Cosas de la vida

Disculpad mi ausencia, si es que hay alguien ahí a quien pedirle disculpas. Ha sido un mes duro, muy duro, en el que he descubierto una faceta de mí que no conocía. Ahora tengo la mesa llena de hebras, puntillas, encajes, agujas, patrones… y una lista de encargo de manualidades y costuras. ¿Quién me iba a decir a mí que mi pasión por el cosplay y la artesanía me iba a dar buen resultado?

Cosas de la vida misma.

¿Ya tenéis plan para San Valentín?

Vivo en una encrucijada constante y perpetua cuyo comienzo no recuerdo y cuyo final es desconocido. Mi manía de no tomar decisiones me lleva a la deriva en mi canoa romántica, danzando de un lado a otro y superando, milagrosamente, todos los arrecifes del mundo mundial. ¿Cómo lo hago? No lo sé. ¿Cómo resolverlo? Ni siquiera deseo saber si quiero resolverlo o no.

Tenía una entrada escrita sobre un millón de cristales rotos que encontré una mañana al despertar en mi habitación. Una entrada confusa y mal escrita.

¿Que recordar de aquellas líneas torcidas? Nada que merezca la pena.

En días como hoy observo mi vida desde fuera, saliendo de mi cuerpo y alzándome sobre mis circunstancias, y no puedo dejar de sorprenderme. Miro a mi alrededor y no veo una vida estable o equilibrada, sino un montón de bocetos y borradores desperdigados por los rincones. Cualquiera de ellos me valdría para empezar por algún punto a escribir mi historia, pero ninguno de ellos me gusta ni me sirve.

Cuando miro al hombre que duerme en mi cama no le veo a él, sino a todos los que han dormido conmigo y a todos los que faltan por venir. Porque sé que llegarán. Y ese es un conocimiento que me sorprende y que me llama mucho la atención de mi propia forma de vivir la vida. ¿Cómo puedo saber que ninguno es el definitivo? ¿Cómo puedo saber que él está en alguna parte y que aun no ha llegado a mi vida?

¿Debo sentirme orgullosa y afortunada? Son dos sensaciones que me encienden el poco corazón que  me queda cuando estudio mis posibilidades y mi realidad y me doy cuenta de que no sólo no me falta nada, sino que además tengo de sobra de todo lo que los demás mortales pueden desear.

¿Debo sentirme culpable? Culpable. Por todo lo que tengo de más que no tienen las demás chicas de mi entorno.

Pero, ¡cómo son los mortales!

Hace mucho tiempo que dejé de quejarme de todo cuanto me faltaba y ahora tengo de sobra para ser feliz. Y me siento feliz y estable. Y lo que antes me angustiaba ahora me saca una sonrisilla de medio lado porque sé que la mayoría de las cosas que dicen de mí no son más que palabras inventadas desde la ignorancia de quienes no pueden soportar que alguien sea feliz.

Se quejan. Porque no tienen. Porque no quieren tener. Porque si quisieran, tendrían. Y aunque no tenga muy claro cuál es mi futuro, cuál mi destino, cuál mi sitio… sí soy muy consciente de qué estoy haciendo, con quién, cómo, cuándo y dónde. Puede que no sea cristiana y que mi forma de vivir la vida y ver el mundo sea de todo menos ortodoxa. Pero si fuera cristiana y tuviera que confesar… confieso que me siento culpable por no arrepentirme de nada, confieso que amo de puertas abiertas ignorando lo que opinan los demás y confieso que estoy a gusto, que soy feliz, que adoro la luz del sol y mi rutina.

Vivo en pecado, dicen los cristianos, pero, ¿a caso no vinimos al mundo a pugnar por ser felices? ¿No dijeron que teníamos que amar al prójimo? ¿No nos enseñaron eso de ‘haz el bien y no mires a quien’?

Tal vez, mi falta de agallas para tomar una decisión a largo plazo sea una cosa buena. Antes tenía que medirlo todo, analizarlo todo y estudiarlo todo. Era fría y calculadora. Ahora hay una parte de mí que se deja llevar según van surgiendo las cosas y sólo conservo mi frialdad en mis cosas personales y privadas.

Tal vez era la solución: romper las cadenas y fluir con el tiempo, con el viento y con la luz del sol.

¿Qué haré este fin de semana? Pues… pasaré la mitad aquí, con el hombre que duerme en mi cama, y la mitad allí… flotando en mi sueño imposible, dejándome llevar por lagunas de placer en una nube de calor y olvido, en nuestra burbuja. Y volveré como quien vuelve de un spá. Satisfecha, relajada… ¡y que me quiten lo bailao!