Cherryboys: un aliciente a mi vida rural
Qué vida esta!
¿Sabéis? Cuando cambié la city por la vida rural dejé de lado muchas cosas y me adentré en un mundo que no se parece en nada a como te lo pintan en internet. Ha sido un sufrimiento constante.
Lo primero que ocurrió cuando me vine aquí fue que me metí a trabajar en las campañas de frutas, como bien sabéis (creo que algo he escrito sobre eso). Trabajé con la familia de mi novio (que son del pueblo) y también por cuenta propia. Nunca, repito: NUNCA, trabajéis con la familia y menos aun con la familia de vuestra pareja. No sólo me pagaron de menos (cuando me pagaron, claro), sino que encima fueron maleducados y antipáticos. Después de tres años de relación, mi suegra consiguió destrozar nuestro noviazgo liberal.
Rompimos de mutuo acuerdo. No por el sexo ni por la distancia, sino por el hecho de que su familia me rechaza y son malos conmigo y él no tiene espíritu para defenderme y hacer que se callen. No me respetaban… y me jodía porque a él tampoco lo respetan, lo tratan como al chico de los recados. Y pretendían que yo fuera una especie de asistenta 24horas gratuita, todo el día haciendo recados y sin cobrar y sin tiempo para dedicarme a mis labores. Y encima tenían el morro de pretender decirme que mis estudios, mis investigaciones y mi trabajo por mi cuenta era una sandez. Les parecía mal que aspirase a una vida mejor o diferente.
Lo bueno del pueblo es que es su pueblo. Y son su familia y sus amigos. Y si antes no me tragaban por ser su chica (la que le sacó del pueblo y lo mandó a León a estudiar, cosa que hizo porque él quiso) y porque decían que por mi culpa no venía nunca, ahora tampoco me tragan porque dicen que desde que no estoy con él viene menos todavía. Y claro, no se dan cuenta de que antes pagaba yo los gastos a medias, teníamos el doble de dinero y podíamos venir el doble de veces al pueblo.
Así que he estado casi sola estos meses. Y digo casi, porque nunca se queda sola una del todo. Me grabé a fuego la frase entre ceja y ceja: A TI QUE COJONES TE IMPORTA, y me dediqué a vivir mi vida. Empecé a relacionarme con la misma gente con la que estuve trabajando por mi cuenta en cerezas, jornaleros y capataces, y me he dado cuenta de que existe mucho más de lo que se ve a simple vista.
La verdad es que sólo conocía el pueblo de las fiestas de verano, de los turistas, de los visitantes y de los bares. Y del frío invernal y del hielo y la niebla y no conocía mucho más.
Los cherryboys (como me gusta llamarlos) tenían fama de brutos, de garrulos, de gañanes, de bestias pardas… de esos prototipos rurales que te imaginas con un hacha, una escopeta y mucha mala leche. Y es que siempre los veía desde el lado de los porreros que con su ínfimo nivel cultural basado en el consumo de psicotrópicos y en películas y discos de música típicos de los 60 se piensan que están por encima de todo el mundo. Harta de los porreros, empecé a relacionarme con los cherryboys.
Y sí: son unos garrulos y unos gañanes y su nivel cultural es muy deficiente. Hay que tener en cuenta que no fueron a la escuela y, si fueron, nunca les interesó estudiar. Pero no se pasan el día sentados en la terraza del bar quejándose de la vida en sí misma. Trabajan. Trabajan todo el tiempo. Cuando no trabajan en algo que les reporta un dinero, trabajan en algo que les reporta una mejora en su calidad de vida o para sí mismos. Trabajan a todas horas todo el tiempo y cuando tienen un problema lo solucionan. Y son listos e inteligentes y buenas personas.
Me han ayudado mucho, todo hay que decirlo. Con el vino, con la comida. Uno de ellos me daba los excedentes de su huerto y me facilitó la despensa que tengo llena de conservas para el invierno. Otro me enseñó el bosque y me ha hecho muy fructífera la temporada de setas, nueces y castañas. Otro me trajo un jabalí, una garrapina de unos 20 kilos con la que me he provisto para parte del invierno. Y así sucesivamente. Les pregunto y me contestan.
Me revienta que los llamen monos o cavernícolas. No lo son. En absoluto. Y la gente que los critica no son más que infames pijos porreros y vagos que no sólo no hacen nada por sí mismos sino que tienen que quedar por encima de todo el mundo siempre.
Ahora me miran con mucho desprecio porque siempre estoy rodeada de hombres en lugar de rodearme de los humos de sus drogas. Pero me gustan mis chicos, me caen bien. Y cuando me piden algo, siempre estoy para echarles una mano. Además, como casi no tengo dinero (estoy ahorrando para comprar una furgo) me admiten el trueque 😀 😀
A ver si un día de estos os cuento la historia de cuando tuve una gallina…
Lo que dice la gente: