palabras mirándonos a los ojos. Por fin alcanzamos esa cumbre, ese cénit tan perfecto. Imagínate tener la certeza absoluta de que pase lo que pase todo irá bien porque siempre estará esa persona ahí para acompañarte y apoyarte durante todos y cada uno de tus procesos. Efraín me llevó al confín del mundo, a través del viento y a través del mar, rodeados de colores imposibles y placeres inenarrables. Me dejó descansar.

«¿Sabes? Lo hicimos bien», dije una noche recuperada la lucidez tras varios días reduciendo el nivel de medicación en mi organismo mientras contemplábamos la luz del fuego en la barbacoa del patio. Él me miró con una ceja levantada apurando el bourbon de sobremesa con que se deleitaba y yo sonreí. «Cuando decidimos no estar juntos, somos más fuertes si somos independientes».

«No nos necesitamos», se encogió de hombros con sencillez, «por eso somos más fuertes cuando nos juntamos».

Esa era la cuestión y esa fue la clave que yo necesitaba para ponerme en marcha en el camino hacia la recuperación. «No nos necesitamos», nos amamos. Nos vemos porque nos queremos, nos buscamos porque nos deseamos y nos apoyamos en nuestras empresas y emprendimientos porque ambos deseamos lo mejor para la otra persona. Lo mejor, pero como personas, con identidad propia. Su mundo y mi mundo, dos mundos diferentes, dos caminos y dos viajes… siempre supe que en esta vida no nos tocaba estar juntos porque el hecho es que ambos tenemos un viaje que hacer antes de volver a encontrarnos. Pero nos encontramos por casualidad en esta vida porque nuestras almas viejas son mucho más fuertes que el destino y a pesar de eso aprendimos a tenernos sin tenernos para no tener que arriesgarnos a perdernos. Hay fuerzas en el mundo contra las que los mortales no pueden ni deben luchar. Y nosotros somos una de ellas.

Le conté largo y tendido todo lo ocurrido, hablamos de muchísimas cosas y nos reímos mucho con las anécdotas que, vistas desde fuera, son mucho más ridículas aún que vistas desde este blog… no te digo más. Me vino de miedo recuperar la sensatez y sacarme de la cabeza las mierdas de ideas manipuladas y falsas de la estrechez de miras de las gentes ignorantes que nunca han salido de sus aldeas. Puso a punto mis engranajes cognitivos, me quitó el óxido a las neuronas y me insufló vida… y ¡qué vida!

Si Piel de Oso me conectó con mi luz perdida, Efraín me devolvió mis Sombras. Más adelante, y con la ayuda de Pathfinder, mi Luz y mis Sombras se hicieron una antes de que el destino orquestara mi regreso a la tierra a través de la viña. Todo aquello dio comienzo a un doloroso período de crisálida… doloroso y terrible. Pero esa es otra historia y os la cuento en otro momento.

Besitos, gente… gracias por estar ahí, os quiero. Siempre!!

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Este blog es pura ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia y sólo demuestra que tienes un problema severo de autoestima y protagonismo. No seas ególatra!! Se trata de mí, no de ti, por una vez en mi vida.

Además es como la peli del Makinavaja: va a ofender a todas las insituciones posibles habidas y por haber… así que si te ofende, es que hice bien mi trabajo o te autoidentificaste como parte del problema social.

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